Retrato en humo
Bill Ballinger escribió hace años una novela de misterio titulada Retrato en humo. No hablaba del tabaquismo. Pero el título sirve para un apunte evanescente de lo misterioso ocurrido ayer en Barcelona, ciudad donde la ley antitabaco ni se cumplió ni se incumplió ni todo lo contrario. Se difuminó: hubo humo donde no debía haberlo y hubo quien se hizo humo para fumar en otra parte. El gremio de restauradores estima que un 20% de los locales de menos de 100 metros cuadrados decidieron prohibir el cigarrillo (y el puro y la pipa) en su interior. Más de lo esperado, apostilla el portavoz del gremio empresarial.
Un paseo por la ciudad mostraba un poco de todo. Bares con letrero y bares sin letrero para notificar si eran para ahumados. Los letrerillos eran de tres tipos: los que anunciaban "aquí se permite fumar", los que señalaban que no se podía, "salvo en los espacios acotados", y los que definían la zona como "espacio libre de humos", que es un decir más que impropio en una ciudad con tanto coche y furgoneta.
"Las sanciones empezarán hoy mismo", aseguró ayer un portavoz de Salud. ¿Cuántas se pusieron?: "De momento, ninguna".
La verdad es que los letreros servían para poco, porque luego la gente hacía lo que le venía en gana. Incluidos los restauradores. Hubo una cervecería que por la mañana era libre de humos y por la tarde permitía fumar en todo el recinto, pese a superar ampliamente los cien metros cuadrados.
En L'Illa Diagonal, centro comercial, no se puede fumar. Pero había quien fumaba. Si el guardia le llamaba la atención, por lo general, el fumador cesaba o buscaba el exterior para seguir con su vicio sin molestar a nadie más que a sí mismo. "Esperábamos lío, pero no ha sido así. Ni un mal comentario", explicaba un camarero de Café Jamaica. En cambio Laie, que tiene una terracilla en el piso superior, ofrecía un cenicero en cada mesa. Está prohibido fumar, pero a los propietarios les da igual. En el medio justo se coloca Coffe and Tea, una cafetería que ha reservado espacio para fumadores, aunque no puede hacerlo. "Era para evitar problemas", justifica la encargada, que se apresura a añadir que ayer nadie pidió utilizar esas mesas.
El Corte Inglés de Diagonal tiene un restaurante muy amplio y ha decidido acotar 300 metros para fumadores y el resto para no fumadores. Los 300 metros del humo están divididos. Unos 250 metros los ocupa el restaurante caro, donde está permitido fumar. Luego hay otros 50 metros en la zona menos cara, donde también se acoge a los fumadores empedernidos. Ayer hubo algún lío. No grave, pero llamativo. "El problema se produce con las familias con niños", explicaba el encargado de la zona cara: "Los padres insisten en que sus hijos son reponsabilidad suya y no entienden que puedan entrar con el niño a un local pequeño en el que se fume, pero no puedan acceder a la zona de fumadores segregada. A uno le he tenido que enseñar la ley", dice el hombre apesadumbrado. En la otra zona al menos cuatro familias con menores de 16 años están en el área de fumadores. Aunque, eso sí, sólo fuman los mayores. En la de no fumadores, un tipo ha puesto boca abajo el cartel y chupa un puro con fruición. Cuando el camarero le reconviene, se levanta, abandona a sus acompañantes y se instala solo en una mesa de fumadores.
Las cadenas de bocadillos ofrecen posibilidades diversas, a juzgar por lo visto en el centro de Barcelona: Pans ha optado por el humo; en Bocatta, en cambio, no se puede fumar.
La pastelería Mauri ha reservado un sotanillo para los fumadores y los ha excluido del salón principal y de la zona de pasteles. Las chocolaterías Valor y Sampaca se han declarado "libres de humos". También está prohibido fumar en la cadena de cafés que lleva nombre estadounidense, en cambio en la de nombre italiano sí se puede quemar un pitillo, incluso en algún local que tiene más del centenar de metros preceptivos. Tampoco se puede fumar en los andenes del metro, pero el rastro de colillas indica el grado de cumplimiento de la norma.
La consejera de Salud, Marina Geli, ya ha dicho que las sanciones no son cosa urgente. Una indulgencia que la consejera Montserrat Tura no aplica a quien se salta un semáforo en rojo o conduce en dirección prohibida. Un portavoz del Departamento de Salud desmintió a la consejera: "Las sanciones empezarán hoy mismo", aseguró ayer. ¿Cuántas se pusieron?: "De momento, ninguna", pero los inspectores, dijo, "hacen su trabajo". ¿Cuántos inspectores hay y por dónde han pasado, que tienen una visión tan diferente a la que ofrece el centro de la capital? El portavoz no sabe ni contesta, ni a lo uno ni a lo otro.
Las instituciones oficiales se han deshecho de los ceniceros que les quedaban. Que eran pocos, porque en muchos centros públicos ya no se podía fumar. Al menos, oficialmente. La Diputación de Barcelona ha convertido los ceniceros de pie en papeleras, por el procedimiento de eliminar la parte superior. En Política Territorial ya no había ceniceros, asegura su portavoz, que fuma, aunque poco y nunca en el centro de trabajo. En el Ayuntamiento de Barcelona han retirado los que quedaban, medio centenar escaso, y los enviarán a reciclar, que queda ecosocialista. Además, el consistorio asume el tratamiento de los funcionarios que quieran dejar el vicio ¿nefando?
Todo más que bonito. Hay quien aventura una explicación: los malos humores quedan para los políticos. Los ciudadanos están tan hartos de crispación que no se crispan ni con mono de tabaco. Será eso.
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