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Columna
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Una interpelación mundial

La sexta edición del Foro Social Mundial (FSM), que este año es policéntrico, acaba de empezar en Bamako (Malí), a partir del día 24 se trasladará a Caracas para cerrar sus puertas en el mes de marzo en Karachi, pues el seísmo de Cachemira y la horrible catástrofe que ha supuesto para todo Pakistán, han impedido mantener la secuencia temporal prevista y han obligado a aplazar la reunión para no distraer medios ni esfuerzos en la ayuda a las víctimas. Esta diversificación espacial del FSM responde al doble objetivo de subrayar su vocación de respuesta global a las grandes cuestiones actuales, al mismo tiempo que su propósito de revindicar la especificidad de los problemas y de las eventuales soluciones en los diversos contextos geopolíticos. Coherente con este planteamiento, Bamako se centrará en las migraciones y el medio ambiente; Caracas en la lucha contra el imperialismo y la militarización del planeta; y Karachi insistirá en el desmontaje del sistema de castas y del patriarcado, en línea con lo que se proclamó hace dos años en el FSM de Mumbai. Más allá de estas metas generales, el policentrismo del Foro actual apunta a la necesidad de ir más allá de la dominante eurolatinoamericana que ha prevalecido hasta ahora y de recalcar la importancia de las otras dos grandes áreas continentales, Asia y África, en especial esta última, que a pesar de sus enormes potencialidades hemos convertido en la tierra maldita del planeta -véanse dos extraordinarios alegatos cinematográficos, The Constant Gardener sobre la vesania de la gran industria farmacéutica mundial y The Lord of War sobre el tráfico de armas-. El próximo FSM que tendrá lugar en 2007 en Nairobi (Kenya), y el empujón de ahora de Bamako con sus 30 000 participantes y sus más de 2.500 actores colectivos debería contribuir a transformar el destino de extinción que hemos asignado miserablemente a África.

Claro está que la multiplicación de los Foros y su policentrismo se presta a la imputación de club de viajes políticos o de Feria internacional de una sociedad civil circulante como los califican mis amigos Ignacio Ramonet y Gustave Massiah. Pero frente a ello la dinamización de los movimientos sociales es la defensa más eficaz contra las guerras de Bush y el totalitarismo del Imperio norteamericano y de sus multinacionales. Sin olvidar que en un momento de renacionalización de las políticas de los Estados y de demagogia nacionalista imparable hacen falta trincheras protectoras y causas alternativas. Pues cuando el fin del trabajo para todos, con la precarización laboral y la descalificación sindical que conlleva, ha cancelado el horizonte simbólico de una sociedad más justa y socialmente cumplida, hay que buscar otros mitos en los que anclar las esperanzas colectivas. No la nación pero sí el integrismo nacionalista ha asumido hoy la función referencial que tenía la sociedad sin clases y el combate para lograrla. La mundialización de casi todos los procesos más determinantes y la explosión migratoria han exacerbado la exigencia de pertenencia grupal llevándola más allá de lo territorial hasta la consagración de solidaridades comunitarias extraterritoriales con la emergencia de comunidades transnacionales dotadas de una radicalidad nacionalista igual o superior a la de los viejos Estados-nación. Nacionalismos a los que hay que hacer frente. Por lo demás la creciente rigidez institucional de la mayoría de las prácticas de gobierno y la arrogancia y el sectarismo del comportamiento de los partidos han alejado al ciudadano del ejercicio de la política y dejado al pueblo en la cuneta. Pero cada vez que quiere salirse del corsé partitocrático e institucional y manifiesta su voluntad colectiva en la calle o en las urnas, se descalifica su acción tachándola de populista. Es evidente que los cinco primeros foros no han sido capaces ni siquiera de cambiar el erróneo leitmotiv "contra el neoliberalismo" sustituyéndolo por "contra el fundamentalismo conservador". Es evidente nuestra impotencia para cambiar profundamente la situación del mundo, nuestra incapacidad para buscar alternativas al mercado de las multinacionales, a una democracia partitocrática, a una política corrupta e ineficaz, para intentar conciliar participación popular con un neokeynesianismo de nuevo cuño. Pero el altermundialismo y sus foros son una interpelación global que se perpetua y avanza y nos prueba que Davos y sus marrullerías no son un sino ineluctable.

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