"En Nigeria la gente cree que lapidando a la mujer tendremos una sociedad pura"
De piel de ébano y enfundada en una túnica rosa chicle, la abogada nigeriana Hauwa Ibrahim camina por los pasillos del Parlamento Europeo en Estrasburgo, que esta semana ha reconocido su lucha "a favor de la libertad de conciencia" con el premio Sajarov a la libertad de espíritu. Ibrahim es la abogada responsable de salvar a Amina Lawal, condenada a morir apedreada, y cuyo caso dio la vuelta al mundo. También defiende a niños ladrones, condenados a perder una mano por robar ganado.
Nacida hace 38 años en el norte de Nigeria, donde rige la sharía (ley islámica), Ibrahim pelea para que la legislación se aplique de la misma manera a hombres y mujeres. Explica que la gente piensa que con la sharía la sociedad estará libre de pecado, y se queja de que esta ley sólo se aplique a las mujeres sin recursos. Para esta mujer sonriente, su éxito consiste en ser una de ellos. Negra, aldeana, hija de un imán, mujer y musulmana, tiene todas las credenciales para hacerse escuchar entre los suyos, a quienes trata de convencer de que una mujer que decide estudiar no es una mujer mala.
"Una mujer violada fue condenada a 100 latigazos por quedarse embarazada"
"Mi misión es decir que la educación no nos hace malas mujeres sino buenas esposas"
Pregunta. ¿Cómo explica a las mujeres a las que defiende que no merecen ser apedreadas por haber sido violadas o quedarse embarazadas sin estar casadas?
Respuesta. En mi cultura no se acepta que una mujer tenga un hijo sin haberse casado. Si voy a una aldea, yo les digo: "Me llamo Hauwa Ibrahim, soy abogada, vengo del norte, hablo vuestra lengua, la de los pobres". Yo tampoco acepto lo que han hecho estas chicas, porque mi sociedad no lo acepta. Pero las defiendo, porque pienso que no tienen justicia, que el hombre también es responsable de ese embarazo y sin embargo no se le castiga. Hay una discriminación ante la ley, y eso, como abogada, no lo tolero.
P. ¿Qué lleva a la población de su país a apoyar prácticas como la lapidación?
R. La gente piensa que la sharía es buena, porque es la religión, y piensan que esos valores son buenos. Creen que gracias a esas leyes, lapidando a las mujeres, se reducirá la promiscuidad y tendremos una sociedad libre de pecado y pura. Piensan que si un niño ha robado ganado, debes cortarle la mano, y así contribuirás a tener una sociedad más limpia.
P. ¿Qué papel juega la clase social en la aplicación de las penas? Parece que las víctimas siempre acaban siendo mujeres pobres.
R. He defendido 90 casos de lapidación, amputación y otras penas relacionadas con la aplicación de la sharía. En todos estos casos, las mujeres son pobres, analfabetas y no tienen voz. Por eso son más vulnerables. No he encontrado a un solo hombre rico al que se le haya aplicado la sharía. Tampoco a las mujeres ricas. Puede que sean más adúlteros y más ladrones, pero si realmente queremos tener una sociedad libre de pecado, entonces la sharía debería aplicarse a todos los estratos de la sociedad. No hay igualdad ante la ley en Nigeria.
P. Usted consiguió que lo ojos de medio mundo se fijaran en Amina Lawal, condenada a morir apedreada. Ahora la familia de Amina la acusa de recibir premios a su costa y de quedarse con el dinero que generó este caso.
R. Yo he adoptado a la hija de Amina. Su familia tiene que pensar que la vida de Amina se ha salvado, pero eso no quiere decir que vayan a salir todos de la pobreza. El importe del premio [50.000 euros, a repartir entre todos los ganadores] lo voy a dedicar íntegramente a proyectos educativos. Yo no me quedo ni un centavo.
P. ¿Cuál ha sido el peor caso que le ha tocado defender?
R. Uno en el Estado de Zamfara. Allí, una mujer fue condenada a recibir 100 latigazos por estar embarazada, y el Estado no nos dejó apelar. Ella dijo que tres hombres la habían violado, y por eso, por decir la verdad, la condenaron a otros 80 latigazos con una correa de cuero.
P. ¿Qué decía la gente?
R. No decía nada. La gente de los pueblos no tiene voz.
P. ¿En qué dirección hay que luchar para acabar con una sociedad de doble velocidad, donde los hombres tienen derechos y las mujeres apenas deberes?
R. Los hombres piensan que son semidioses. Lo que tenemos que hacer como mujeres es cambiar de estrategia, adquirir habilidades y dejar de depender de ellos, de ser sus esclavas, ser independientes económicamente. Dios nos dio manos y pies para dar al pedal de la máquina de coser. Sólo así, emancipándonos, empezará a surgir el respeto mutuo.
P. ¿Cómo consiguió que, siendo mujer, su voz se escuchara en los tribunales?
R. Al principio, el juez me decía que me callara porque era una mujer. A mí no me quedaba más remedio que callarme y dejar que hablaran los hombres en mi lugar. Son casos de mujeres condenadas a vida o muerte, no se puede arriesgar. Pero un día, por fin me levante y le dije al juez: "Yo tengo algo que decir y quiero que conste en el libro de actas". Me mandaron sentar, pero me puse tan pesada que, al final, el juez me dijo: "Di lo que tengas que decir y siéntate". Ahora, tres años después, tengo derecho para hablar en los tribunales sin que ningún hombre me represente.
P. Usted nació en una aldea donde las niñas deben abandonar la escuela para casarse y quedarse atendiendo a su familia. ¿Cómo logró enfrentarse a la creencia de que una mujer que estudia es una mala mujer?
R. La cultura del norte no permite a las mujeres ir a la escuela, tenemos que casarnos. Nigeria es un país muy grande. En el sur hay muchas mujeres educadas, pero el reto está en el norte, donde yo nací. Allí, la evolución de los derechos de la mujer es muy lenta; por eso, las mujeres y los niños que hemos tenido una educación tenemos que marcar la diferencia. Ésa es mi misión, decir que la educación no nos hace malas mujeres. Al revés, nos hace buenas esposas, mejores madres y buenas ciudadanas de nuestro país. El 50% de la población son mujeres, y si las dejamos atrás, estamos perdiendo la mitad de nuestros cerebros.
P. ¿Qué le impulsó a salir de su aldea y ser diferente a las chicas de su edad?
R. Mi madre siempre me decía que yo era muy obstinada. Tal vez por eso me negué a seguir el camino que me habían marcado y me rebelé. Quería ser diferente porque mi madre sufrió mucho. Ella ha vivido siempre en la aldea y siempre la he oído decir que no estaría donde está, recogiendo leña, si hubiera tenido una educación. Un día, encontré un trozo de periódico en la calle. Allí había una foto de una estudiante en el día de su graduación. Llevaba toga y birrete. Esa persona me transmitió muchísima confianza, y decidí que yo quería ser así, una mujer segura.
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