Francisco Solano fabula en torno a la literatura en su novela 'Rastros de nadie'
Tres naipes puestos de pie que al caer se empujan sucesivamente. Con esta imagen describe Francisco Solano (La Aguilera, Burgos, 1952) la estructura de su nuevo libro, Rastros de nadie (Siruela). "La novela termina cerrándose pero podía haber continuado. Al final, las cosas no se terminan, se agotan, y en este libro hay indirectamente una defensa del silencio", explica el novelista y colaborador de EL PAÍS.
Solano se define como "un devoto de las palabras y la literatura como lugares de precisión", y por ello ha cuidado con esmero el estilo y la cadencia. "En mi novela, la acción siempre está marcada por la meditación".
En esta su tercera obra de ficción, Solano aúna su doble vocación al dar voz en la primera parte a un anónimo escritor -autor del relato con el que arranca el libro y que da título a la novela- y, en la segunda, a un crítico, en cuyas manos cae ese mismo manuscrito.
Palabras
"Rastros de nadie impugna la superstición de la biografía y la autobiografía. Toda narración epopéyica tiene experiencia, pero qué más da quién la firme. Lo importante es que la vida está hecha de palabras, cuando pasamos de las pulsaciones a ponerlo por escrito", asegura el escritor.
El último engarce de la historia es una carta escrita por el esposo de una agente literaria. "Uno de los grandes temas a los que se enfrenta la novela es el de qué es la literatura y de qué manera opera. El propósito del libro es una impugnación del autor como entidad encumbrada; su hegemonía está haciendo mucho daño. La contradicción estriba en que al final también yo he firmado mi libro".
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