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Reportaje:CECILIA BARTOLI

La voz prodigiosa

Pudo ser bailaora flamenca. Pero hoy es la mejor 'mezzosoprano' del mundo. Una auténtica diva de la ópera que envuelve con su voz cálida y llena de matices. El próximo martes incia una gira por España en la que interpretará arias barrocas. Toda una lección de canto.

Jesús Ruiz Mantilla

Iba para bailaora de flamenco, pero decidió cambiar el rumbo de la energía que le demandaban sus piernas para el taconeo y enviarla directamente a la garganta. Si esa fuerza es la misma que Cecilia Bartoli emplea hoy para el canto que la ha convertido en la número uno de la ópera mundial, probablemente hayamos perdido toda una Carmen Amaya.

Sin embargo, los melómanos han salido ganando con aquella decisión, está claro. Porque la cantante romana es un prodigio y el ejemplo máximo del divismo moderno, el adaptado a los tiempos, mucho más duros y exigentes hoy día que en el pasado, pese a lo que opinen muchos nostálgicos, porque la competencia aprieta cada vez más y se van abriendo campos infinitos en el arte lírico, desechados antes por imposibles.

"Técnica y expresividad es la mezcla perfecta. Si cantas sólo con técnica, pero sin corazón, no haces música, haces gimnasia"
"El flamenco me enseñó cómo controlar mi cuerpo, a darle la libertad en el escenario. Es un arte muy profundo"

Cada disco de Cecilia Bartoli es un acontecimiento; cada actuación, más, y no digamos si, como en España, hace 15 años que no se la ve por un escenario. Eso cambiará a partir del próximo martes, 14 de febrero, ya que la soprano comienza en Valladolid una gira lenta pero segura que la llevará a Madrid, Barcelona, Pamplona, Bilbao y Valencia. Bartoli recuerda la última vez que estuvo por España, "en el ciclo de Antonio Moral", dice refiriéndose al de lied del teatro de la Zarzuela de Madrid que programaba el que hoy es director artístico del Teatro Real. ¿La razón? Cuentan que su caché se disparaba.

Tampoco la cantante se prodiga mucho que digamos. No hace más de dos producciones de ópera al año, y es más fácil escucharla en un concierto de arias barrocas como los que interpretará en su gira española, en los que tiene previsto abordar piezas relacionadas con su último disco, Opera proibita (Decca), grabado junto a Marc Minkovski y su grupo, Les Musiciens du Louvre.

Hay un antes y un después en la historia discográfica de Cecilia Bartoli (Roma, 1966), y probablemente en la historia discográfica de la música clásica desde que la cantante grabara The Vivaldi album, con Il Giardino Armonico. Su voz, que había brillado en repertorios belcantistas, sobre todo con títulos de Rossini como La cenerentola o Il turco en Italia, y con Mozart, del que ha abordado la mayoría de sus papeles, pasó de manera sorprendente y arrebatadora a marcar un antes y un después en la música barroca convirtiéndola en un fenómeno con futuro en la era de la globalización. A The Vivaldi album, que vendió millones de copias en todo el mundo y consiguió premios como el Grammy, le siguió Gluck, the italian arias, otro dedicado a Salieri y ahora Opera proibita, que ya ha batido récords en todas partes y hasta ha entrado en las listas de los más vendidos en países como Francia, algo impensable para los artistas clásicos.

¿El secreto? Aparte de la calidad musical y de las propuestas arriesgadas, porque son discos que recuperan repertorio que a veces no se había ni grabado, está en esa concepción de la música clásica desde una perspectiva completamente moderna, que convierte a Bartoli en una figura que mantiene a flote un término a veces denostado como el divismo, de una manera consecuente con los tiempos.

La concepción de Opera proibita es todo un ejemplo de ese divismo moderno. Se trata de una provocación. Es un disco con piezas consagradas a una época, la primera década del siglo XVIII, en que la ópera estaba prohibida en Roma. Así lo había decidido el papa Clemente XI con una excusa poco convincente para muchos. Algunos desastres naturales habían asolado el país y era necesaria una penitencia que calmara la ira divina. Otros creen que había que poner coto a un espectáculo que para los bienpensantes estaba degenerando y permitiendo muchas licencias.

Esa trama, ese contexto, sirve a Cecilia Bartoli para diseñar un disco con piezas de Haendel (1685-1759), Alessandro Scarlatti (1660-1725) y Antonio Caldara (1670-1736), en el que interpreta arias que estaban reservadas para cantantes castrati, hombres con voz femenina, ya que, además, las mujeres no podían cantarlas en público. Si a eso le unimos que la cantante se ha disfrazado de cura para fotografiarse frente al Vaticano con un escote bien visible a lo Anita Ekberg y a que rememora y relaciona aquella época con la Dolce vita del gran Fellini, la provocación está bien servida en bandeja elegante.

Pero, aparte de todos esos elementos audaces y llenos de picardía, un atributo que se le descubre a Bartoli al rato de estar sentado junto a ella, hay algo que sólo la cantante aporta: una voz y un arte prodigiosos. Lo demostró en la presentación del disco en Roma, donde ofreció un recital de una hora que fue también una provocación de artista de altura. Por el escenario -eligió una iglesia renacentista construida sobre un templo romano en mitad del Foro- y por elasticidad y la forma de cantar, en la que alternó una bravura casi sobrenatural con una delicadeza y una hondura que la hacían entrar en trance en piezas como 'Lascia la spina, cogli la rosa', de Il trionfo del tempo del disinganno, de Haendel, o 'Caldo sangue', de Sedicia, re di Gerusalemme, de Caldara, que dejaron a la concurrencia boquiabierta.

Llegará a España despacio, al ritmo que su cuerpo puede soportar, sin estrés ni acelerones, porque Bartoli no viaja en avión. Cuando cruza hacia América lo hace en barco y le gusta disfrutar de los paisajes, las comidas y las gentes, a las que escucha entornando sus cejas negras de vivaracha ragazza romana y clavando unos ojos oscuros muy expresivos con los que ayuda a comprender cada respuesta que da alternando el italiano y el español, un idioma que aprendió hace tiempo a base de cante jondo.

Desde la ventana del escondrijo situado en el Foro donde le han dado cobijo para hacer sus entrevistas y a la que Cecilia Bartoli se asoma en las pausas, la diva observa el paisaje de algunos templos y algunos arcos de triunfo que esconden el esplendor en sus propias ruinas. "Empezamos", dice después de tomar el mismo aire que respiran Júpiter y Saturno, aunque hoy esté un poco más contaminado.

Este nuevo disco suyo de 'Opera proibita' parece un acto de justicia.

¿Un disco un acto de justicia? Me parece divertida esa apreciación.

Lo parece, de verdad.

Pues sí. Pero hay que puntualizar que este proyecto no nació en Roma. Comenzó en Zúrich después de una producción que hice junto a Marc Minkovski de Il trionfo del tempo del disinganno, de Haendel, una obra que me emociona muchísimo y que engancha mucho a un público joven. Con esta obra, Haendel me transportó a Roma, pero a la del siglo XVIII, en la que el Vaticano había prohibido la ópera como un espectáculo de diversión y también había prohibido a las mujeres cantar. Todas estas piezas estaban escritas para castrati. Lo que despierta mi curiosidad, aparte de la musical por el propio Haendel, es la de otros compositores muy activos en esa época, como Scarlatti, Caldara, Corelli. Y así empecé a trabajar y a preguntarme cómo fue posible que la música en esas circunstancias sobreviviera. Fue gracias al empuje y al amor de algunos cardenales que adoraban la ópera y que no estaban de acuerdo con aquellos que la habían prohibido por considerarla inmoral.

Pecado.

Eso, pecado, pecado. Estos cardenales melómanos empiezan a escribir textos, inspirados en la Biblia, en temas alegóricos, sagrados, para que los compositores pudieran crear música, algo que hicieron dándole un aire muy real, escribiendo partituras llenas de energía, sensualidad, pasión, con contrastes, con ritmo. Así se produjo algo completamente paradójico, textos sagrados con un aliento sensual. Era algo muy ambiguo, además, porque los hombres se veían obligados a cantar personajes femeninos, a interpretar a santas.

Puro barroco.

Ah, sí. El travestismo, el placer de la ambigüedad y el ornamento.

Como ocurre hoy. ¿Por eso nos atrae tanto el barroco antiguo? ¿Porque estamos metidos de lleno en un barroco contemporáneo?

Sí, pero sobre todo es a los jóvenes a quienes más les atrae esto. Es muy joven el público del barroco. Por la estructura de la música barroca, que alterna momentos de pura melodía con ritmos muy ágiles. Es importante el ritmo.

Y la energía.

Sí, todo eso, el diálogo entre los instrumentos. Todo sorprende, todo maravilla. Arias con voces que imitan o emulan las trompetas, los oboes, los violines de una manera muy virtuosa.

Algo que estaba a la orden del día en la época de los 'castrati' y que usted parece querer resucitar en sus recitales. ¿Hay que estar muy segura de sus posibilidades para meterse en ese berenjenal?

Si tienes técnica… No te puedes meter en papeles escritos para castrati si no tienes una técnica sólida. Cuando lo hago me lo tomo como un desafío. No sé si voy a poder o no, pero lo hago porque sé que si me meto a ello mejoraré mis posibilidades técnicas y también las expresivas. Ésa es la mezcla perfecta, porque si cantas sólo con técnica, pero sin corazón, no haces música, haces gimnasia.

El lugar perfecto para estas arias son las iglesias, como la que usted eligió en Roma para presentar el disco.

Son los sitios ideales, porque se crea una reverberación, aunque no para todas las arias. Para las más dramáticas, sí; para las más rítmicas, no. La tragedia impacta más en las iglesias, esas arias en las que está presente la muerte.

Para transmitir todo eso y saltar de un estado de ánimo a otro se necesita mucho control.

Ahora puedo controlar mi voz mejor que cuando tenía 25 años. Me siento mucho más segura. El trabajo, la experiencia y el conocimiento muy exhaustivo de mi voz me ayuda mucho más ahora.

Ya, porque una voz como la suya, tan versátil, debe de ser difícil de domar.

Es difícil, cierto, pero a la vez cuentas con la certeza de que va a acompañarte siempre, que forma parte de ti. Estableces un contacto cotidiano. Puedes controlarla, pero debes hacer un viaje interior. No como si tocaras el piano o un violín, es un instrumento mucho más misterioso, el que está más cerca de tu alma, es verdad. A los pianistas y a los violinistas, muchos profesores les dicen: "Canta con el piano"; a mí me lo decían cuando estudiaba ese instrumento, y ahora comprendo mejor la frase.

Esa forma de sentir profunda deberá mucho a sus estudios flamencos.

Bueno, para el flamenco yo me quedé en semiprofesional, pero aprendí muchas cosas aparte de ésa. Cómo controlar mi cuerpo, por ejemplo. Darle libertad al cuerpo en el escenario. Hay cantantes que tienen voces maravillosas, pero no saben cómo controlar su cuerpo de esa manera. Es un arte muy profundo, el cante jondo me hace temblar.

Con sus discos barrocos, usted ha roto barreras. Pero con 'Opera proibita' parece que ha buscado más sofisticación.

Sí y también creo que lo que le hace interesante es la mezcla de compositores. La música de un alemán, un napolitano, ninguno de ellos era romano, pero se encontraron aquí a principios del XVIII y han respirado y asimilado esta ciudad de formas muy diferentes para después traspasar su experiencia en ella a la música. La de Caldara es más polifónica; la de Scarlatti, más pegada a lo popular, con arias virtuosas, incluso marciales, porque Roma seguía siendo una ciudad militar, pero al tiempo de paz y armonía.

También con 'Opera proibita' ha buscado provocar. No hay más que recordar su presentación en una iglesia, pero construida encima de un templo pagano. ¿Fue casualidad?

Es una iglesia que no es del Vaticano, pertenece a otra orden, la farmacistica; para mí, eso era importante. El que estuviera sobre un templo pagano, también.

Tiene su gracia.

Ja, ja. Sí. Exacto, lo sublime y lo carnal.

Y esa foto vestida de cura, frente al Vaticano. Tira usted con bala.

Quería visualizar Roma en clave moderna. Éste es un proyecto que no gira en torno a un compositor, sino a un tema. Elegí a Fellini para inspirarme en su imagen que rinde homenaje al barroco. Anita Ekberg va a la Fontana de Trevi, que es una fuente barroca, y también la vemos caminar en la Roma barroca. Pero hay también un paralelismo histórico, porque en los años cincuenta, a Pío XII no le gustaba la vida nocturna y Fellini pretendía reivindicar la libertad, por eso su película fue criticada, para muchos era un escándalo, una película inmoral, anticatólica, como pasaba con la ópera en el XVIII. Hoy tiene el paralelo. También había cardenales que se pusieron a favor. Encajaba perfectamente con lo que yo quería transmitir.

Vamos, que le gusta provocar.

Sí, pero es que muchas de las cosas que hemos utilizado para este disco lo son de una manera muy palpable. En Il trionfo de la inocenza, de Caldara, el personaje de Santa Eugenia es una mujer que se hace pasar por monje. Una persona conoce su identidad, pero hay una mujer que se enamora de él, del que cree que es el padre Eugenio. La música dice "Arrepiéntete, arrepiéntete", pero la música no refleja esa intención, busca un conflicto. El máximo de la ambigüedad era además que todo esto lo cantaban hombres, y hablamos del siglo XVIII, no de 2006. Imagínese lo que el público podía sentir, increíble. Me divierte. Por eso yo he querido disfrazarme para las fotos como si fuera el padre Eugenio. El travestismo es parte del divertimento, como la Ekberg.

¿Qué piensa el papa Ratzinger de todo esto? ¿Ha habido bronca?

Mire, éste no es un proyecto contra el Vaticano. No. Son hechos históricos, y el Vaticano debe aceptarlo. Yo no estoy aquí para juzgar a nadie. Además, el papa Ratzinger ama la música. Sí, sí, es pianista y su hermano dirige un coro. No pasa nada. Nadie lo va a prohibir.

Aunque quisieran, no podrían.

Imposible. El arte es como el agua. En la portada del disco hay mucha agua porque es algo simbólico. Las dos cosas encuentran la manera de sobrevivir.

Antes de la presentación, ¿cuánto tiempo hacía que no entraba en una iglesia?

¿En Roma? Muy poco. Aquí es imposible, hay más iglesias que casas.

¿Pero es creyente?

Soy cristiana, pero sobre todo creo en la energía de la naturaleza, escucharla es muy importante. El problema llega cuando crees que vas a ser inmortal.

¿Por soberbia?

Por eso y por esa obsesión con la inmortalidad, la belleza, la juventud. La juventud, qué manía. Viene y va, pero aquí estamos empeñados sólo en que venga.

Sobre todo en esta ciudad, donde se ve mucha gente operada.

Sí, pero son americanos. En Italia, ahora, con el euro, no nos da para operaciones.

Este proyecto suyo ¿representa una manera de fijar un divismo moderno? ¿Busca maneras diferentes de abordar la música a como lo hacían las divas del pasado?

Sí, pero si hablamos de Callas, yo me siento contemporánea de ella en la manera de entender el divismo. También recuperó muchos títulos belcantistas que no se atrevía a hacer nadie en los años cincuenta. En un disco como éste hay un aspecto artístico importante, pero también de divulgación cultural. Es muy importante, algo así en mitad de un mundo en el que todo tiende a la comercialidad. Los intérpretes debemos ser también pedagogos.

Además, por ese camino también se venden discos.

Sí, lo importante es creer en el proyecto. Si el proyecto está hecho con pasión, la gente lo capta.

Hasta por Internet, donde usted está disponible en iTunes. ¿Navega por la Red? ¿Se baja sus cosas? ¿Peca?

Nooo. Nada. He hecho mi debut tecnológico, pero en eso estoy anticuada. Soy una diva contemporánea, pero que escribe con bolígrafo. No tengo ordenador, tengo esta agenda, que es como si fuera uno. No navego por Internet, tengo una oficina que lo hace por mí. Ésos son viajes planos, y a mí me gustan en tres dimensiones.

¿El divismo debe estar ausente de riesgo?

Divismo es una palabra con mala fama, pero yo defiendo la posibilidad de transmitir nuestro gran don, nuestra gran pasión por la música de forma grande. Los intérpretes somos traductores de emoción entre el compositor y quien escucha, damos la posibilidad de compartir esa sensación.

Pero para hacerlo bien no sólo hay que mantener un compromiso con el arte, conviene tenerlo también con la vida y con lo que nos rodea. Los músicos italianos son muy reacios a hablar de política, por ejemplo. Usted, ¿qué opina de Berlusconi?

A mí me causa sorpresa que Berlusconi haya perdurado en el poder. En otros países europeos es impensable que un magnate que domina los medios de comunicación gobierne un país.

¿Una locura?

Sí, incomprensible. Que sea bueno o mal político, es otra cosa. Pero este monopolio…

Ahora vuelve a España. Después de 15 años. Pero, ¿no le da vergüenza?

No comment… Me da tanta vergüenza que ahora he puesto remedio y será la primera gira para una presencia más constante, y además tengo el presentimiento de que va a salir muy bien.

A lo mejor hasta encuentra repertorio desconocido porque algunos están sacando verdadero petróleo.

Como Savall y María Bayo, que ha hecho zarzuelas barrocas con Christophe Rousset.

¿Sigue sin coger aviones?

Sí, ahora vuelvo a América en barco. Voy a atravesar el Atlántico y voy a llegar a Nueva York fresca como una rosa [dice en español], sin cambios horarios. Viajando así noto una diferencia enorme para el cuerpo y para la voz. El jet-lag es terrible.

¿Con qué disfruta?

Con la vida, con la música que no hago yo. Me gustan las cosas que no puedo hacer cuando trabajo. Ir al mercado, al cine, a la playa, estar con mis amigos. Cocinar.

Eso es serio.

Ah sí, ni jet-lag ni fast-food.

¿Cocina barroca?

No, la cocina simple, nada artificiosa. Barroca sólo la presentación. Cocina mediterránea, con materia prima auténtica, de la que ya no existe, cocina sana, pescado, pasta. Pero hace falta tiempo, tiempo para comer, para hablar. Porque ahora las familias no se hablan, van del ordenador al sándwich, nadie conversa.

¿Por qué será?

Porque tenemos miedo.

¿Ah, sí?

Sí, miedo de hablar. La gente se pasa ocho horas delante del ordenador. Su vida es el teléfono y el ordenador todos los días. No hay posibilidad de hablar. Hemos perdido las plazas, nos sentamos en casa a ver la televisión, los programas de Berlusconi, y esto es muy malo. Por eso es fundamental el teatro, la ópera; se convierte en un momento sagrado, de compartir emociones, es una experiencia trascendental que nos permite salir de la cotidianidad.

Tampoco se habla en el teatro.

Ya, pero lloramos juntos.

Cecilia Bartoli canta en Valladolid el próximo martes. En Madrid, el 17, en el Teatro Real; el 19, en el Palau de la Música de Valencia; el 23, en Barcelona; en Pamplona, el 25, y en Bilbao, el 28.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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