Más que una coreografía

La Operación Turia no era sólo una coreografía para ejercitar la musculatura militar. Los principales medios de comunicación de Valencia fueron tomados por pelotones de soldados y el bando de Capitanía General, que se nutría en el estilo y las intenciones del que redactó el general Mola en 1936, empezó a ser difundido por las emisoras de radio llevando el terror hasta lo más profundo de los hogares. La ciudad quedó desierta ante un articulado cuya sola prosodia ya dejaba tieso. De forma complementaria al despliegue de la División Maestrazgo, la extrema derecha valenciana había elaborado una lista negra con 200 nombres de dirigentes, intelectuales, periodistas y activistas democráticos que debían ser retenidos en el campo de fútbol de Mestalla a la espera de las órdenes que se suponía que debía suministrar Madrid. Esta acción depurativa bebía en el modelo que Augusto Pinochet llevó a cabo en Chile tras el asalto al Palacio de la Moneda. El hermano del concejal socialista Vicent Garcés, Joan Enric, lo había vivido, quizás por eso el entonces alcalde de Valencia, Ricard Pérez Casado, cogió el aseo, una camisa de puños y los gemelos del tío Pepe el de Paterna y, con su hijo, que en medio de la confusión había perdido los cordones de la bota ortopédica, se quitó de en medio cruzando la maraña de tanques.