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Columna
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El invernadero

Vayan por delante mis deseos de felicidad privada y pública para 2006, para que sea un año despejado, en el sentido meteorológico de escenario político y social sin nubarrones, y también en el mental, porque despejada es la cabeza lúcida y de discurrir fluido. Ojalá sea un año de ideas, un año inteligente, capaz de detectar, comprender y atajar nuestros problemas verdaderos. Capaz también de acertar con las inversiones, sobre todo con las que, por naturaleza, son a más largo plazo. Los activos con mayor porvenir los tiene cualquier sociedad en sus jóvenes. Ojalá 2006 les dedique a los nuestros la mirada atenta, la consideración concentrada que necesitan, que están pidiendo a gritos, en ámbitos como la educación, pero no sólo ahí.

Tras decenios de promoción oficial de una identidad diferenciada, emblemática, los jóvenes vascos se la han creído
En un mundo tan marcadamente material como éste resulta lógico que los jóvenes estén hechos de la misma pasta

El Observatorio Vasco de la Juventud ha publicado un estudio, basado en 4.200 encuestas realizadas a chicos y chicas de entre 15 y 29 años. Los resultados revelan una juventud ensimismada, volcada en su propia individualidad. Sus afectos se concentran en el ámbito privado; sus preocupaciones, en sus pertenencias, su apariencia personal o la consideración que los demás les dedican. En un mundo tan marcadamente material como éste resulta lógico que los jóvenes estén hechos de la misma pasta, que profesen los mismos valores contantes y sonantes. Así, el 31,5% de los encuestados coloca a la cabeza de sus preocupaciones el dinero y los bienes materiales. Idealistas desde luego no son.

Dejo de lado la materialidad para centrarme en el ensimismamiento. El más ilustrativo de los datos presentados me parece éste: el 80,2% de esos jóvenes es optimista con respecto a su propio futuro, mientras que sólo un 27,2% extiende ese optimismo al futuro del mundo (y el porcentaje es menor a mayor edad del encuestado). Parece, pues, que está ampliamente extendida entre la juventud vasca la creencia, cuando menos sorprendente en una realidad cada vez más globalizada, de que a ellos les va a ir bien mientras que al resto le va a ir mal. No voy a entrar hoy en una valoración ético-ideológica de esa desigualdad de destinos que los jóvenes ven y aparentemente aceptan sin rebeldía o réplica, de esa diferencia-indiferencia que sus respuestas clarean. Lo más significativo me parece su ingenuidad: que crean que lo que a ellos les espera es una isla (caribeña) de futuro en medio del tormentoso mar del futuro común, que piensen que la suerte del mundo está hasta tal punto desconectada de la suya, que lo de fuera no tendrá capacidad para influir en lo de dentro, para condicionar y/o descalabrar el patio de su casa.

En pleno remolino global, el que unos jóvenes enchufados a las mismas redes de imágenes, mensajes y productos que media humanidad se sientan desvinculados del futuro mundial y de los males que ellos mismos le auguran resulta elocuente y grave. Yo interpreto este dato en el sentido de una cosecha. Se recoge lo que se siembra. Tras decenios de promoción oficial de una identidad diferenciada, emblemática, auto-determinante los jóvenes vascos se la han creído y hoy se sienten no sólo diferentes -des(a)pegados del futuro exterior-, sino cómodos en esa diferencia, protegidos por ella como por una pantalla. Por el cascarón impermeable e irrompible de su identidad singular y preferente. A estos chicos/as no les interesa la política (sólo el 5% de los encuestados la considera importante); la mayoría (52%) tampoco sabe en qué trabajará, pero, sin embargo, son optimistas. Supongo que porque están convencidos de que, independientemente de lo que le pase al mundo, la providencia de su diferencia estará ahí para proveer. Para proveerles de todo lo necesario.

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Mal futuro tiene el mundo si los jóvenes dimiten de la política y de la universalidad, pero no sólo el mundo. Comprometido porvenir les espera a estos jóvenes nuestros que avanzan contra la corriente global, confiando, ingenuamente, en que el escudo de su mismidad resista y defina y delimite un jardín exclusivo en mitad de la selva circundante. O si se prefiere, un cálido invernadero rodeado de frío polar.

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