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Reportaje:

Se acabaron los edificios de firma

El arquitecto belga Jean Dethier defiende una nueva etapa de centros culturales pequeños, afectuosos y "con alma"

El Centro Pompidou, inaugurado en 1977, y el Museo Guggenheim Bilbao, que abrió sus puertas veinte años más tarde, han alcanzado el grado de íconos de la arquitectura y de la cultura del siglo XX, pero el tiempo de los "edificios de firma" como contenedores de los grandes proyectos culturales parece haber llegado a su fin. El arquitecto belga Jean Dethier, historiador de la Arquitectura y asesor del Pompidou durante tres décadas, cree que el público se ha cansado de la megalomanía y de los edificios gélidos y arrogantes, y ya en el siglo XXI demanda edificios "con alma" capaces de ofrecer una experiencia más sensual y de adaptarse mejor al entorno natural que los rodea. "Menos pompa y más lógica y desarrollo sostenible", resumió ayer Dethier en su intervención en el congreso Los nuevos centros culturales en Europa, que se celebra en el Palacio Euskalduna de Bilbao hasta mañana, con la participación de más de 200 personas.

"Menos pompa y más lógica y desarrollo sostenible", resume el historiador y arquitecto

Dethier estuvo vinculado al Pompidou desde el inicio de su gestación a principios de la década de los setenta. Su experiencia le permite afirmar que el éxito del centro no fue el producto de un profundo estudio de mercadotecnia, sino de la suma de intuiciones políticas y culturales impulsadas por Georges Pompidou, "un presidente atípico, un hombre de la cultura y apasionado por el arte contemporáneo", y la "concatenación de titubeos, adaptaciones y dudas". El presupuesto del Centro Pompidou, con 1.200 empleados, requiere ahora cerca de 100 millones de euros anuales, que aporta el Ministerio francés de Cultura. "El Pompidou se financia porque refleja la imagen de Francia", asegura el arquitecto, "pero no es la expresión exacerbada del nacionalismo francés. Se olvida que se buscaron como referencias experiencias que ya tenían éxito en el extranjero, como la biblioteca de Estocolmo o el MoMA de Nueva York".

El Pompidou ha recibido en sus casi 30 años de vida cerca de 250 millones de visitantes y ha entrado por su arquitectura, un audaz proyecto firmado por los arquitectos Richard Rogers y Renzo Piano, y sus actividades culturales en lo que Dethier llama "una dimensión mitológica", categoría en la que también encuadra al Guggenheim Bilbao. En su opinión, el Pompidou, el primero de los grandes proyectos culturales impulsados directamente desde la Presidencia de la República francesa, promovió un doble cambio: "Los franceses cambiaron su visión del arte y la arquitectura y los extranjeros cambiaron su visión de Francia".

La positiva consideración global no oculta las críticas parciales. "Se ha convertido en un dinosaurio arquitectónico. Es un testigo a contrapie de una época acabada", sentenció. La lista de defectos es larga: es un edifico acristalado, que ofrecía malas condiciones para la conservación de obras de arte, y antiecológico, que resulta un pozo sin fondo para los gastos energéticos.

Dethier advierte a los políticos que los intentos de copia del Pompidou o el Guggenhiem pueden conducir fácilmente al fracaso. El éxito se encuentra, señala, en adaptarse al contexto como hizo, por ejemplo, la Tate Modern, de Londres. Soplan nuevos aires en materia de centros culturales. Dethier cree que los grandes arquitectos ya no son garantía de acierto, y que el público se decanta por centros pequeños, afectuosos, ecológicos, con dimensión poética. Les llama centros con alma y encanto en los que el visitante se siente inmerso en "una experiencia sensual" que combina arte, arquitectura y naturaleza. Y señala un ejemplo de este "edén artístico": el Museo Louisiana, situado en las afueras de Copenhague.

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