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Jon Lee Anderson profundiza en las "heridas" éticas del periodismo de guerra

El reportero de 'The New Yorker' inaugura la 20ª edición del máster de la UAM / EL PAÍS

Rosario G. Gómez

El periodista estadounidense Jon Lee Anderson (California, 1957) lleva media vida cubriendo conflictos bélicos. El último le llevó a Irak, donde vivió en primera fila la caída del régimen de Sadam Husein. El reportero de The New Yorker rechaza la etiqueta de "corresponsal de guerra" y se define como "un periodista que suele ir a la guerra". Durante la inauguración del curso académico de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS, que alcanza la 20ª edición, Anderson relató ayer algunas de las "heridas" éticas que ha ido acumulando a lo largo de su agitada vida profesional.

Anderson está considerado uno de los periodistas de élite de The New Yorker. Como reportero, se adentró en los conflictos bélicos de El Salvador, Angola, Sri Lanka, Afganistán o Irak. Como escritor desmenuzó el asedio y la destrucción del régimen de Sadam en el libro La caída de Bagdad, una "obra maestra del periodismo literario", según Joaquín Estefanía, director de la Escuela del Periodismo impulsada por la Universidad Autónoma de Madrid y el Grupo PRISA, editor de EL PAÍS.

Estefanía presentó a Jon Lee Anderson como un representante del "corazón del periodismo" y destacó su trabajo como tejedor de biografías de personajes únicos como el Che Guevara, Fidel Castro, Augusto Pinochet o Sadam Husein. El reportero habló ayer de El periodismo y las guerras a los alumnos de la 19ª promoción del máster y contó algunas de sus experiencias.

"Me definen como periodista de guerra aunque no me considero un corresponsal de guerra sino un periodista que suele ir a las guerras", advirtió Anderson al comenzar su intervención. Recordó que cuando era joven toda su aspiración era "ir donde se forjaba la historia". En los años ochenta sintió la llamada de América Latina y acudió allí con el utópico propósito de "combatir la injusticia". Contó que en Nicaragua recibió su primer disparo y la inexperiencia le llevó a estar más pendiente de conservar sus calcetines mientras llovían balas a su alrededor que de ponerse a salvo. Entonces tampoco supo cómo actuar ante las listas de personas que los guerrilleros elaboraban para luego ejecutarlas.

Aquel episodio fue su primera lección: "Lo importante es entender que hay desafíos éticos y morales que van a salir al camino. Sin anunciarlo. Y a veces sólo tienes un minuto para tomar una decisión. Puede ser correcta o incorrecta, y con ella has de vivir el resto de tu vida".

En Gaza fue utilizado como escudo humano en un tiroteo entre palestinos e israelíes y salvó su vida, "en diez segundos", cuando acertó a identificarse, en lengua árabe, como periodista. Pero advirtió: "Uno va protegido con la idea de que es periodista, una persona neutral, y que le van a perdonar la vida. Y no es así. Todos los días vemos que secuestran a periodistas en Irak".

Anderson cree que los profesionales deben desarrollar un sexto sentido y tener intuición. Esto implica, en su opinión, aprender la humanidad del otro, vencer el miedo y mantener una posición ética irreductible. El reportero reconoció que a lo largo de su vida ha ido acumulando heridas que se mantienen abiertas toda la vida, aunque afirmó que no le provocan pesadillas. "Es parte de la vida. Lo asumo. Estas cosas suceden en la guerra. Hay que aprender a forjarse ética y moralmente para soportar las heridas".

Con la experiencia adquirida a lo largo de los años, Anderson se considera "capacitado para acudir a situaciones extremas" y animó a los periodistas de la 19ª promoción de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS a "mantener la curiosidad intelectual y dejar atrás el bagaje cultural" para situarse en el lugar del otro. "Esto es importante para el periodismo, porque se consiguen historias siendo abierto y sincero". Relató que cuando llegó a Bagdad trató de ir con "una pizarra limpia. Quería verlo por mí mismo. Llegué y escuché historias. Desterré los prejuicios y compartí sus vivencias".

El presidente del Grupo PRISA, Jesús de Polanco, elogió la trayectoria de Anderson y dijo que "del buen periodismo no sólo depende el futuro de los medios de comunicación sino también la calidad de la democracia". Defendió la "calidad" de la prensa escrita como fórmula para garantizar su supervivencia ante el empuje de los nuevos medios nacidos de la revolución digital. Polanco aseguró que la Escuela de Periodismo es "un proyecto estratégico" del Grupo PRISA.

Jon Lee Anderson, en primer plano, junto a la vicerrectora de la UAM Amelia Caballero; el presidente del Grupo PRISA, Jesús de Polanco; el rector de la UAM, Ángel Gabilondo, y el director de la Escuela de Periodismo, Joaquín Estefanía.
Jon Lee Anderson, en primer plano, junto a la vicerrectora de la UAM Amelia Caballero; el presidente del Grupo PRISA, Jesús de Polanco; el rector de la UAM, Ángel Gabilondo, y el director de la Escuela de Periodismo, Joaquín Estefanía.RICARDO GUTIÉRREZ

20 años de historia

La Universidad Autónoma de Madrid y el Grupo PRISA unieron sus fuerzas hace 20 años para poner en marcha la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS. Por sus aulas han pasado casi 800 licenciados universitarios que, convertidos en periodistas, "ahora compiten en el planeta informativo español y latinoamericano", resumió ayer Joaquín Estefanía durante el acto de entrega de diplomas a los 40 alumnos de la 19ª promoción.

Estefanía, que dirige la Escuela de Periodismo desde 1993, sostuvo que la profesión atraviesa por un momento "crítico", ya que los medios tradicionales están perdiendo audiencia. Recordó que los jóvenes cada vez acuden más a los medios virtuales y dijo que si Ana Frank escribiera hoy su diario lo haría en Internet, un soporte a través del "cual podría haber burlado la censura de los nazis". Ante la proliferación de blogs y bitácoras en la Red, Estefanía planteó la necesidad de crear periodistas que atiendan a los medios convencionales y a los alternativos.

El rector de la UAM, Ángel Gabilondo, aseguró que la alianza entre el centro universitario y el periódico tiene una faceta social: formar personas competentes. Y dijo que la escuela es "un lugar estrecho de paso, estricto, exigente y de aproximación. Un lugar donde se estrechan los afectos y las relaciones".

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