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Tribuna:DEBATES DE SALUD PÚBLICA
Tribuna
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El reto de una vejez saludable

Que el envejecimiento comporta un incremento de las necesidades de atención sanitaria es bien sabido. Las encuestas de salud y el análisis del consumo sanitario muestran que son las personas mayores las que más ingresan en los hospitales, acuden más a la atención primaria y, sobre todo, consumen más medicamentos y productos sanitarios.

El declive de las capacidades fisiológicas es un proceso gradual que se inicia pronto y, aunque el desgaste biológico supone mayor vulnerabilidad, no implica forzosamente padecer enfermedades letales. De modo que se puede confinar la morbilidad irrecuperable a las últimas etapas de la vida. Lo que Fries llama la compresión de la morbilidad, algo que ya hemos podido observar en los países ricos en los que durante el último medio siglo la senectud se ha retrasado entre una y dos décadas. Fenómeno atribuible a las intervenciones sanitarias adecuadas, pero al que han contribuido también decisivamente otros factores ambientales, sociales y económicos.

La atomización de los servicios menoscaba la eficiencia y favorece las omisiones porque la responsabilidad de la atención se diluye

Pero el retraso de la senectud no se acompaña de una menor demanda de servicios sanitarios, lo que no sólo es debido a las necesidades asistenciales, sino que en gran manera depende de la introducción de innovaciones y de la propia dinámica de crecimiento del sistema sanitario. Cabe pues preguntarse si la orientación de los servicios y la forma en que se organizan responden adecuada y eficientemente a las necesidades de salud de las personas mayores.

Los cambios en los patrones epidemiológicos, caracterizados por el predominio de las enfermedades crónicas, muchas de las cuales son literalmente incurables, se han producido a la vez que otras transformaciones sociales. La familia extensa ha desaparecido, y las redes informales que configuraban las comunidades tradicionales también. La incorporación, en nuestro caso lenta, pero también inexorable, de las mujeres al mercado laboral implica una reordenación del entramado social que todavía hoy exige un desproporcionado esfuerzo femenino, algo injusto e insostenible.

Los problemas de salud de las personas mayores se agudizan como consecuencia de las condiciones en las que viven buena parte de ellas. Sobre todo las que se han quedado solas, las que disponen de pocos recursos económicos y aquellas cuyas viviendas no están adaptadas a las limitaciones físicas. Lo que aumenta la dependencia.

Aun sabiendo que los sistemas sanitarios se deben adaptar a la situación demográfica, sociológica y epidemiológica, la atención médica sigue fuertemente influida por el paradigma biológico de la enfermedad que, no se puede olvidar, ha cosechado espectaculares frutos en términos del progreso médico.

El conocimiento de las enfermedades permite plantear de forma lógica su abordaje terapéutico y también el preventivo. Pero si el conocimiento es un objetivo suficiente para la ciencia, no es más que un instrumento para la medicina. Que se queda cojo si no se acompaña de una disposición práctica para la atención sanitaria y de las destrezas y habilidades necesarias para llevarla a cabo.

Cuando, como ocurre a menudo a las personas mayores, se acumulan dolencias y trastornos -cuyas consecuencias se acentúan debido a las condiciones de vida de los ancianos- no basta con atender, una por una, cada enfermedad. La experiencia del paciente no es el equivalente a la simple suma de sus padecimientos. Es algo más y diferente. De ahí que deberían ser los pacientes -en su entorno cotidiano- sujeto y objetivo del sistema sanitario, para mantener y, si es posible, mejorar su calidad de vida. Lo que requiere, desde luego, un abordaje global y conjunto.

En el mismo sentido de buscar soluciones a cada una de las enfermedades, el crecimiento de los sistemas de salud ha consistido en multiplicar los dispositivos asistenciales, sin que haya aumentado paralelamente la integración entre ellos. La fragmentación comporta repeticiones y solapamientos con flagrante menoscabo de la eficiencia. Pero la atomización también favorece las omisiones, entre otras razones, porque la responsabilidad de la atención se diluye.

A la carencia de una perspectiva efectivamente dirigida a las personas, se suma la falta de una adecuada orientación comunitaria, lo que disminuye parte del efecto potencialmente benéfico de las actividades médicas y, lo que es peor, puede llegar a ser perjudicial. La mitad de las personas mayores de 75 años declaran tomar tres o más fármacos en las dos semanas anteriores a la encuesta nacional de salud de 2003. Lo que aumenta la probabilidad de errores en la administración de los fármacos o en la posología, sobre todo si la memoria flaquea y la persona anciana vive sola. Ello comporta además el riesgo de interacciones, buena parte de las cuales resultan difíciles de prever ya que los ensayos clínicos raramente pueden estudiarlas.

Por otro lado, cada vez son más frecuentes las demandas críticas por la agudización de alguna enfermedad o por el abandono de un familiar, frente a las cuales es habitual la respuesta precaria y un carrusel de derivaciones. De ahí la necesidad de la integración de las intervenciones sociales, la protección de la dependencia y las actividades sanitarias.

Un planteamiento del que toda la población se podría beneficiar, puesto que la mayoría de los problemas de salud son consecuencia de la interacción de múltiples causas de origen biológico, ambiental y cultural. Los estilos de vida saludables, que no sólo se refieren a los comportamientos de las personas, dependen, en buena parte, de las circunstancias sociales. Por lo que se debe prestar más atención a las actividades de promoción y protección de la salud de carácter comunitario. Un empeño que requiere la movilización de la salud pública como nexo entre los servicios sanitarios y el conjunto de la sociedad.

Andreu Segura. Profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona asegura@ies.scs.es

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