Loterías
En los 10 últimos años los españoles nos hemos venido gastado en loterías una media anual del 1,5 del PIB. Este consumo tan elevado no es algo reciente. Desde el último cuarto del siglo XIX hasta finales del anterior, este país ha sido el mayor consumidor de loterías del mundo. El origen de esta excepcionalidad no se debe a razones culturales, como algunos han imaginado, sino al azar. Cuando a mediados del siglo XIX el Gobierno suprimió la Lotería Primitiva, muchos de los que jugaban esta lotería tuvieron que formar peñas para poder jugar a la Lotería Nacional, cuatro veces más cara. En otros países los jugadores humildes no necesitaron formar peñas para probar suerte.
En el sur de Europa la lotería estaba al alcance de todos los bolsillos, y en la Europa central era tan cara que surgió un mercado ilegal de intermediarios que vendían a todo el que quisiera fracciones de billetes tan pequeñas como quisieran comprar. Sólo en España los trabajadores se veían obligados a confiar unos en otros y formar peñas para jugar a la lotería. Pero si en principio las redes de amistad servían para poder seguir jugando a la lotería, poco después la relación entre medios y fines se invirtió, y la lotería se convirtió en un medio para reforzar lazos interpersonales de todo tipo.
La lotería de Navidad es la única del mundo que no es regresiva, sino proporcional
En el siglo XIX, los trabajadores crearon peñas para jugar a una lotería más cara
En España muchos juegan para simbolizar y reforzar lazos sociales de confianza
Esto sucedió ya a finales del siglo XIX, cuando las clases más adineradas imitaron a los trabajadores y empezaron a distribuir participaciones entre los miembros de su red social a fin de cohesionar los lazos de amistad o dependencia que existían entre ellos.
Tenemos un ejemplo de esto en Fortunata y Jacinta: aun pudiendo jugar sólo a la lotería, don Baldomero repartió participaciones entre sus amigos, clientes y servidumbre con el fin de reafirmar la posición central que, como patriarca, le correspondía en su pequeño círculo.
Compartir un billete de lotería con amigos, compañeros de trabajo o familiares es una costumbre que todavía hoy, y especialmente en Navidad, se mantiene con todo vigor. Lo hemos visto recientemente en el sorteo del 25 aniversario de la Lotería Primitiva, que tocó a una peña de trabajadores de Málaga. Mientras que en Estados Unidos e Inglaterra sólo alrededor de un 20% o 30% de los jugadores comparte un billete de lotería, en España lo hace regularmente el 50% y en Navidad este porcentaje alcanza el 90% de los jugadores.
En países anglosajones no es difícil encontrar editoriales de prensa en contra de la lotería, un impuesto como lo son las tasas del alcohol o del tabaco. Al recurrir a este impuesto y promocionar una lotería, se mantiene, el Estado socava la ética del trabajo y del ahorro, valores sobre los que descansa el desarrollo económico. Las loterías, por otro lado, son regresivas, pues son precisamente las familias de rentas más bajas quienes, en proporción a sus ingresos, más lotería consumen. Estos argumentos explican por qué, cuando por razones fiscales Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido se vieron obligados a reintroducir las loterías a finales del siglo XX, se les diera un carácter finalista, destinando sus productos a escuelas y programas sociales de todo tipo.
En España tal clima de opinión apenas existe, y no ha resultado necesario dar a las loterías un carácter finalista para que resulten moralmente aceptables. El juego es aquí muy popular, y lo es por la forma en que muchos juegan. Compartir un billete de lotería con amigos o compañeros de trabajo refleja un acto de confianza que, a veces, puede tener resultados desagradables, pues uno siempre corre el riego de que el amigo de toda la vida decida quedarse con todo el premio en lugar de repartirlo como se acordó en un principio. Que a pesar de ello tanta gente prefiera compartir antes que comprarse su propio billete indica que en España la lotería es, además de un activo económico, un trozo de papel que sirve para simbolizar y reforzar lazos sociales y de confianza interpersonal. Esto es, a diferencia de otros países, en España muchos compran lotería no únicamente para ganar un premio, sino también para mostrar a los demás que uno es, o quiere seguir siendo, parte de la familia o del grupo de amigos.
Esta costumbre, por otro lado, tiene un efecto fiscal muy curioso. Todas las loterías del mundo sobre las que tenemos datos son regresivas. Todas, excepto la Lotería de Navidad. En Navidad, mucha gente que nunca juega a la lotería, en su mayor parte personas de ingresos relativamente altos, se decide a comprar, y lo hace, precisamente, compartiendo su suerte con su familia, amigos o compañeros de trabajo.
El resultado es que, en Navidad, ricos y pobres juegan en proporción a sus ingresos, haciendo de esta lotería la única en el mundo que no es regresiva, sino proporcional. En España, en fin, el sueño de todo ministro de Hacienda se hace realidad en estas fechas: obtiene unos ingresos sustanciosos con un coste recaudatorio mínimo, y lo hace, además, sin acosar de ningún modo a los contribuyentes, quienes, por otro lado, y de forma espontánea, deciden tributar en proporción a sus ingresos.
Por otro lado, la costumbre de comprar y cambiar participaciones se ha extendido a otros ámbitos de la vida social. Hay multitud de organizaciones pequeñas y de ámbito local, como clubes deportivos, asociaciones de vecinos, de padres o cofradías encargadas de organizar las fiestas locales que emiten participaciones para llevar adelante sus objetivos. Alrededor de la Lotería de Navidad, en fin, hay un hormigueo incesante de pequeñas transacciones económicas que contribuye a reforzar el tejido asociativo y la creación de bienes semipúblicos de la sociedad española.
Que España sea uno de los países del mundo donde más lotería se consume no se debe únicamente a la extensión de esta costumbre tan peculiar. La costumbre de comprar e intercambiar participaciones de lotería, basada en lazos de confianza interpersonal, no habría podido extenderse si los jugadores no confiaran, a su vez, en la administración de loterías. Pero la organización de las loterías en España ha sido tradicionalmente ejemplar. Así lo reconoció, por ejemplo, el corresponsal del Times en España cuando, a principios del XIX, y con cierta dosis de cinismo, pero también de sinceridad, declaró que, como contraejemplo a las elecciones amañadas y la burla a la España oficial por parte de redes clientelares y caciquiles, teníamos aquí la administración de loterías como paradigma de organización eficaz.
Según la teoría económica comprar un billete de lotería es irracional, pues equivale a comprar un activo económico de valor inferior a su precio. Si fuera del todo irracional habríamos de concluir que los españoles, al menos a este respecto, hemos sido los sujetos más irracionales del mundo en el último siglo y medio. Pero ésta sería una conclusión apresurada. Antes que irracionales, parecemos empeñados a compartir juntos los caprichos del azar. Y si toca, mejor.
Roberto Garvia es Profesor de Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid.
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