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Columna
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Mármol

Miquel Alberola

Los arqueólogos acaban de desenterrar en la ladera del castillo de Xàtiva un fragmento de pedestal del siglo I que ratifica la categoría jurídica como municipio de la antigua Saetabis romana. Se trata de un pedazo de mármol Buixcarró, que a lo largo de la historia se ha sustanciado como uno de los ingredientes cardinales del puzzle que compone la identidad de esta seductora ciudad, que en algunos casos ha llegado a confundir su propio nombre con el de esta piedra rosada extraída de una cantera de la sierra de Quatretonda. Lo único que ha sobrevivido a la sucesión de catástrofes a las que la historia ha sometido a Xàtiva sin perder por completo la entidad, es este mármol, cuya raíz ha penetrado hasta lo más íntimo de su genoma. Ahora ya sólo es posible reconstruirlo todo a partir de esos trozos, y sin ellos es como si no hubiera ocurrido nada. También mi cerebro está atravesado por el bulbo metafísico de esa piedra desde la infancia. La mesa de mármol Buixcarró de mi casa fue el primer mapa político que conocí, y acaso también el primer territorio con entidad política a mi alcance. Sobre aquella superficie venosa de color carne se desplegaba una geografía de países imaginarios no menos imposibles que los que luego encontraría estampados en el mapamundi de la escuela. Entonces pensaba que la geología determinaba las fronteras con la misma naturalidad que la sierra del Buixcarró había comprimido la cartografía interior del mármol y que los contornos de las naciones eran tan inalterables y eternos como los que encerraba la piedra. Pero luego descubrí que el valor del atlas de mármol Buixcarró del comedor de mi casa era mucho más sólido, puesto que era el resultado de una energía profunda y no el producto de unas tensiones superficiales resueltas con líneas ficticias y solubles como las fronteras políticas. Varios siglos antes, Calixto III había llevado este mismo mármol al Vaticano quizá para que su sobrino, el papa Alejandro VI, y sus descendientes César y Lucrecia conspiraran con Maquiavelo para cambiar las fronteras del mundo sobre una sugestiva mesa como ésta. Pero incluso su enorme desafío no estuvo a la altura de esa piedra, que ahora es la única patria que puedo sentir sin sonrojarme.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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