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Columna
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Cuarenta y dos golpes por minuto

Josep Ramoneda

Después de las caricaturas, las palizas. El vídeo de la brutal paliza que unos soldados ingleses propinaron a unos chavales iraquíes en Basora puede que desplace a las famosas caricaturas de Mahoma del primer plano de la actualidad. O por lo menos así debería ser si nos guiáramos por principios de elemental racionalidad. Las humillaciones a los hombres son mucho más graves que las ofensas a los dioses. Al fin y al cabo, ¿qué son éstos sino unas criaturas que los hombres inventaron para sublimar su impotencia y sus frustraciones?

El vídeo de los 42 golpes por minuto es un monumento al abuso de poder. Si una sociedad decente es aquella en que las instituciones no humillan a los ciudadanos, el ejército británico queda marcado con el sello de la indecencia. El vídeo es una exhibición de la cultura de la muerte: el odio al enemigo se convierte en el gusto de destruirlo. La voz del sargento que dirige la hazaña es un impresionante testimonio del peligro que el ser humano lleva dentro: el dolor y la humillación del otro como fuente de excitación y placer. Su voz se retuerce de satisfacción ante el espanto de la víctima. Todo acontece en un clima de enorme normalidad: los demás soldados que entran en el recinto pasan junto a la víctima sin conceder ninguna importancia a lo que están viendo, como si fuera una escena ya vista. Precisamente porque los humanos estamos hechos de un material que puede derivar fácilmente hacia el horror, la guerra es algo que sólo puede justificarse muy excepcionalmente. La guerra, al fin y al cabo, es una forma de optimización de las pulsiones criminales de la especie.

Tony Blair ha anunciado una investigación en profundidad. No creo que sea necesario descender hacia el centro de la tierra para investigar este caso porque el infierno está perfectamente reflejado en las imágenes. Pero además, Blair ha aprovechado para destacar: "La inmensa mayoría de las tropas británicas se han comportado adecuadamente (...). Están haciendo una gran labor por nuestro país y por el resto del mundo". Adecuadamente. Blair ha tenido el cuidado de no emitir un juicio más positivo porque sabe que hay situaciones en que la barrera entre el bien y el mal se desvanece con suma facilidad. ¿Qué es lo adecuado en una guerra? Quizá los soldados implicados en la paliza piensen que estaban haciendo lo adecuado. El problema está en la guerra. El soldado que entra en guerra ha de estar listo para matar. Y para ello hay que prepararle psicológicamente: hay que ponerle en posición de combate. No basta la importancia de la misión, es necesario destruir al enemigo, despojarle de su condición humana para convertirlo en una rata que exterminar. Y una vez que se ha metido en la cabeza de los soldados el odio necesario para ver al otro como un indeseable al que se debe destruir, no hay motivos para sorprenderse de que se llegue a situaciones como las del vídeo. Son una consecuencia natural de la adición del odio inducido y del miedo reprimido. Tony Blair hará bien en ser prudente porque es más que probable que éste no sea un caso aislado. Y lo más lógico es que las atrocidades de guerra le persigan mientras esté en el poder.

¿Se puede edulcorar esta cruel realidad con el argumento de la "gran labor" por el país y por el resto del mundo? Las guerras justificables -no me atrevo a decir justas- son aquellas que entran dentro del concepto de legítima defensa. Como los individuos, los países tienen derecho a defenderse ante un ataque real o una previsión muy fundada de amenaza grave. Ninguno de los dos casos se daba en la segunda guerra de Irak. La única amenaza real que el debilitadísimo régimen de Sadam Husein significaba era para la propia población iraquí, a la que pertenecen los jóvenes apaleados por los soldados británicos y la mayoría de las víctimas de esta guerra. ¿Era una guerra el medio adecuado para liberar a los iraquíes de su dictador? ¿Por qué este pueblo merecía ser liberado y otros no? ¿Quién decide a quién hay que liberar? En cualquier caso, no fue ésta la razón de la guerra. Se quiso presentar como guerra preventiva lo que sólo era una guerra para atemorizar, para hacer creer al mundo que el imperio americano no está en decadencia. Pero los argumentos oficiales eran falsos, con lo cual todo el montaje se ha caído en pedazos. Si era mentira que Saddam Husein tuviera armas de destrucción masiva, si era mentira que amparara a Al Qaeda, ¿cómo justificar lo que el ejército inglés está haciendo en Irak? Tony Blair, a la defensiva, ha optado por el eufemismo: una gran labor. José María Aznar, que parece no haberse enterado todavía de que su partido perdió el poder por mentir, prefiere reincidir en la mentira: la guerra ha impedido una alianza entre Saddam Husein y los chiíes iraníes. Es la mentira compulsiva. Aznar está dispuesto a pasar por ignorante antes que reconocer su error.

Si las caricaturas dieron pie a una ofensiva política por parte de Siria e Irán, especialmente, que organizaron las respuestas violentas, las atroces imágenes de Basora serán, sin duda, aprovechadas por las organizaciones terroristas que han encontrado en Irak un campo de batalla que no tenían. Y aumentarán la confusión entre la resistencia y el terrorismo importado. Pero, sobre todo, añaden más dificultades a un proceso de pacificación de una zona que la guerra de Irak ha acabado de convertir en explosiva. El argumento geopolítico para defender aquella guerra era convertir a Irak en plataforma occidental para controlar la sucesión en Arabia Saudí y la evolución de Siria e Irán, y crear un clima que favoreciera la resolución del conflicto palestino-israelí. Pero la guerra es una cosa demasiado seria como para jugar al cuento de la lechera. De momento, el cántaro esta roto. Y todo está por recomponer. El vídeo de Basora no tiene por qué sorprender a nadie: es una consecuencia de la cultura de la guerra. La desesperada cultura a la que casi siempre se aferran los grandes poderes en declive. Difundir este vídeo es la mejor manera de explicar a la gente que la guerra sólo puede ser un recurso extremadamente excepcional. Cuarenta y dos golpes por minuto contra la guerra.

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