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Claves de ilusión en América Latina

Eduardo Madina

Cumplidos ya 25 años del fin de las dictaduras militares en América Latina y recobrados los modelos democráticos en la región, destaca el surgimiento en los últimos años de movimientos y partidos de izquierda que, sobre un impulso político sin precedentes, colocan ante una cita histórica al conjunto del continente latinoamericano. Una nueva línea de salida, la socialización de la ilusión, queda diseñada por sucesivas victorias electorales de candidatos presidenciales de izquierda o centro-izquierda: Hugo Chávez en Venezuela (1998), Ricardo Lagos en Chile (1999), Lula en Brasil (2002), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Martín Torrijos en Panamá (2004), Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2005) y Michelle Bachelet en Chile (2006).

Deben ofrecer un proyecto propio, que vaya más allá de la oposición al modelo neoliberal

Entre los factores que explican la irrupción de estas nuevas izquierdas y su acceso al poder se encuentra, en primer lugar, el fracaso de los partidos tradicionales, incapaces de solucionar los principales problemas de la población. En segundo lugar, la revisión crítica de los postulados ideológicos y estratégicos de los partidos de izquierda tras el fin de la Guerra Fría, que ha dado nuevas orientaciones estratégicas a muchas de las fuerzas del continente que, con fuertes raíces nacionales, han terminado triunfando en toda la región.

Un tercer factor tiene que ver con el avance democrático de la zona. Dos décadas después de las primeras transiciones a la democracia, el modelo democrático ha dejado de estar cuestionado. Y este asentamiento ha sido el marco en el que se ha hecho posible el proceso de integración política de grupos sociales tradicionalmente excluidos. En cuarto lugar, el fracaso de las reformas económicas estructurales, que, sustentadas sobre políticas de disciplina presupuestaria, privatizaciones y desregulaciones, conformaban el denominado consenso de Washington. Impulsadas en los años ochenta, no sólo no lograron los resultados prometidos, sino que despertaron entre la población una profunda y generalizada insatisfacción.

Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, el crecimiento económico de la región sólo alcanzó el 1,5% de media en los noventa y los niveles de pobreza crecieron progresivamente hasta alcanzar al 40% de su población. Si a esto le unimos el estancamiento del poder adquisitivo, se puede decir que los partidos de izquierda han encontrado opciones de acceso al gobierno a partir del fracaso de aquellas políticas neoliberales. Sobre su rechazo han definido en buena medida su identidad política, y sobre la ilusión por alternativas económicas han ampliado considerablemente sus bases sociales.

No se puede decir que sean un grupo homogéneo pero, a pesar de sus diferencias, los nuevos gobiernos de izquierda en Latinoamérica tienen una serie de rasgos comunes. En primer lugar, la llegada al poder por la vía de las urnas, denominador común de la totalidad de fuerzas latinoamericanas que no sólo ya no cuestionan el modelo democrático sino que son capaces de vencer electoralmente dentro de él. En segundo lugar, la toma de conciencia colectiva y el interés por impulsar iniciativas de cooperación y acción exterior conjunta en los ámbitos político y económico, donde destacan de forma especial el fortalecimiento de Mercosur o las estrategias comunes de negociación en los organismos financieros internacionales. Tercero, la voluntad de buscar fórmulas de financiación y desarrollo alternativas como, por ejemplo, los nuevos mercados de exportación petrolífera para Venezuela, los intentos de atracción de la inversión china en Argentina o el intercambio de profesionales para cubrir determinados déficit. Cuarto, el compromiso con la aplicación de políticas orientadas a la promoción de la justicia social y la reducción de la pobreza extrema (programa Hambre Cero del Gobierno de Brasil). Quinto, la preocupación por la soberanía nacional, incluyendo el interés por dejar en manos del gobierno el control de la explotación de los recursos naturales del país.

El ascenso al poder de las nuevas izquierdas latinoamericanas es un fenómeno muy reciente, por lo que todavía es muy pronto para hacer especulaciones sobre éxito a medio plazo. El reto está en que estas nuevas izquierdas no sean transitorias y se consoliden a partir de la superación de dos importantes desafíos. En primer lugar, la oferta de un proyecto político propio, capaz de ir más allá de la oposición al modelo neoliberal. Para ello, deben idear y desarrollar políticas públicas que, en el marco de sociedades plurales y democráticas, estén orientadas a combatir la pobreza extrema y la fuerte desigualdad, como único viaje posible hacia la cohesión social. El segundo gran desafío consiste en modernizar los partidos y dotarlos de una organización y un funcionamiento internos conformes a criterios democráticos. Con ello contribuirían a corregir algunas debilidades institucionales fuertemente arraigadas en América Latina y que dejan mucho espacio a la corrupción y el abuso de autoridad.

Por ello, la oportunidad de los nuevos gobiernos de izquierda en América Latina es una cita histórica con el impulso democrático, económico y político que tan urgentemente necesita la región. De cómo resuelvan sus principales desafíos dependerá que esta generalizada socialización de la ilusión no se convierta otra vez en un nuevo desengaño.

Eduardo Madina es diputado al Congreso del PSOE por Vizcaya.

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