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Columna
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Un Sharon para Hamás

Se comprende la alarma que un futuro Gobierno palestino encabezado por Hamás provoca en el mundo occidental, en los estados árabes moderados y, muy especialmente, en Israel. Porque Hamás no sólo incluye el terrorismo como filosofía, sino que lo ha practicado con saña contra inocentes civiles israelíes durante años hasta la tregua obtenida hace unos meses por el presidente palestino, Mahmud Abbas, en El Cairo. Y, como se encargan de recordar sus portavoces, no está dispuesto a reconocer el derecho a la existencia del Estado judío, ni a desarmarse, ni a aceptar los acuerdos de Oslo. A nadie debe extrañar, pues, el desasosiego y el temor que se respira en la ciudadanía israelí tras la contundente victoria de Hamás en las modélicas elecciones legislativas palestinas. Una victoria que, si bien concedió al grupo islamista la mayoría absoluta de los escaños, gracias a un complicado sistema electoral, estuvo apoyada sólo por el 44% de los sufragios emitidos, resultado sin duda sólido, pero que muestra que más de la mitad de los votantes palestinos se decantaron por partidos distintos de Hamás.

¿Qué cabe hacer ante esta nueva situación, que potencialmente complica aún mas, si cabe, la explosiva madeja que rodea el conflicto palestino-israelí? En primer lugar, imitar a Job y pedir a las partes que no provoquen reacciones que harían irreversible la continuidad del enfrentamiento. En menos de un mes, Israel celebra las elecciones más cruciales para su futuro en sus cerca de seis décadas de existencia como Estado con su figura más carismática, Ariel Sharon, en un coma que parece irreversible. Es evidente que las declaraciones numantinas de sus líderes políticos responden a ese clima electoral. No será lo mismo un Israel gobernado por Ehud Olmert que por Benjamín Netanyahu. Por el lado palestino, habrá que juzgar a Hamás por sus hechos futuros más que por sus palabras actuales, empezando por analizar la composición del Gabinete que reúna el profesor de la Universidad Islámica de Gaza Ismail Haniya, encargado por el presidente Abbas de la formación del nuevo Gobierno. A pesar de las disonancias formuladas desde Teherán y Damasco por algunos líderes de Hamás, la realidad es que, por ahora, la tregua se mantiene. Naturalmente, que un atentado terrorista contra civiles israelíes perpetrado por la rama militar de Hamás daría al traste con toda posibilidad de continuar con los pasos previstos en la Hoja de Ruta.

Aunque la secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice, tiene razón al afirmar que "no se puede estar con un pie en la política y con otro en el terrorismo", sería utópico pensar en una renuncia repentina de Hamás a su filosofía política. Es más, una renuncia de la noche a la mañana a sus convicciones sería posiblemente interpretada en Israel como una trampa. Hay que recordar que la OLP sólo renunció a principios similares tras la firma de los acuerdos de Oslo de 2003. Lo que sí es posible es que la organización islamista, enfrentada a las tareas de gobernar a un pueblo sediento de puestos de trabajo y servicios sociales, decida prolongar la tregua actual para intentar, ante todo, responder a las demandas de los palestinos, cuya prioridad dudo mucho que sea la destrucción de Israel.

Como escribía Henry Kissinger, Hamás necesita un líder capaz de transformar la utopía en pragmatismo, una especie de Sharon a la palestina, que, como el agonizante líder israelí, llegue a la conclusión de que la meta de un Estado único por absorción o destrucción del otro es y será inalcanzable.

Entretanto, el llamado Cuarteto -EE UU, la ONU, la UE y Rusia- debe seguir tocando al unísono y no empezar a desafinar, como pretenden algunos de sus miembros. Romper la unidad del Cuarteto, aparte de propiciar el enconamiento del conflicto, sólo beneficiaría la causa de los radicales fundamentalistas, como los Ahmadineyads de la zona, cuya máxima aspiración es "borrar a Israel del mapa".

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