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Columna
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Democratización sin Condy-ciones

Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo. La gran razón de tipo ideológico que invocó Washington para desencadenar la guerra de Irak fue la intención de desplegar desde Bagdad una operación que, como en círculos concéntricos, contagiara de democracia todo Oriente Medio. La secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza (Condy) Rice, hizo, sin embargo, la semana pasada una visita a la zona con el objetivo irremisiblemente opuesto de que los Gobiernos de Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos ignoraran el veredicto de las urnas, en especial en Palestina, donde el 25 de enero el movimiento terrorista Hamás casi había barrido del mapa al partido gobernante, Fatah.

Las votaciones más democráticas que se hayan producido en la historia del Machrek, todas de alguna forma vinculadas a la iniciativa de la Casa Blanca, han sido un viacrucis para Washington. Las primeras fueron las legislativas egipcias, octubre-noviembre de 2005, en las que el presidente Mubarak, reelegido tantas veces como quepan en el número enésimo, decidió bajo presión norteamericana permitir que compitieran verdaderos oponentes; ello quería decir que la Hermandad Musulmana, madre de Hamás y de todos los integrismos suníes, se presentaba en 150 circunscripciones de las 454 en liza, para vencer en 88. Nadie discute hoy en Egipto que sin el endurecimiento de los últimos días de campaña, la Ikhwan habría pasado de cien. El poder sigue en manos de Mubarak que fue al copo en el resto de escaños, pero la democracia anuncia que eso no refleja la opinión del país.

La segunda asechanza la constituyen las elecciones iraquíes del 15 de diciembre, en las que ha triunfado una aritmética de sufragios que dibuja un país difícilmente manejable: una mayoría chií, pero no tanta como para gobernar sin apoyo, que a su vez le llega de una minoría kurda con un proyecto de desmembramiento del Estado, y deja fuera a otra minoría, la suní, que tiene el poder de hacer Irak intransitable. Los números pergeñan el riesgo de una guerra civil, que sería el colofón más catastrófico a la intervención norteamericana.

Y la tercera, la de Hamás en Palestina. Condy Rice tenía como misión convencer a los Gobiernos antes citados de que hicieran el vacío económico al partido integrista, con el fin de maniatarlo hasta tal extremo que hubiera que volver a las urnas. El candor de Washington espeluzna; el encargo, irrealizable, porque no hay Gobierno árabe que actúe contra Hamás, sabedor de que su opinión no se lo perdonaría, recuerda el que se autoadjudicó el presidente español José María Aznar de convencer a México y Chile de que apoyaran en el Consejo de Seguridad la resolución con la que Washington pretendía obtener carta blanca en Irak. Las posibilidades -cero- eran idénticas en ambos casos. En este panorama francamente desolador brilla sólo la figura del ex presidente Jimmy Carter, que el 20 de febrero pedía en el Washington Post que la Administración no obstruyera los intentos de gobernar de Hamás. Y los votos han sido en este caso aún más desestabilizadores que en todo lo anterior, porque han llevado al poder a quienes Washington, apremiado por Jerusalén, considera terroristas de una naturaleza muy próxima a la de Al Qaeda.

Al movimiento palestino hay que exigirle que renuncie a la violencia, pero tratarlo como si fuera una sucursal de la gente de Bin Laden es sólo propio de las mentes que idearon la invasión de Irak para combatir lo que allí entonces de ningún modo existía: el terrorismo internacional, que hoy campa, en cambio, por sus respetos. Hamás no sólo no es la avanzadilla de Al Qaeda, sino que, como señala el periodista británico Patrick Seale, hay que verlo antes bien como su alternativa. Ignorar a Hamás equivale a fortalecer a Al Qaeda.

El movimiento palestino mantiene públicamente un objetivo inaceptable -la destrucción de Israel- del que debe apearse, como hizo la OLP en 1993, pero su pretensión básica -recuperar los territorios ocupados por Israel en la guerra de 1967- no sólo es totalmente respetable, sino que está refrendada por todo lo que sabemos de derecho internacional. Aquello que, precisamente, Condy pide a sus clientes árabes que pasen por alto.

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