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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Veneno contra corriente

Con él, la calle se hizo canción. Kiko Veneno lleva 30 años componiendo música contra corriente y abriendo vías que siguen influyendo en los artistas más modernos. 'El hombre invisible' es la nueva colección de temas de alguien con mucho que decir.

Diego A. Manrique

Con él, la calle se hizo canción. Kiko Veneno lleva 30 años componiendo música contra corriente y abriendo vías que siguen influyendo en los artistas más modernos. 'El hombre invisible' es la nueva colección de temas de alguien con mucho que decir.

"Me duele que los padrinos de la mediocridad te digan desde despachos fastuosos que lo bueno no es rentable"

Aunque tal vez el gran público no sea muy consciente de sus aportaciones, Kiko Veneno posee méritos extraordinarios. Es más que un cantante de carrera fluctuante: José María San Feliu (Figueres, Girona, 1952) ha cambiado el rumbo de la música española en varias ocasiones. Con el primer elepé de Veneno (1977) inauguró la línea del rock callejero, un rock tejido con guitarras de palo y espíritu insurgente que llega hasta Bebe y otros nombres actuales. Participó en la génesis de La leyenda del tiempo (1979), el disco de Camarón que amplió los horizontes instrumentales y literarios del flamenco; allí estaba su Volando voy, que muchos consideran el himno oficioso de la España posfranquista. Fue decisivo en el lanzamiento de propuestas tan rompedoras como las de Martirio o el grupo Pata Negra. Ahora, algunos de los discos en los que ha intervenido aparecen en lo alto de las listas de "lo mejor de la música española" que confeccionan revistas como Efe Eme o Rockdelux. Y hasta circulan grupos que se han bautizado a partir de sus canciones, como Los Delinqüentes jerezanos. "Me preguntan si me siento patriarca de ellos, pero la verdad es que yo prefiero considerarme como compañero, compañero de trayecto".

Kiko lidia con el peso de su legado por la eficaz vía de ignorarlo: "Un cantante de música popular no quiere entrar en los libros de historia; se conforma con entrar en el corazón de la gente. Y, si es posible, vivir de su trabajo". Eso que parece tan natural sólo fue posible para Kiko cuando llegaron los años noventa, con el memorable Échate un cantecito (1992). Antes vivió a salto de mata, por lo menos hasta que entró -por oposición- en la Diputación sevillana: "Lo de tener un trabajo convencional yo no lo viví como la tragedia de un artista que sufre por la indiferencia del público. Aprendí el valor del tiempo y me discipliné: la música era mi trabajo de tarde y debía sacarle rendimiento a esas horas". En el fondo está muy orgulloso de sus años como funcionario, un periodo que algunos malintencionados confunden con ocupar un cargo de relumbrón: "No, yo era un trabajador de base, que se dedicaba especialmente a programar y montar infraestructuras en pueblos. Y hacía de todo, desde recoger carteles en las imprentas hasta asegurarme de que cobraran artistas que igual no tenían ni DNI. Me obsesionaba el sonido en los conciertos, en los actos. Las pocas actuaciones que tuvo el primer Veneno fueron un desastre por las carencias de amplificación. En Andalucía eso es una lacra. Incluso los eventos de la Bienal de Flamenco de Sevilla, eventos muchas veces irrepetibles, todavía suelen fallar en el sonido".

Alguna vez pensó en salir fuera de su ámbito para buscarse la vida: "En tiempos de la movida me instalé en Madrid. Tenía contactos y era relativamente conocido, debido a que salía como monstruo de Frankenstein en La bola de cristal. Aguanté una semana. En verdad, la solución a mis problemas estaba en mi tierra. En los carnavales de Cádiz comprendí que el objetivo de una canción es comunicarse con la gente. Es decir, que tiene que haber un equilibrio perfecto entre música y texto para que se entienda inmediatamente. Y en el rock español se tendía a ocultar la letra, como si hubiera una vergüenza de revelar sentimientos íntimos o se exigiera un esfuerzo especial. No, una canción se debe entender a la primera, lo que no quita que luego pueda tener otras lecturas".

Kiko manifiesta sus dudas con esa forma musical que tiene en las palabras su materia principal: "El rap me produce sentimientos encontrados; conozco a algunos raperos sevillanos y me han dado buena impresión. Entiendo que quieran tener una música generacional, pero el mensaje suele carecer de enjundia. Sus discos se aguantan mal, ya que minusvaloran lo musical. También es un síntoma de la huida hacia delante de los jóvenes; les parece antiguo lo de leer un libro y tampoco se esfuerzan en crear música totalmente nueva si pueden samplear discos anteriores".

En el primer disco de Veneno estaba la Canción antinacionalista zamorana, inspirada lejanamente en las ocurrencias del filósofo Agustín García Calvo. Sevilla ya era entonces una obsesión: "La ciudad acepta mal a los creadores más individualistas. Deben entrar en sus mecanismos de automitificación y celebrar sus rituales oficiales, desde la Semana Santa hasta la Feria de Abril. Y yo pretendía sacarle poesía incluso a lo más sórdido". Un texto publicado en 1985 en una revista del Ayuntamiento selló su marginación, aunque mucha gente sólo se quedó con el título: "Sevilla es una putita". Se reconoce "andaluz hasta las cachas". "Llegué allí con dos años. Pero nací en Cataluña y pasé muchas vacaciones allí, lo que me permite reconocer sus diferencias y aceptar tanto el Gobierno tripartito como el nuevo estatuto. Además, todo se puede hablar. De mis épocas de estudiante, cuando trataba a Alfonso Guerra, me quedó el gusto por la dialéctica, lo de enfrentar tesis y antítesis para llegar a una síntesis".

Entre las muchas paradojas de Kiko está el haber descubierto el flamenco… en Estados Unidos: "Yo fui muy jipi y viajé mucho. Estuve siete meses en América y creo que no fue casualidad que acabara de ver a Bob Dylan en directo; los grandes artistas reavivan tu sensibilidad, te hacen ver otras posibilidades. El caso es que conocí a un guitarrista judío que había estudiado con Diego del Gastor en Morón. A través suyo entré en contacto con un gitano que se había casado con una yanqui. A la vuelta corrí a conocer aquello, a beber en las fuentes: Morón, Utrera, Jerez…".

Sigue viajando y aprendiendo: "Estuve hace poco en Italia. Me ha gustado la calidad de vida de los italianos. Ellos han sabido estar en el mundo, evitarse los periodos de oscurantismo que hundieron a nuestro país". Otras veces el impacto es negativo: "A Cuba fui con la Fundación Ceiba, que estudia la herencia negra tanto en el Caribe como en Andalucía. Me entristeció ver la decadencia de la música cubana: Castro les prohibió a los Beatles y todo lo que vino luego, con lo cual se perdieron el auge del pop, que fue uno de los movimientos más positivos del siglo XX. Una música que no se abre al mundo termina enquistándose".

Otro valor de Veneno: conocer sus límites: "Yo no soy un artista nato, no tengo un chorro de voz ni una simpatía arrolladora, así que me considero un buscador de canciones, de ideas. El arte es maravilloso, pero la vida es más importante. Quiero decir que ha habido momentos en la vida en los que me he olvidado de triunfar para dedicarme a mi familia, a mi gente. Mi mujer y mis hijos siempre me han apoyado, pero hay unos celos muy naturales, muy legítimos: un músico se va constantemente de gira, esencialmente para dar cariño a otras personas, a unos desconocidos. Yo entiendo perfectamente a un Lennon o un Dylan que dejaron durante años la música para atender a los suyos".

Ahora, en lo posible, Kiko trabaja en su estudio casero: "Excepto las baterías y las guitarras eléctricas, lo fundamental se ha hecho en mi casa. Tengo mi equipo de grabar y mi equipo humano y allí pasamos meses. En horas hemos metido lo que no está escrito. Gracias a que mi productor, Charlie Cepeda, gusta de trabajar bajo presión y me empujaba a avanzar, a cumplir fechas de entrega y tal".

El hombre invisible supone también la emancipación de Kiko. Anteriormente había pasado por cuatro discográficas. De la última, BMG, se marchó de mala manera a principios del milenio, con un durísimo manifiesto en el que denunciaba la desigualdad esencial del trato entre las compañías y los artistas. Fundó un sello propio, donde editó un disco hecho a medias con Pepe Bejines, ex No Me Pises Que Llevo Chanclas, que vendió modestamente a través de Internet. Pero a la hora de sacar una colección de canciones nuevas volvió a una multinacional. El hombre invisible tenía varios novios, pero Kiko terminó colocándolo en V2, la rama española del imperio de Richard Branson: "Es una compañía donde mandan mujeres, y eso a mí me da vidilla". A pesar de que ese razonamiento pueda sonar frívolo, el acuerdo pertenece al modelo que debería regir en la moderna industria musical: artista y discográfica se reparten gastos y beneficios; tras un periodo de explotación, el master de la grabación vuelve a Kiko. Aun así, todavía tiene arranques surrealistas: sugirió que V2 hiciera presentaciones de El hombre invisible en las que él no estaría: "Como voy de hombre invisible, podía haberme pasado, pero nadie me vio".

Kiko articula un discurso muy coherente sobre la necesidad del arte en la vida: "Yo creo que el arte puede ser comercial, otra cosa es que los disqueros o los gobernantes no sepan verlo. El primer disco de Veneno se consideró un fracaso, pero ha seguido vendiendo decenas de miles de copias, en series baratas en las que yo, por aquellos contratos infumables, no he visto una peseta. Lo que me duele es que los padrinos de la mediocridad te digan que lo bueno no es rentable. Y te lo sueltan en despachos fastuosos que tú sabes que han sido pagados con la plusvalía generada por gente de talento. Mi frustración puede venir del hecho de ver cómo mis ideas eran rechazadas. En todo: en 1979 yo me fui a Conil a poner un chiringuito. Lo dejé a los dos años para volver a la música, pero el que se quedó con ello se ha hecho rico. La historia de lo que yo he logrado en estos 30 años puede resumirse en una página de un libro, pero lo que se me ha ocurrido llenaría fácilmente muchos tomos. La ceguera de la industria española es colosal: aún hoy, si dices flamenco, millones de seres humanos piensan en los Gipsy Kings, que son unos imitadores franceses".

Tiene Kiko un particular enfrentamiento con algunas instituciones andaluzas: "Todavía estaba vivo Rafael Alberti cuando se me ocurrió hacerle un homenaje musical, para el cual impliqué a gente como Manu Chao y Enrique Morente. Yo le veía como el gran testigo del siglo XX y quería que sus poemas, que tienen tanta musicalidad, fueran cantados por el pueblo, igual que hizo Serrat con Antonio Machado o Miguel Hernández. No fue posible, entre otros motivos por la oposición de la viudísima. Ha sido mi desgracia que se me considere un tipo marginal que dice disparates, un impostor que busca dar el gran golpe. Creo que Andalucía se está vendiendo muy barata; estamos destrozando las costas con edificios cuando deberíamos explotar nuestro arte, que eso sí que es inagotable".

Igual ocurrió con Camarón. "Cuando murió, salieron libros que, en muchos casos, estaban escritos por gente poco autorizada. Es lo que yo llamo buitroneo, ese acudir al reclamo de un cadáver caliente. Según pasaron los años, pensé que ya era hora de establecer lo que fue su vida. Formé el Equipo Volando Voy, un colectivo de especialistas dispuestos a preparar un libro en varios volúmenes, Camarón: los días y las horas. Era el momento; todavía se podían localizar los documentos que determinan lo que hacía tal día. Pues nadie quiso saber nada. Y así andamos, con libros cargados de errores, simplezas y rellenos seudopoéticos. Hasta en los discos de Camarón suele haber erratas en las transcripciones de las letras".

Su visión de Camarón deriva de la convivencia y la observación: "Era hombre de pocas palabras, nada locuaz. Pero apreciabas su excepcionalidad en la capacidad para interiorizar las experiencias. Yo creo que recordaba todo, todo lo que había vivido. Sus antenas estaban siempre desplegadas y tenía una sensibilidad especial para aprender y compendiar la historia del flamenco. Lo que pasó es que su arte le convertía en un dios, un príncipe entre los gitanos: se rompían la camisa, se arañaban ante él, le traían a sus hijos para que los bendijera, creían que podía curar enfermedades. Para soportar una carga tan pesada debió recurrir a las drogas duras. Bueno, por eso y por una curiosidad generacional. Yo tiendo a verle como uno de los rockeros trágicos de los años sesenta, marcado por un destino fatal. Era rockero hasta en la atracción por la tecnología. Siempre estaba comprando instrumentos, hasta hacía experimentos con las grabadoras".

Volvamos a 'El hombre invisible', su nuevo disco, donde conviven lo universal y lo privado. Por ejemplo, Mi morena: "Es Ana, mi mujer. Está conmigo desde el primer disco de Veneno, así que calcula. Siempre ha respaldado mi vocación, incluso cuando nos moríamos de hambre. En el tema puedes encontrar ecos armónicos de los Beatles y también de Tribalistas, mi gran descubrimiento de los últimos años. De estos últimos he sacado la profusión de percusión y el sentido de la artesanía".

Kiko puede convertir anécdotas personales -Ella no es la misma, Nos estamos mudando- en canciones esplendorosas, pero no renuncia a gritar, a meter el dedo en el ojo. Está esa denuncia de las perversiones del lenguaje que se llama Hoy no: "Es terrible que los mecanismos del poder nos acostumbren a expresiones como daños colaterales, cuando se debería decir matanza de civiles. Me asombra que en el siglo XXI se pueda disimular una conquista de reservas petrolíferas bajo la bandera de la guerra contra el terrorismo. Creo en la idea del diálogo de culturas para resolver conflictos, estoy con Zapatero frente a Bush".

El Kiko Veneno de 2005 sigue siendo peleón, pero tiende a alejarse de la vida bohemia: "La nocturnidad es para los más jóvenes. Aunque puedo caer por Madrid y, como anoche, terminar cantando en un restaurante, sin amplificación ni nada, hasta las tantas".

Nació en Figueres (Girona) hace 53 años, pero se crió en Andalucía. Veneno se considera "el más catalán de los andaluces".
Nació en Figueres (Girona) hace 53 años, pero se crió en Andalucía. Veneno se considera "el más catalán de los andaluces".JERÓNIMO ÁLVAREZ

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