El discurso de Oxford
Era entonces un niño de apenas nueve años. Sabe ahora de aquellos acontecimientos por sus lecturas de estudiante de Derecho en Oxford. El primer ministro Harold McMillan y el presidente francés Charles de Gaulle se entrevistaron el 2 de junio de 1961 para debatir sobre la eventual adhesión del Reino Unido a la Europa de los Seis, el Mercado Común que antecedió a la Unión Europea. De Gaulle impuso duras condiciones a Londres: la revisión de sus estrechas relaciones con Washington y una nueva colaboración franco-británica en defensa. En julio, el presidente Kennedy lanzó en Filadelfia una propuesta audaz de asociación entre Estados Unidos y el Mercado Común, especialmente en la eliminación de tarifas y barreras comerciales. Al final se tradujo en el lanzamiento de la llamada Ronda Kennedy del GATT, el Acuerdo sobre Tarifas y Comercio, antecedente de la actual Organización Mundial de Comercio (OMC). Pero en los meses siguientes, Londres enseñó sus cartas: quería revisar a fondo la recién creada Europa Verde o Política Agrícola Común. Luego todo fue muy rápido: el 16 de enero de 1962, De Gaulle anunció su veto al ingreso del Reino Unido, y el 22 del mismo mes se firmó el Tratado del Elíseo entre Francia y Alemania, que fundó el últimamente tan denostado eje franco-alemán.
Han pasado 44 años, y en el mismo Oxford donde aprendió sus primeros rudimentos de legislación y de política europea pronunció la pasada semana un solemne y elegíaco discurso en el que evocó de forma sutil "uno de los momentos más negros de la diplomacia británica", según palabras de quien fue portavoz de la Comisión, Bino Olivi, que ha contado estos episodios tan próximos a los debates europeos de hoy en su formidable libro L'Europa diffícile. Storia politica della Comunità Europea. El lugar no podía ser más adecuado: el Centro de Estudios Europeos del St. Anthony College, que dirige Timothy Garton Ash, y es punto neurálgico del europeísmo británico, donde tiene un eco especial una pregunta que es también un lamento: ¿por qué no estuvimos en la fundación de Europa? Éste fue el lugar escogido por Tony Blair para hacer su primer discurso sobre Europa después del semestre británico, tras conseguir la aprobación de las perspectivas financieras desde 2007 hasta 2013, un éxito político que no estaba ni mucho menos descontado.
Fue, ante todo, una conferencia de reivindicación de su presidencia. Si ha habido decepción por sus resultados, dijo, es por culpa de las expectativas que creó su comparecencia en junio ante el Parlamento Europeo. En aquel discurso de inauguración del semestre, tras el no de franceses y holandeses a la Constitución y el fracaso del Presupuesto, consiguió levantar los ánimos y reavivar el sueño de una Europa protagonista. "Creo en Europa como proyecto político", dijo. "Nunca aceptaría una Europa que fuera únicamente un mercado", añadió. Pero la suya ha sido una presidencia que ha girado en el vacío, premiada al final por la aprobación del presupuesto que le exigían los nuevos socios de la Europa ex comunista.
Fue también una rectificación. No dijo adiós ni al euro ni a la Constitución, pero tomó mayores distancias con uno y con otra, en un acercamiento a las tesis de Gordon Brown, el pretendiente: el euro es el fruto precipitado de una decisión política; la Constitución ha centrado el debate en complicadas reglas de juego y no en las reformas que se necesitan. Pero, lo más importante, fue una reivindicación del papel y del liderazgo británicos en la construcción europea, que han encontrado su justificación en la ampliación de la UE hasta 25 miembros y en la perspectiva de que siga ensanchándose. En Oxford, Blair pronunció el discurso de la victoria. El Reino Unido se halla ya en el corazón de Europa. Su idea de una inmensa zona de libre comercio y de difusa cooperación política ha vencido a los proyectos continentales de unidad europea federalista. De ahí su homenaje a McMillan, el primero de los premiers que se vio sometido al dilema de "cooperar en Europa y traicionar a Gran Bretaña; o ser poco razonable en Europa, ser elogiado en casa y al final quedar sin influencia en Europa; es decir, aislamiento o traición".
Pero Blair ha tenido mala suerte. Sus reflexiones han quedado apagadas por el estruendo del choque formidable desencadenado por la mariposa famosa de la teoría de las catástrofes, que aleteó hace cuatro meses en un periódico provinciano de la península de Jutlandia. Y además, su Europa política se ha revelado tan inexistente ante esta crisis como la de Chirac.
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