Los ancianos europeos se resisten a los alimentos preparados y prefieren los frescos
Un estudio advierte del riesgo de desnutrición entre las personas mayores que viven solas
Muchos ancianos estadounidenses llenan el carro de la compra con potitos infantiles y comidas precocinadas. Son fáciles de transportar y no hay que cocinar. ¿Se ha extendido a Europa esta tendencia? En España, el gazpacho en tetrabrik ha hecho furor, pero, ¿es un éxito comercial aislado o marca una tendencia hacia un mayor consumo de productos precocinados? Un estudio realizado en ocho países europeos sugiere que los ancianos europeos se resisten y siguen prefiriendo productos frescos.
En España, buena parte de los ancianos consultados identifica todavía la salud con la comida casera, y los productos funcionales no gozan de mucho aprecio, a diferencia de Italia. El estudio Food in after life (del inglés, alimentación en personas mayores), realizado durante dos años con el apoyo de la Comisión Europea, distingue entre productos funcionales y productos de conveniencia.
Seis de cada 10 jubilados dedican cada día entre 30 minutos y dos horas a cocinar
Los funcionales son productos que han sido modificados o llevan ingredientes añadidos que pueden aportar algún beneficio para la salud, además de su contenido en nutrientes. Es el caso de la leche con ácidos grasos omega-3 (se encuentran en el pescado) o los yogures enriquecidos con vitaminas. Los productos de conveniencia facilitan y agilizan las labores de cocina e incluyen desde las verduras embolsadas ya limpias y cortadas, las paellas preparadas o las sopas listas para calentar.
Para muchos ancianos, "comer bien" significa comer las "comidas de antes", aquellas que requieren horas en la cocina, explica Jesús Contreras, director del Observatorio de la Alimentación (ODELA) de la Universidad de Barcelona, grupo que se ha encargado de las investigaciones españolas. Seis de cada 10 personas entrevistadas, mayoritariamente mujeres, afirman dedicar entre 30 minutos y más de dos horas al día exclusivamente a cocinar, tendencia que disminuye con la edad y con el hecho de vivir solo.
Buena parte de los 3.200 ancianos que han participado en el proyecto asegura conocer los productos funcionales, pero no los perciben como saludables, al contrario de los alimentos frescos y naturales. "Ni les interesan ni los están comprando", afirma Contreras. Incluso los llegan a considerar como algo "para niños", artificiales, y, sobre todo, les gustan menos: "Prefiero una buena tajada de salmón que un vaso de leche que sepa a pescado", responde un anciano. El yogur convencional es un clásico, pero pocos se dejan seducir por los yogures probióticos (con suplemento microbiano dietario) o los vitaminados. No les ven ninguna ventaja para su precio.
Margaret Lumbers, coordinadora del estudio, recomienda mejorar el apoyo a los mayores en sus propios hogares "para mantener su calidad de vida, ya que existe un gran riesgo de que, con la edad avanzada, caigan en la desnutrición". Y es que comer solo o en compañía no es lo mismo, aunque sea en comedores sociales. Al enviudar, sobre todo los hombres, es frecuente que pierdan el apetito y que su salud se deteriore. "Desaparece la motivación afectiva para comer o cocinar para alguien", señala. Los alimentos actúan como un "pegamento" que conecta a la familia y favorece "el sentido de bienestar psicológico y el consumo nutricional de los mayores", explica Lumbers. Además de la edad, el género y las relaciones, el tipo de comidas también depende de la situación económica, las habilidades culinarias y las actitudes y preferencias frente a la alimentación.
Los hombres mayores de 65 años que viven solos aprecian más las ventajas de los productos de conveniencia como los congelados y precocinados y son adictos al microondas. "Antes, necesitabas tres horas para hacer una sopa, ahora calientas una de sobre y ya tienes el primer plato", dice uno. En este grupo, la despensa es un almacén de enlatados y tetrabriks, pero no es frecuente que les tiente la comida ya cocinada.
En cambio, los ancianos que viven en familia reservan los congelados "para una emergencia" y creen que la comodidad está reñida con la salud. Es más, las ancianas que aún pueden cocinar rechazan estos productos y los mayores que disfrutan de condiciones de vida favorables identifican los alimentos de conveniencia como un síntoma de dejadez personal. En la cesta de la compra también son raros los alimentos dietéticos. Puntualmente escogen productos como la jalea real o la leche de soja tras recibir consejos sanitarios.
Muchos mayores renuncian a comprar lo que les gustaría comer por su situación económica: "El pescado fresco y muchas cosas más no puedo comprármelas: mi presupuesto es bajo", dice un hombre de 76 años que vive solo. El precio es una de las causas de las comidas monótonas. "Con cuatro filetes de lomo, un poco de patata frita o cebolla o pimiento he comido y cenado dos días", explica otro anciano solitario. El gazpacho en tetrabrik de litro es ahora la estrella del verano de muchas mesas con pocos medios: "Tengo para cuatro cenas", afirma un hombre de 83 años que vive solo.
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