Theatre Hombres en tutú rojo
Se abre el telón. Giselle está muerta y sale de la tumba, pero el tutú es negro; ella gira sobre sí misma en el mundo incomprensible de los vivos: es culpable. A su alrededor, despojos de telas blancas que envuelven los trajes del cuerpo de baile, que también gira a su alrededor, la acosan y la cercan, la juzgan y la vuelven a sacrificar para que renazca. Jin Xing es muy valiente. Era un coronel del Ejército rojo chino y un bailarín notable, virtuoso. Y se hizo mujer, luchó contra los elementos y contra el sistema. Hoy es una bandera del arte de la danza y de la vida que ondea furiosa.
Shangai tango sobrecoge, es un gran ballet en dos actos con una compañía de 20 buenos bailarines en el que unas secuencias de escenas aparentemente aisladas y claramente autobiográficas cuentan la historia terrible de la caída y la ascensión de esta persona tenaz, concentrada, que, además, baila muy bien.
Carnaval del Teatro de Venecia
Shangai tango. Coreografía: Jin Xing; música: René Aubry, Johann Strauss, Astor Piazzolla, Chen-gan y He Zhan-hao. Teatro Malibran. Venecia. 24 de febrero.
Jin Xing tiene 42 años y un físico potente, menudo y construido en el trabajo del baile, su aparato creativo va de lo académico a las influencias de la danza norteamericana y del teatro-danza alemán. Y maneja esas influencias con soltura y arrojo. Sabe lo que quiere: no le interesa construir una danza difícil, elitista o minoritaria, sino comunicar. En eso basa su expresionismo sentimental e inmediato.
La semana pasada murió en Pekín a los 92 años la coreógrafa y bailarina Dai-Ailan, gran amiga, mentora y protectora de Jin Xing. Dai-Ailan era una luchadora nata que introdujo el baile moderno en los círculos oficiales del ballet chino y creó ballets memorables inspirados en elementos como el loto, ese símbolo de belleza que sale del fango y que Xing retoma.
Considerando la represión sexual, la estrechez política y los avatares del comunismo como un tránsito hacia la libertad individual, todo está en Shangai tango expresado con materiales coreográficos eficientes. El final, de un optimismo capaz de conmover al más frío de los espectadores, todas las bailarinas (menos Jin Xing) salen a escena con grandes y largos trajes de colores vivos, bailan un vals, mientras los muchachos vestidos de blanco circulan alrededor de ellas en bicicletas. Después, ellos se quitan aquellos trajes y debajo llevan también largas faldas refulgentes.
Es una danza alegre que no hace olvidar la tragedia precedente, sino que la jerarquiza, la sitúa en el imaginario de la artista y del espectador. Se recuerda el dramático paso a dos con los bailarines desnudos, el solo de Jin Xing con el acordeón intentando respirar al mismo tiempo que ella. Jin Xing volverá a Venecia el próximo mes de junio, y en octubre hará una gira por España.
Babelia
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