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Entrevista:Nuevos madrileños | Elhadj Ould Bakar

"Un inmigrante es una sociedad metida dentro de otra"

1996 consumía sus días. Elhadj Ould Bakar enseñaba su pasaporte mauritano en el aeropuerto de Barajas. Una beca de la Asociación Española de Cooperación Internacional (AECI) agilizaba los trámites. Llegó a Madrid para hacer un doctorado en la Universidad Politécnica. No lo sabía entonces, pero se ha quedado aquí para siempre.

"Te bajas del avión y no conoces el idioma. No sabes adónde ir y, encima, la beca no cubre el abono de transportes. Puedes llegar a dormir en la calle hasta que te dan el primer cheque", relata Elhadj con la Gran Vía de fondo. Han pasado casi 10 años de su aterrizaje. Se ha graduado y ha probado mil oficios -"profesor de informática, traductor, mediador social y hasta teleoperador"-. Le queda la espina del empleo cualificado, que todavía se le resiste. Ahora está en el paro.

"La idea de la gente es que el inmigrante viene para hacer trabajos que el español no quiere", asegura. Mira fijo y habla pausado, como en sus tiempos de profesor. "En realidad, el inmigrante es una sociedad insertada en otra. Llega gente de todo tipo: buena y mala: médicos, abogados y gente sin estudios", comenta Elhadj. Apura un sorbo de té americano -"prefiero el mauritano: hay una tienda en Sol que lo hace de maravillas"- y se queja: "Los inmigrantes africanos sólo podemos trabajar como traductores o mediadores. No hay igualdad de oportunidades para quienes estamos capacitados".

En eso, se acuerda de su familia española. Elhadj vive solo en la Puerta del Ángel. Su hijo Amín, de dos años y medio, está en Valladolid junto a su madre y su abuela. De familia católica y pucelana, ella accedió a casarse con Elhadj por la vía musulmana. "El nuestro es un matrimonio de hecho, sin beneficios legales", explica él. "Nos falta el libro de familia, que quizás tengamos pronto", aventura Elhadj.

El hombre habla de su hijo y su rostro se ilumina. Ya planifica la vida del pequeño: "Hablará francés, español y árabe. Además, tiene la ciudadanía española, por lo que podrá ejercer como intérprete".

El sonido de su teléfono móvil interrumpe el diálogo. "Nuestra asociación no tiene teléfono, así que pusimos mi número", se excusa. Elhadj pertenece a la Asociación Mauritano Española de Intercambio Cultural, punto de encuentro para personas de ambas nacionalidades. Inmigrantes y no. "Se creó en 1998, cuando nuestros compatriotas empezaron a emigrar por problemas económicos", narra Elhadj. Ocho años después, el número de mauritanos en España no para de crecer. Según él, los inmigrantes regularizados "ya suman 5.000".

Sin embargo, Elhadj pide a los suyos que se lo piensen dos veces antes de subirse a un avión con destino a España: "No es un buen momento para que los mauritanos se vengan a Madrid. La situación está muy difícil: los pilla la policía y los deporta, porque la mayoría viene sin papeles. Es casi imposible estar tres años aquí sin que te deporten", sentencia Elhadj.

Todo cambió para los inmigrantes árabes con el 11-M. El ataque significó un auténtico varapalo. "Los atentados fueron una barbaridad. No beneficiaron a nadie. Los musulmanes pagaron la factura, y nosotros, los inmigrantes, fuimos los primeros", protesta, aunque sin levantar el tono de voz. Elhadj cuenta que en los días posteriores al 11-M se sintió observado por ser árabe y musulmán. "Iba a la universidad con una mochila y todos me miraban", recuerda. Nunca más llevó la mochila a cuestas. "Por si acaso", dice.

Elhadj puede considerarse a sí mismo todo un activista por los derechos de los inmigrantes y por la equiparación de oportunidades. Se enroló en esa lucha y trabajó como mediador en la Asociación Solidaria para la Integración Sociolaboral del Inmigrante (Asisi). "Los recibimos, les damos la información que necesitan y les decimos qué tienen que hacer para conseguir trabajo o alquilar un piso", describe.

Es un hombre sin edad. Tiene aspecto de treinta y tantos años, pero no existe documento que lo certifique. "No hay una fecha exacta de mi nacimiento", se apresura a responder. Elhadj es el cuarto de seis hermanos. Todos han nacido en un pueblo, a varias decenas de kilómetros de la ciudad más cercana, Aoujeft, en el norte de Mauritania. Elhadj le resta importancia: "El nacer en una aldea no significa que uno vaya a ser más débil que el que nace en un hospital de lujo". Elhadj hacía 14 kilómetros andando para ir al colegio. "Nos levantábamos y debíamos ir a por madera para poder leer y estudiar", evoca. "De mi pueblo, sólo dos terminamos la universidad", dice. Sus palabras suenan a triunfo.

Pasar el Ramadán -mes sagrado de los musulmanes- en Madrid es otra de sus victorias personales. "Se hace muy complicado por los horarios y por las comidas. Hay un convenio firmado por España y Marruecos por el que los empleadores deben librarles horas a sus empleados musulmanes para el Ramadán. Pero no se aplica en ningún sitio".

Enamorado de la zona de la Moncloa, -"el lugar más tranquilo y bonito de Madrid"-, Elhadj define a la ciudad que le adoptó con una palabra: "Madrid es seguridad". Al rato, el hombre del Magreb contempla la Gran Vía y suspira: "Mi madre está mala. Tiene hemiplejía. ¡Ojalá pudiera traérmela y curarla aquí!".

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