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Reportaje:

Dos maestras rurales

Las hermanas Galarza han educado a generaciones de niñas, primero en la Rioja Alavesa y luego en el Alto Deba

Gloria (1918) y Rosa Mari (1920) gozaron de una oportunidad casi única para muchas mujeres de la primera mitad del siglo XX: nacieron en los años justos para poder estudiar el Bachiller, cuando terminaron la Enseñanza Primaria en la Escuela Unitaria de su pueblo natal, Leza (Álava). Fue un empeño decidido de la República: el impulsar el acceso a la enseñanza secundaria también a las niñas. "También es cierto que teníamos una tía maestra que no quería que nos quedáramos en el pueblo y que, por parte de nuestros padres hubo un interés especial, no en vano, mi madre se vino con nosotras a Vitoria, donde alquilamos una habitación, para hacernos la comida", añade Rosa Mari.

El fomento de la enseñanza pública debió ser tal que en el Instituto de Vitoria (el actual Parlamento) tuvieron que construir una nueva escalera de acceso para atender a tanto nuevo alumno. "La República trajo un cambio total, y más para nosotras que veníamos de una escuela unitaria en un pueblo", aclara Gloria. Así y todo seguía habiendo clases en aquella Vitoria tan cerrada "Nos llamaban las rojillas porque íbamos al instituto y a la Academia Garibay", recuerda Rosa Mari.

La guerra civil les cogió con los estudios casi terminados. En los primeros años de la dictadura (con añoranza por el plan de enseñanza de la República que, después de tantos años siguen considerando el mejor), completaron la carrera con unas cuantas asignaturas: Pedagogía, Gimnasia, Labores... "Y, por supuesto, Nacionalcatolicismo", comentan al unísono. La Formación del Espíritu Nacional era una tarea imperiosa para el régimen franquista. "De todos modos, quizás porque en las escuelas de pueblo no había tanto control, yo nunca icé la bandera ni canté el himno nacional", dice Rosa Mari que logró plaza en Villabuena, mientras que su hermana lo hacía en Páganos. Unos destinos buscados con decisión para poder vivir en el hogar familiar de Leza.

Sorprende el relato de estas maestras que tuvieron que iniciar su carrera en años considerados difíciles, tristes, llenos de penalidades. "Nosotras fuimos afortunadas, primero, porque estábamos viviendo en nuestro pueblo cuando tantas compañeras tuvieron que marcharse a otras provincias. Y luego porque, en casa había de todo: huerta, viñas, cereal, un rebaño de ovejas, gallinas y conejos", comenta Rosa Mari. Y Gloria añade: "No nos faltaba ni aceite porque nuestro padre iba a buscarlo al trujal de Moreda".

Y en la escuela, las alumnas, hijas de labradores en una comarca rica, tampoco pasaron el hambre que se asocia a la posguerra. Un tiempo más o menos idílico, a pesar de las caminatas diarias de varios kilómetros, con sol, lluvia o nieve, para impartir la clase diaria. Rosa Mari, por ejemplo, tenía entre 40 y 45 alumnas de 6 a 14 años, divididas en tres grupos. Más de una mañana nevada las sorprendió en la puerta de la escuela, expectantes, especulando sobre si la maestra se atrevería a salir de Leza. "Y siempre llegaba, con aquellas botas de pinchos que me había comprado mi padre".

El máximo castigo era ponerse contra la pared. "La disciplina no se ponía en duda; es más, eran los propios padres quienes nos apoyaban en todo momento en nuestro trabajo". Quizás por eso, Rosa Mari y Gloria (que mantienen contacto con el actual profesorado) entienden que el problema de la enseñanza no es una cuestión legislativa. "Ni LOGSE, ni LOE, ni nada. Hoy se vive en una indisciplina total que no procede de la propia escuela, sino que es fruto de la ausencia de ciertos principios básicos", señala Gloria.

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Aquella escuela unitaria, en la que se impartía clase con un sólo libro, la famosa Enciclopedia Álvarez, desapareció. Llegó la concentración escolar que llevó a los niños a Laguardia y a las hermanas Galarza al Alto Deba: Gloria a Aretxabaleta, Rosa Mari a Mondragón. "Nos llamaban maquetas. Desde Salinas hacia el Sur ya éramos maquetos. Fue un cambio tremendo; hasta entonces no podíamos mostrar ninguna inclinación o simpatía y cuando llegamos a Guipúzcoa nos consideraban maquetas porque no sabíamos euskera. Vivíamos entre dos aguas". Pero tampoco esa consideración amarga los recuerdos de aquel tiempo en el Alto Deba.

Frente a la tranquilidad de la Rioja Alavesa, aquí vivieron los frenéticos años del nacimiento de las cooperativas. "Llegaban los inmigrantes por cientos; continuamente estábamos abriendo nuevas aulas para atender a sus hijos, ya que nuestro alumnado se nutría sobre todo de la inmigración. Porque la crème estaba con las monjas", dice Gloria. Rosa Mari se acuerda de cómo periódicamente acudía el fundador de las cooperativas, José María Arizmendarrieta, a la escuela de Mondragón, "buscando gente que se matriculase en la Escuela Profesional para recibir subvenciones del Estado".

Recuerdos con humor

Rosa Mari y Gloria viven en el centro de Vitoria y mantienen una activa vida cultural, yendo a los conciertos de la Sinfónica de Euskadi o leyendo las últimas novelas. Gloria lee estos días El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, que ya ha leído su hermana. No comparten opiniones, ni mucho menos: durante la conversación, se entrecruzan divertidas consideraciones sobre el libro.

Su vitalidad nace quizás del buen humor con el que recuerdan sus anécdotas, a las que nunca dan importancia. "Si quiere saber algo sobre las maestras de nuestro tiempo, Josefina Aldecoa ha escrito un libro muy bueno al respecto", apunta Gloria. A las hermanas Galarza no les amargaba ni la Inspección franquista. "Cada mes, teníamos una reunión con la inspección: charla espiritual por la mañana, conferencia pedagógica por la tarde y, entre medias, comida de fraternidad entre maestros", recuerda divertida Rosa Mari, a quien le apena no haber aprendido euskera en sus años guipuzcoanos. "Los franciscanos daban alguna clase de tapadillo, y poco más". Y concluye Gloria: "La guerra fue la guerra y había que amoldarse a las circunstancias".

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