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Columna
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Nihilismo

Enrique Gil Calvo

Cuando el año concluye, Zapatero recupera parte del crédito perdido gracias al proyecto de Ley de la Dependencia que tendría que haber constituido la obra cumbre de su primera legislatura, edificando sobre sus cimientos el cuarto pilar del Estado de bienestar. Pero el Estatut catalán le ha roto la agenda al Gobierno, tapando su programa social e hinchando las reivindicaciones nacionalistas. Esto ha hecho el juego a la oposición, también interesada en sabotear la agenda del Gobierno, pues como los extremos se tocan, cuanto peor le vaya a Zapatero mejor tanto para los catalanistas como para el PP. Bien se vale que entre Rubalcaba y Solbes le están sacando a Zapatero las castañas del fuego, el primero desactivando la cruzada contra la LOE, el segundo tomando las riendas en la negociación del Estatut. Con lo cual se desmiente el presunto conflicto generacional que alguien ha detectado en las críticas contra Zapatero, pues ¿qué sería de éste sin los buenos oficios de la vieja guardia de Solbes y Rubalcaba?

Nada preocupa al PP, cuyo nihilismo es tan destructivo como el del alacrán

Mientras tanto, la oposición del PP se envilece un poco más cada día, cayendo en la práctica de un nihilismo tan estéril como autodestructivo. Con cualquier ocasión, los tres mosqueteros de Aznar aprovechan la excusa para agredir y ridiculizar a Zapatero con la burlona grosería que caracteriza al peculiar estilo de cada cual: Rajoy haciéndose el socarrón, Acebes más obtuso cada día y Zaplana en plan rufián. Y en su obsesión por demoler la imagen del presidente se dedican a tiempo completo a la tarea de descalificar su labor como si creyeran que en su lidia del Leviatán gubernamental les ha llegado por fin la hora de entrar a matar. De ahí que se engolfen como chulos de barrio o matones de colegio en la práctica del mobbing o acoso político, insultando al jefe del Gobierno sin ningún pudor: insolvente, traidor a las víctimas, incapaz, incompetente, bobo solemne...

Así es como la estrategia del PP comienza por fin a definirse, jugándoselo todo a la carta nihilista de la tierra quemada. Hasta hace poco su estrategia todavía era dubitativa, pues vacilaba entre varias opciones que mantenía abiertas. Por un lado cultivaba la imagen sensata y moderada de Rajoy, pero a la vez pretendía tapar las culpas que le hicieron perder el poder (Prestige, Yak-42, Irak) con la táctica del "y tú más", acusando al Gobierno de presuntos desmanes todavía peores (como el incendio de Guadalajara). También su ideología era ambivalente, pues combinaba el liberalismo conservador con su adhesión a la cruzada contrarreformista del episcopado católico. Y semejante ambigüedad tenía una explicación en clave electoral, pues permitía conservar para el futuro la confianza del votante centrista. Pero ahora ya no es así, pues el PP ha quemado sus puentes renunciando a la moderación para adoptar la estrategia radical del nihilismo destructor.

El nihilismo es la estrategia suicida que esgrimen los terroristas en inferioridad de condiciones que se saben incapaces de vencer. De ahí que se haya aplicado con toda propiedad a los yihadistas del 11-S, como hizo André Glucksmann en su libro Dostoievski en Manhattan. Pero el nihilismo del PP es algo diferente, pues se trata de una estrategia que busca por defecto la victoria mediante la derrota ajena. Rajoy ha renunciado a tratar de ganar las próximas elecciones para dedicar todos sus esfuerzos a evitar que pueda vencer su rival. Ya no pretende atraerse a los votantes centristas sino que se conforma con hacerlos absentistas para que se aparten de Zapatero. Por eso intenta provocar con su nihilismo destructor la desafección de esos dos millones de votantes potencialmente abstencionistas que el 14-M le dieron la victoria a Zapatero. Y para que no vuelvan a tener la tentación de hacerlo, hay que destruir antes la confianza que depositaron en él, a riesgo de que el desprecio de los ciudadanos se extienda al conjunto de las instituciones políticas. Pero esto nada preocupa al PP, cuyo nihilismo es tan destructivo como el del alacrán, estando dispuesto a hundirse en el naufragio con tal de que se ahogue el capitán al mando.

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