La chilena
Con la primera vuelta de estas cuartas presidenciales desde el restablecimiento en 1990 de la democracia, Chile ha recuperado totalmente la normalidad política. No sólo porque como candidata de la Concertación Democrática en el poder ha concurrido a las presidenciales por vez primera una mujer, Michelle Bachelet, con muchas posibilidades de confirmar su victoria en la segunda vuelta el 15 de enero, sino porque también éstas son las primeras elecciones al Senado sin cargos vitalicios. Pinochet ya es sólo una sombra de la que se distancian hasta los candidatos derechistas, a comenzar por Sebastián Piñera, que pasará a la segunda vuelta al dejar a Santiago Joaquín Lavín, ex colaborador del dictador, como el eterno segundo de la democracia chilena.
Bachelet se ha definido a sí misma como "mujer, socialista, separada, agnóstica". Es hija de padre militar torturado y asesinado por la dictadura, y torturada ella misma, como su madre, pero ha llevado sin resentimiento el Ministerio de Defensa desde 2002, a petición del presidente Ricardo Lagos, uno de los mejores que ha producido la democracia chilena. Ahora ha conseguido casi el 46% de los sufragios, un buen zócalo, aunque no garantía de triunfo, para el 15 de enero con el trasvase de una parte del 5,4% de Tomás Hisrch y los comunistas, si bien este candidato se ha inclinado por recomendar el voto en blanco. Piñera espera sumar a su 25,41% el 23,22% de Lavín, con lo que la carrera presidencial pende de un hilo.
Estos resultados dan la impresión de una sociedad políticamente partida en dos, pero no es así. En las coincidentes elecciones parciales al Senado y a la Cámara baja, la coalición de socialistas y democristianos que viene gobernando Chile desde 1990 ha logrado un 51,7% frente a un 38,7% de la derecha coligada. La economía chilena parece una excepción en su entorno, aunque con una gran desigualdad social, pese a que la tasa de pobreza se haya reducido a la mitad en estos cinco lustros.
En esta situación, si Piñeira ganara tendría que enfrentarse a un Parlamento en manos de la oposición y a movilizaciones sociales que tendrá más posibilidades de controlar Bachelet desde la Presidencia, a pesar de un cierto cansancio con una coalición que lleva gobernando quince años. Uno de sus integrantes, la Democracia Cristiana, está perdiendo apoyos, lo que sumado a la división de la derecha refleja un mapa sociopolítico en mutación. Piñeira aspira, justamente, a atraer hacia sí ese voto cambiante. Pero ahora lo que han querido y parecen seguir queriendo los electores chilenos es que siga gobernando la Concertación.
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