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Columna
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Tabaco y amistad

Andaba Juan Urbano enredado en los conceptos fundamentales de Heidegger cuando esta larga sentencia del pensador alemán cayó sobre sus ojos como una ardiente gota de cera: "Lo que procede es que nos adentremos en la escucha de aquello a lo que nosotros mismos pertenecemos, allí donde la meditación nos conduce mediante las preguntas, si es que todavía pertenecemos a alguna parte; pero también, y aunque sólo sea para presentir adónde podríamos pertenecer, es preciso experienciarnos a nosotros mismos". O sea, que ojo al parche y, como suele decirse en las manifestaciones: no nos mires, únete.

A nuestro héroe favorito de los jueves, el tal Martin Heidegger siempre le había parecido un poco facha, y tal; pero como su amor por la Filosofía era tan sincero y, además, aquella mañana se había levantado completamente empírico, Juan decidió probar esa teoría en su propia piel. Adentrarse en la escucha de aquello a lo que él pertenecía era fácil: no tuvo más que repetir lo que hacía siempre, que era cerrar los ojos y repetirse el nombre capicúa de su amor como quien hace sonar unas campanas. En cuanto a la segunda parte del mandamiento de Heidegger, la cuestión estaba clara: no había más opción que echarse al monte, por lo que Juan se puso el abrigo y salió a las frías calles de Madrid dispuesto a experienciarse todo lo que hiciera falta. ¿Se encaminaba quizás el valiente Urbano a un callejón sin salida, ausweglosigkeit en alemán?

Sin embargo, la cosa fue muy sencilla, porque en cuanto pasó por delante de tres o cuatro bloques de oficinas se dio cuenta de que su puesto estaba entre los fumadores, esa especie de ángeles con alas de humo que la nueva ley contra el tabaco había expulsado de sus paraísos y que ahora, en sus ratos libres, le daban a la cajetilla, con cara de mártires, a las puertas de sus trabajos. Juan nunca había fumado, lo cual, "heideggerianamente" hablando, era perfecto: no tenía más que infiltrarse en uno de esos grupos y en cuestión de tres caladas se habría librado de sus prejuicios o voraussetzungen, para pasar de la meditación o besinnung, al sentido o sinn, a través del camino de la controversia, o auseinandersetzen. Más claro, agua.

Es curiosa la manera en que los problemas compartidos fomentan relaciones entre personas que, de otra forma, tal vez jamás se habrían acercado unas a otras. Porque eso era justo lo que Juan descubrió en cuanto se añadió a algunos de los corros de fumadores que se aliviaban a la entrada de los edificios: la mayor parte de ellos no se trataban de antes, sino que se habían ido acercando a causa del destierro compartido, como si fueran exiliados en una misma isla que, al atardecer, se acercasen a la orilla del mar para ver nadar a los tiburones.

Es que las desgracias unen mucho, como sabemos cualquiera que hayamos estado, por ejemplo, ingresados en un hospital: a los dos días de compartir con el desdichado de al lado termómetros, sopas sin sal, enfermeras que son medio santas y medio Hitler y uno de esos camisones verdes que te dejan el culo al aire y la autoestima tres puntos por debajo de la de Kafka, ese infeliz ya no es el señor o la señora de al lado, sino nuestro camarada, casi nuestra alma gemela.

Pues con los fumadores ocurre lo mismo, y Juan Urbano meditó profundamente, a lo largo de aquella mañana, sobre el modo en que las prohibiciones fomentan la aparición de guetos, si lo vemos desde el lado trágico, o de simples clubes, si lo vemos de un modo algo más deportivo. Y también descubrió, en las miradas irónicas, triunfantes o condescendientes que muchos le echaban, al entrar o salir de los edificios, a los mártires de la nicotina, que si hay algo desagradable en este mundo es la crueldad de los sanos, la prepotencia de los virtuosos, esa legión de seres intachables que lo suelen explicar todo con la palabra vicio y a los que tanto les gusta subirse encima de los problemas de los demás para parecer más altos.

Felizmente experienciado, Juan Urbano supo que la ley antitabaco había creado una nueva tribu en la ciudad, la de los fumadores callejeros, esa gente entregada a la pasión de las nuevas amistades, y se volvió a casa lleno de asombro, befremdlichkeit en alemán. No hay mal que por bien no venga, que le dicen.

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