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Columna
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La mano de Ruiz Balerdi

A nadie sorprenda que le sigan montando exposiciones como si se tratara de un pintor vivo, cuando murió hace 13 años. Es una deuda que la sociedad le debe por los más de 30 años que lo tuvo sometido al olvido. Hablamos de Rafael Ruiz Balerdi (San Sebastián, 1934-Altea, 1992), y de su muestra en la galería bilbaína Colón XVI.

Lo de la deuda lo decimos nosotros, dado que Balerdi jamás osaría mentarlo, porque su única obsesión fue pintar, ajeno al ruido del comercio de cuadros y la promoción de su nombre. Todo su tiempo lo empleó para construirse a sí mismo como pintor. Trabajador constante e imparable, no levantó un sólo dedo de su mano para darse a conocer. Vivió únicamente en función de los dictados de esa mano, asegurando que él no sabía nada, para añadir a continuación su testimonio más desprendido y genuino: "Sólo la mano sabe".

Cuarenta años de su vida estuvieron consagrados a la práctica de la grafía libre. De un material estático como el color extrajo un mundo dinámico de formas. Su pintura es color en movimiento, lo mismo a través de los óleos como con las ceras y tizas o los lápices. En todas sus obras existe la propuesta de un viaje alrededor de un lienzo o papel en blanco. Trazo a trazo, su mano viaja y va creando lugares. Cada uno de los fragmentos certifica una parte de esos lugares. Al final de todo, la suma de fragmentos da por concluido el cuadro, el viaje y su aventura. Y así transcurrió su vida mediante la elaboración ensimismada de obras por un espacio de 40 años.

En cuanto al espectador, enfrentado a las obras de Balerdi, lo va a ver muy claro desde el principio. Tiene ante sí un mundo abstracto de vivos colores, gestado por una gran multiplicidad de pequeñas pinceladas. Cada obra es una fiesta para los ojos. Se percibe una alegría inmensa. El placer de haberlo pintado parece saltar hasta el espectador cuando contempla cada cuadro.

En eso radica la vigencia viva de las obras de Balerdi, no obstante hayan pasado 13 años desde su desgraciado accidente que lo llevó a la tumba. El placer de pintar, la creencia en aquello que sentía como más importante que su vida misma, es decir, la dedicación de quien vivió sólo y exclusivamente para pintar. De todo eso están impregnadas las obras de Balerdi. Se cumple en él, lo que alguien aseguró con entera razón: "Si un hombre ama cualquier oficio, sin preguntarse por el éxito o la fama, es que los dioses le han llamado". Sin duda, Balerdi fue un pintor al que los dioses llamaron, sin que él tuviera intención alguna de llamarles. Para finalizar, recordemos que en los últimos años de la vida del artista donostiarra su mano fue la más feliz del universo, pese al flagrante olvido del que fue víctima.

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