Cuento inocente
Suerte que este periódico no practica esa deteriorada costumbre de tomarle el pelo a sus lectores en día como hoy. Y lo digo, no sólo por eso que tiene de viscosa, sino por lo difícil que sería recuperar el verdadero espíritu transgresor de la fiesta pagana que le dio origen. Como todo en el ciclo festivo navideño, esto de las inocentadas nada tuvo que ver con el envoltorio cristiano -aquí la piadosa leyenda de los celos de Herodes por el nacimiento de un rey competidor-, sino con lo que se llamaba "la fiesta de los locos", que perduró hasta bien entrada la Edad Media. En ese día se permitía a todo el mundo fingirse trastornados, para perpetrar toda clase de desafueros y desacatos, intercambiar roles sociales y, en suma, hacer evidentes por un día las más crueles realidades; de modo especial, burlarse de los ricos y de los que mandan. Imagínense cómo sería hoy manifestarse en tal manera, y que un periódico como éste decidiera fustigar, aún sin más recato, las locuras de nuestro tiempo y los excesos del poder.
Como no es ese el caso, me ahorro tener que elucubrar "inocentadas", que no harían sino poner en evidencia mi escasa imaginación en el trance obligado. Y, si no, vean algunas de las cosas que se me hubieran podido ocurrir. Probablemente habría dado comienzo a la divagación refiriéndoles el caso de un intercambio de papeles, como los de la Antigüedad, económicos, pero en clave actual. Resultaría que la empresa de gas llamaba a mi puerta ofreciendo facturarme la electricidad más barata que la empresa de electricidad. Y días después, la empresa de electricidad me ofrecía facturarme el gas más barato que la empresa de gas. Un arcano misterio de la competencia capitalista, que ríanse ustedes del de la Santísima Trinidad y de todo aquello que ocurrió alrededor de un pesebre. Pasaría a continuación a referirles la peripecia de un dirigente socialista del noreste peninsular que, por mor de llegar a President, se había vuelto loco, o lo fingía como antaño, y había pactado con el Diablo lo que no quiso pactar con el adversario. En esa tesitura, todo el país quedaba a expensas de lo que fuera a ocurrir en aquella fábrica de espumas, dígase esto por metáfora de lo del cava y sus detractores. Como que habíase venido a descubrir -sigo con las ocurrencias más descabelladas- que aquí mismo, en las tierras sureñas de la Gran Diosa Madre, se había patentado una suerte de "champán de Bollullos" y otro de Trevélez, que hacían muy digna competencia al mejor espumoso francés. Sin olvidar otro caldo burbujeante que se fabricaba en las tierras hermanas de Extremadura.
Ya ven ustedes qué sarta de tonterías. Pero ya puestos, por qué no hacerles creer que el alcalde de Málaga, don Discrepo, en sus trece de objetar todo lo que le brinda la Junta, había llegado a rechazar una desaladora, con el argumento de que en Málaga hay mucha agua. O que Canal Sur seguía emitiendo su programa educativo, El club de las ideas, a las nueve y media de la mañana, justo la hora en que padres, niños y educadores están pendientes de la tele... En fin, que qué suerte escribir para este periódico y no tener que inventar tantas bobadas.
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