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Columna
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Valle-Inclán, vivo en Lavapiés

Jesús Ruiz Mantilla

Si paseara todavía por las calles de Madrid, seguramente habría ido a poner el oído en Lavapiés. De ese conglomerado de colores, lenguas, sirenas y tenderetes le habrían salido a Valle-Inclán otras Luces de bohemia para el siglo XXI en las que mirarnos con un espejo deforme que nos devolviera la imagen fiel de nosotros mismos. Pero el genio ha puesto sus posaderas en ese barrio tan de buten, que diría él, sentado en hormigón y tablas con un nuevo teatro que ocupa el solar de lo que fue la sala Olimpia, centro de agitación y experimentación hace 20 años.

Algunos han protestado, muy pocos, contra la inauguración de este nuevo escenario dependiente del Centro Dramático Nacional (CDN). No les socorren muchas razones. Dicen que en vez de haberse gastado todo ese dinero -20 millones de euros entre la construcción, a cargo del Ayuntamiento, y el equipamiento, pagado por el Ministerio de Cultura- se podía haber metido ese gasto en cosas más necesarias para el barrio. Quizá debían pensar que esa nueva sala no será para exclusivo disfrute de los vecinos de Lavapiés, sino de toda la ciudad y de los amantes del teatro de cualquier parte que se acerquen a ese barrio luminoso y vivo por el que pulula la esencia del cosmopolitismo, ese ingrediente que tanto le hacía falta a Madrid para lavarse cierta sarna castiza y convertirse en una capital europea en toda regla.

La amplitud de miras es algo aconsejable siempre y ese nuevo espacio para la cultura puede recuperar algo del viento magnífico que soplaba en la ciudad en los años ochenta, sobre todo en el panorama teatral público, cuando llevaban las riendas talentos superdotados como los de Lluís Pascual, en el CDN; Miguel Narros, en el Español, o Adolfo Marsillach, que ejercía en el teatro de la Comedia como director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Gerardo Vera, director del CDN, va por ese camino. Ha tenido el arrojo de elegir un título como Divinas palabras para inaugurar la nueva sala Valle-Inclán. Fue el jueves y hubo estreno de tiros largos, con dos ministras como la de Cultura, Carmen Calvo, y la de Sanidad, Elena Salgado, que aguantó encantada los humos que salían del nuevo escenario y que en vez de a tabaco olían a podredumbre y a estiércol. A Salgado le fascinó el espectáculo pese a la mansalva de piojos que recorren la cabeza de los personajes valleinclanescos, los cuales, además, retozan sin preservativo. Las dos acudieron junto al alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, uno de los pocos líderes de la derecha actual y activa capaz de soportar una visión tan cruda de la España negra como la que proyecta Vera sobre el texto de Valle-Inclán. Aunque menudo rato pasamos los presentes con ese árbol arrancado en escena, que parecía sacado de una de esas talas masivas de solución final que ha puesto en práctica la autoridad local. Qué tensión.

No sé si hay un retrato de España en Divinas palabras, pero de lo que estoy seguro es de que por ese estercolero de rapiña, excremento y bruma se mueven los españoles. Quizá España sea el engendro -Emilio Gavira, impactante y conmovedor en su papel-, esa pobre criatura amamantada con biberones de aguardiente a la que todos los parásitos se quieren arrimar para explotar a gusto en las puertas de las iglesias y que acaba devorada por las fieras. Bastante aleccionador. Mucho instinto de dominio y poca decencia es lo que esconde el texto de Valle-Inclán. Por eso nunca está de más que su teatro brutal y modernísimo, que el esperpento tan certero que creó para que nos observáramos deformes en su marco, esté a punto para mirarnos en él en cualquier esquina. De paso podemos acabar aprendiendo algo para nuestro provecho.

Al salir, las cuatro mujeres que habían protestado a la entrada con una cacerolada discreta y reventada quizás por el frío penetrante del día en que nevó en Madrid, se habían vuelto a meter en sus casas. Tan sólo un marroquí desgarbado gritaba en la plaza cosas en contra de la Monarquía y a favor de Franco. Era 23 de febrero. Lo hacía con un tono de cachondeo ambiguo y muy teatral. Ven como Valle-Inclán está más vivo que nunca hoy mismo, en Lavapiés.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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