_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La del humo

Quizá pase a la historia la actual legislatura con el mote que encabeza esta columna. Los legisladores se han atrevido con una empresa que, me temo, exceda mucho de sus posibilidades. Ahí es nada: prohibir fumar por decreto, algo así como si prohibieran rascarse a quien le pique algo. Para que no haya confusiones, he de manifestar que soy un antiguo fumador y partidario acérrimo de que se destierre tal hábito de la vida social. Dediqué buena parte de la existencia a corromper los bronquios y el mal llegó muy adentro, tanto, que disfruto de un rozagante enfisema con el que convivo, a pesar de haber abandonado el tabaco hace casi treinta años.

A veces sueño -algo que resulta usual en muchos ex fumadores- con profundas caladas de humo que me proporcionan un extraordinario placer pero que, afortunadamente, no se trasladan a la vigilia. Y también con que dispongo de tanto poder como para instalar una Liga de fútbol para fumadores y otra para no fumadores. O calles exclusivas para unos y otros. Cualquier exageración tiene cabida en la mente de los arrepentidos.

Sinceramente, no le veo futuro al cumplimiento de esta ley, e incluso llego a pensar que se ha hecho con la boca pequeña de legislar, entre otras cosas porque es una aberración que alguien vaya contra sus propios actos y los servidores del Estado conocen de qué lado está la mantequilla en la tostada presupuestaria. Lo saben desde el principio. Dicen que el primer fumador occidental del que se tiene noticia fue Rodrigo de Triana, el mismo que avistó la costa americana. Sus convecinos le denunciaron a la Inquisición por presumible trato con el diablo, ya que "después de aspirar por un canuto expiraba humo por boca y narices". No fue un precedente válido para las católicas majestades, cuyos proveedores hacendísticos comprendieron el enorme chollo que las diabólicas hojas iban a suponer para las arcas, siempre desfallecidas. Tuvo sus defensores y, a lo largo del siglo XVIII, las llamaron "hierba santa", con propiedades salutíferas.

Aquello había que defenderlo, ¡y cómo! El mejor reflejo está en las terroríficas disposiciones penales que protegían la explotación, pues conocida su fulminante difusión todo quisque intentó moler y fabricar por su cuenta. Una Real Cédula firmada el 15 de abril de 1701 en la Villa de Madrid dispone que para los nobles e hidalgos que se dediquen a la competencia el castigo sea la pérdida de la mercancía y de los útiles para transformarla, además de una multa de 2.000 ducados, que eran un pico. Esto, la primera vez, pues la reincidencia venía penada con el doble de la sanción económica y cuatro años de presidio en África. La contumacia del defraudador, fuera noble o hidalgo, traía el destierro a perpetuidad y el secuestro de todos sus bienes. Los pormenores indican que la aristocracia no tenía empacho en falsificar el rapé o los cigarros por la alta rentabilidad que procuraba tal delito. Bajando tramos en la escala social, si el contraventor era tenido por hombre bueno -calificación desaparecida hace tiempo-, a las aflicciones anteriores se sumaban seis años de galeras y entonces las penas se cumplían a rajatabla y no había reinserciones que valieran. En el último caso, el de los humildes o de baja suerte, se llegaba a la pena de muerte, no descartando los azotes y otros castigos corporales.

Los reyes, como se ve, defendían celosamente este resguardo que tan de perlas remendaba el erario público, que era el suyo. Incluso entraban en el saco los eclesiásticos y personajes de fuero especial, aunque se mantuvieran las formas exteriores de consideración. Ya se sabe: "Os haré ahorcar con muchísimo respeto". Sólo si quedara demostrado que el gasto producido, con cargo a la Seguridad Social, fuera muy superior a la recaudación tributaria de la venta de tabacos, se espabilaría la política sancionadora que, cuando es inflexible, se acatada a la corta o a la media. He leído que se consumen doscientos millones de cigarrillos al día, con que...

Se dice "darse la del humo", para desaparecer, desvanecer algo o alguien. Quienes mantengan arraigada la costumbre de fumar contemplarán las medidas coercitivas de forma similar al de las multas urbanas de tráfico en Madrid: algo que merece muy poca consideración.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_