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Columna
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Sin pulso

Puede afirmarse, como hace un mes lo hacía el lehendakari, que la Propuesta del Nuevo Estatuto Político (vulgo, plan Ibarretxe) "ha tenido la virtud de abrir el camino para que otras naciones del Estado reivindique sus derechos", pero parece bálsamo de poca enjundia lo de imaginarse la primera piedra que al caer provoca la avalancha. Quien no se consuela es porque no quiere. A la hora de la verdad, y tras un quinquenio elaborando procelosamente proyectos estatutarios (o así) y acaparando toda la atención pública y política, se nos van adelantando los valencianos y los catalanes. ¿Nos quedaremos a la cola? Pues no es lo mismo ser los primeros que el farolillo rojo, sobre todo si uno se pretende pionero.

Lo sucedido con el Estatut sirve como contramodelo del proceso que se siguió en el País Vasco con el NEP (Nuevo Estatuto Político). Conviene recordarlo por si sirviera, pues éste desembocó en el rosario de la aurora y aquél está llegando a buen puerto. El punto de arranque del texto catalán no eran elucubraciones ideológicas de parte, sino el Estatuto real, el vigente. No se partía de abominar del régimen autonómico actual y recriminar a todos sus partidarios, sino de lo contrario. Se buscó en serio un acuerdo entre todos los grupos parlamentarios, no sólo los de la cuerda. Hubo un pacto entre casi todos los partidos (menos uno), con un respaldo muy mayoritario (no la mitad más uno de los votos del Parlamento, sino el 89 %, 120 de 135). Tal consenso implicaba a partidos nacionalistas y a otros que no se definen como tales. Resulta probable que el texto que salió del Parlamento fuese inconstitucional, pero también resulta claro que la mayor parte de sus mentores no lo pretendían así. Por lo que se ha visto -y al margen de los delirios de la derecha batasunizada que ahora busca firmas para pedir referendos, qué cosas-, no buscaban que reventase la Constitución en función del sostenimiento a ultranza de las creencias propias. Lo sucedido, con sus más y sus menos, ha demostrado que desde el nacionalismo catalán se buscaban acuerdos, no demostraciones de purezas esenciales; y, efectivamente, que se entendía que la negociación puede ser una voluntad y un instrumento político... siempre que no se suponga que la negociación consiste en la obligación ajena de doblegarse ante las posturas propias.

No resulta verosímil, sin embargo, que estas enseñanzas sirvan de nada para el País Vasco pues aquí la política se caracteriza por la contumacia.

De otra parte, tampoco el texto que se está rematando para Cataluña aportará mucho para nuestro uso, pues en lo sustancial el autogobierno catalán que se propone está muy por detrás del que disfruta hoy el País Vasco (véase la cuestión financiera). Sí figura el nombre de "nación" en el preámbulo del proyecto, pero no resulta probable que al nacionalismo vasco, siempre velando porque no se use el nombre de nación en vano, le gustase una mención similar en el Estatuto del País Vasco. Prefiere hablar del Pueblo Vasco, de la identidad y de la "territorialidad" más allá de los territorios estatutarios, además de que no suele considerar que formen parte de la nación vasca los vascos no nacionalistas.

Mientras en otros lares el mundo avanza, el País Vasco parece haberse parado, con una atonía política que se desconocía en décadas. ¿El final de los sobresaltos que venían del Gobierno constituye el primer síntoma de la normalización? Quizás, pero el problema es que tenemos un Gobierno que se formó para armarla y ha dado en calma después de la tempestad. Así que no sabemos bien dónde estamos. Nada sugiere que el Consejo Político formado por los tres que forman el Gobierno sirva como amago de iniciativa o de novedad. Ni siquiera los suyos aparecen entusiasmados por la gesta. Y al fracaso del NEP no sucede ninguna nueva idea estatutaria. Quedamos condenados al limbo: ni chicha ni limonada.

Toda vez que la lasitud que nos fustiga parece a contravoluntad del Gobierno y no producto de sus convicciones íntimas, la vida pública de los vascos está adquiriendo un tono macilento. Decayeron los proyectos del pasado y no hay propuestas de futuro. Estamos a verlas venir. ¿Vendrá? Ya veremos.

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