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Cavaco promete lealtad al Gobierno

Un presidente conservador y un primer ministro socialista tratarán de sacar a Portugal de la crisis

Aníbal Cavaco Silva, de 66 años, primer presidente democrático del centro-derecha portugués tras ganar las elecciones del domingo con 2,7 millones de votos y un ajustado 50,6%, se comprometió en la madrugada de ayer, durante su primer discurso como jefe de Estado electo, a colaborar lealmente con el Ejecutivo socialista, que gobierna con mayoría absoluta.

Cavaco afirmó que conoce las virtudes de la estabilidad y promoverá "consensos amplios". El primer ministro, José Sócrates, que trató de minimizar los daños del desastre, afronta ahora tres años y medio de cohabitación con Cavaco en medio de una crisis gravísima, con el déficit público desbocado y el paro subiendo, mientras la división se acentúa en su partido tras el segundo puesto obtenido por el candidato "rebelde", Manuel Alegre, que relegó al tercero a Mário Soares.

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"El Estado no debe ser feudo de los que ganan"

Tras dos meses de campaña agotadora y bastante plúmbea en general, el pueblo portugués diseñó unos resultados sensatos y templados, que no revelan tanto entusiasmo como ganas de acabar lo antes posible con el asunto. Las elecciones dejan mensajes para todos los candidatos porque todos obtienen menos de lo que esperaban.

Cavaco gana en primera vuelta, como soñaba, y pasa a la historia como el primer presidente de derechas elegido en la moderna Portugal, lo que no es poco, pero su rostro serio y cansado del domingo, y su tardanza en comparecer como ganador -había dudas de una victoria a la primera- delatan que sabe que el apoyo "masivo y compacto" que reclamó del electorado ha quedado muy diluido: apenas suma 64.000 votos más que la izquierda en conjunto, sus 2,7 millones de votantes quedan muy lejos de los 3,3 millones de abstencionistas, y sólo arrolla realmente en algunos feudos tradicionales del llamado Cavaquistán del norte, mientras en los centros urbanos del país sólo llega a la mayoría absoluta en Leiría.

Su victoria, indiscutible pero mucho más ajustada de lo previsto, cobra más distancia allí donde el país se torna más rural, más anciano y más desamparado ante la crisis, situación comparable del todo, si se miran los extremos, con los 16 distritos donde es superado en votos por el comunista Jerónimo de Sousa, que atrae a 460.000 disciplinados descontentos. Según escribía ayer José Manuel Fernándes, director de Público, Cavaco sabe que "muchos electores que no le son afectos se movilizaron a última hora con la esperanza de forzar la segunda vuelta", aunque, a la vez, este triunfo menor del esperado lo coloca "en límites aceptables y no le exigirá hacer lo que no tiene medios para hacer: el milagro del desarrollo".

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Fracaso de Alegre

El poeta y veterano militante socialista Manuel Alegre, de 69 años, sale reforzado de la cita electoral con su segundo puesto y sus 1,1 millones de sufragios, pero también reconoció su fracaso. El objetivo era pasar a la segunda vuelta y jugarse la presidencia mano a mano con Cavaco insistiendo en su consigna patriótica-cívica-soñadora de regeneración democrática y ciudadanía activa, una especie de neopopulismo utópico y antipartidos que cazó votos ilustrados y patriotas por la izquierda y la derecha. Aunque ha superado las previsiones, Alegre queda a 30 puntos del primero y será recordado como el héroe romántico de una cita en la que han contado menos la imaginación, la poesía, la rebeldía y el alma que la economía, el orden y el pragmatismo.

Su victoria ante Soares, el candidato oficial del Partido Socialista, quizá satisfaga su orgullo herido de dirigente histórico ninguneado por el aparato y la dirección, pero, aparte de abrir una profunda zanja en el partido del Gobierno, deja muchas más incógnitas que certezas. ¿Qué hará ahora con ese zurrón de ilusión y votos? ¿Se escindirá del grupo en el que milita desde 1976? ¿Volverá a disputar el secretariado general a José Sócrates, que ya le arrolló en 2004? Fernándes cree que hará poco más que atraer el descontento hacia el Gobierno y ayudar a desgastarlo.

El primer ministro, Sócrates, asistió como si la cosa no fuera con él al cataclismo histórico (quizá el último, pero nunca se sabe con el Viejo León) de su candidato, Mário Soares, de 81 años. Aunque los analistas no hablan de un voto de castigo al Gobierno sino de un error de timing, o más bien de época, cometido por el propio Soares, como recordaba ayer el director de Público. El PS no vivía tal desastre (un 14% de los votos) desde que el extinto Partido Renovador Democrático engulló en 1985 a la mitad de su electorado.

Sócrates, que se lisió en un accidente de esquí y sólo arropó un par de veces en público a Soares durante su maratoniano calvario de campaña puerta a puerta -nadie sabe si porque en el fondo prefería cohabitar con un economista o porque quería sufrir el menor desgaste posible-, ha sido criticado con dureza por los comunistas, que le acusan de haberse resignado a la victoria de la derecha, y casi insultado desde todos los frentes porque en la noche electoral empezó su aparición televisada justo cuando hablaba Alegre.

Aunque ayer el entorno del primer ministro lo achacó a una "triste e involuntaria coincidencia", el pisotón mediático -todas las televisiones se centraron en el jefe del Gobierno- ayuda poco a la credibilidad de su intervención, en la que Sócrates negó que el resultado suponga ninguna crisis para el partido y prometió, sin mencionar su nombre, que no habrá ajuste de cuentas con Alegre.

Cavaco Silva, en su comparecencia tras ganar las elecciones.
Cavaco Silva, en su comparecencia tras ganar las elecciones.REUTERS

LOS MENSAJES DE LAS ELECCIONES

- El conservador Cavaco Silva ha prometido "consensos amplios" con el Gobierno socialista

- Las elecciones han dejado mensajes para todos los candidatos, porque todos han conseguido menos de lo que esperaban

- El socialista Manuel Alegre será recordado como el héroe romántico de una cita en la que contó menos la imaginación que el pragmatismo

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