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POBLADOS MARGINALES EN LA REGIÓN

El otro Madrid está en Villaverde

El Salobral, donde se trafica con droga, es el mayor poblado chabolista de Europa

F. Javier Barroso

Entrar en el poblado chabolista de El Salobral es sumergirse en el ambiente más degradado y paupérrimo de la capital. Esta zona, con 400 familias residentes y situada en el límite del distrito de Villaverde, junto al enlace de la M-40 con la autovía de Andalucía (A-4), es uno de los mayores centros de tráfico de drogas de Europa, según la policía. Además, la mayor presión policial sobre Las Barranquillas en los últimos años ha hecho que muchos traficantes hayan llegado aquí.

Infraviviendas de madera y niños desnutridos y drogadictos forman la triste estampa de este otro Madrid. En el Salobral viven unas 400 familias que se dedican al menudeo de la droga. También hay gitanos rumanos que se dedican a limpiar parabrisas en los semáforos y a robar al descuido en interior de los coches, según fuentes policiales. "En los dos últimos años ha crecido mucho con los vendedores llegados de Las Barranquillas", explica un agente de la comisaría de Usera-Villaverde. "Además, muchos montan chabolas para que la Comunidad de Madrid les dé un piso. Vienen de vez en cuando para que les vean", añade otro policía.

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Antes de llegar al poblado hay una decena de pequeñas tiendas de campaña donde los toxicómanos se dedican a pincharse o a fumarse un chino (quemar la droga sobre un papel de plata y aspirar sus vapores). La zona está rodeada de miles de jeringuillas usadas, en las que quedan restos de sangre. Algunos consumidores prefieren hacerlo al aire libre. Es el caso de un hombre que se pincha en un tobillo. Su vestimenta es elegante.

Existen diversos puntos de venta. Los proveedores han abierto pequeñas ventanas en la parte exterior de las chabolas a modo de ventanilla de expedición. Basta con dar el dinero y la persona que trafica suelta la papelina. El precio de la micra [dosis] es de unos 12 euros. Las chimeneas de las viviendas siempre echan humo, incluso en verano. Las estufas sirven para quemar la droga apresuradamente si la policía llega con una orden judicial.

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"Al principio, las chimeneas eran bajas. Cuando teníamos la orden echábamos agua por la chimenea y evitábamos que destruyeran la droga. Ahora los traficantes han subido las chimeneas para que no podamos hacer nada", explica un agente de Villaverde.

El trasiego de coches es continuo. Entrar en el poblado resulta peligroso. En la primera chabola, una mujer de pelo rubio teñido y enlutada de pies a cabeza se encarga de "dar el agua" (avisar al resto) cuando llega la policía.

La suciedad se acumula por toneladas en los rincones del poblado. Cualquier objeto viejo, destrozado puede ser hallado en este sitio. Plásticos, restos de ordenadores, zapatos y miles de bolsas se acumulan en los márgenes, sin que a ninguno de los residentes les moleste.

Eso contrasta con el aspecto que tienen algunas infraviviendas. Casi todas cuentan con cocheras donde meten los turismos de lujo y las enormes furgonetas de que disponen estas familias. A la entrada, grandes depósitos de agua para su consumo. "No sé cómo no ocurren más cosas. Los cables de la luz están enganchados a los de alta tensión y van por la tierra de una chabola a otra", explica otro policía.

La actividad por la mañana resulta escasa. Eso no significa que no dejen de entrar y salir coches y personas a pie que dejan sus vehículos en las afueras. Pero por la tarde y, sobre todo, la noche, el trasiego de gente se multiplica. Llegan turismos de todos los puntos de la región y de las provincias limítrofes. Igual ocurre los fines de semana y las vísperas de festivos.

"Te encuentras con todo tipo de personas. Desde el yonqui que está deshecho y que pega algún palo [robo] para conseguir la dosis diaria, hasta una persona muy elegante y con un cochazo", comenta uno de los agentes, con dos años y medio de experiencia en este lugar.

Pese a ser un día lectivo, los niños deambulan por el barrizal en que se convierte el poblado cuando llueve, como en las últimas semanas. Van medio desnudos y con harapos.

La policía tiene serias dificultades para entrar en El Salobral. La comisaría del distrito sólo tiene dos todoterrenos, uno de ellos con miles de kilómetros a cuestas, lo que dificulta el trabajo de los agentes sobre el terreno. El resto de coches patrulla, como son muy bajos de chasis, no pueden entrar. "El problema es cuando ha llovido y tenemos que entregar las citaciones judiciales para que vayan a juicios. Muchas veces nos resulta casi imposible", añade otro agente. "Raro es el día que no te tiran alguna piedra", comenta su compañero.

El poblado llega hasta el ramal que une la M-40 con la autovía de Andalucía (A-4). La valla de separación está rota y muchos niños se dedican a tirar todo tipo de objetos a los conductores, con el consiguiente riesgo. "Cuando llegamos y nos ven aparecer, salen corriendo, por lo que no puedes hacer nada", explica un policía. Las mujeres aprovechan las mañanas para limpiar los porches de sus casas, mientras los hombres van en coches a por alimentos para la prole. Las familias son muy numerosas.

La policía realiza muchas actas de intervención de la droga que compran los consumidores. Les quitan la dosis y es la prueba que presenta a los jueces para lograr una orden de registro de las chabolas. "Nunca acabaremos con este poblado, pero es la única forma de controlar un tráfico que está haciendo millonarios a muchos", comenta el policía.

Decenas de perros deambulan famélicos por el poblado. Tienen mirada triste. Vagabundean en busca de algún sustento entre tanta suciedad. Este panorama de miseria contrasta con lo que los miles de coches aparcados al otro lado de las vías de la fábrica Renault de Villaverde. Éste es el panorama al que se enfrentan todos los días 400 familias y miles de consumidores de droga. Muy lejos, al menos psicológicamente, queda el centro de la capital. Éste es el otro Madrid.

Coches robados sin recuperar

Otra caracteristica de El Salobral es la gran cantidad de coches robados, abandonados y quemados que hay en su interior. La policía sabe que muchos vehículos sustraídos terminan en este enorme barrizal, después de ser utilizados para cometer algún robo o de ser usado para extraer de ellos las piezas más valiosas.

Es el caso de un flamante Volkswagen Golf GTI verde oliva con matrícula de Madrid. Está completamente manchado de barro y tiene todas las lunas reventadas. Su propietario reside en Molina de Segura (Murcia), según la documentación que hay tirada en el habitáculo.

"Seguro que otros compañeros de la policía le han dicho que tiene el coche aquí, pero no vendrá a recogerlo", afirma un agente con acento malagueño.

Las causas son varias. El turismo está destrozado y arreglarlo costará muchísimo. Además, la compañía aseguradora le habrá pagado la indemnización correspondiente, por lo que ya es propiedad de la empresa. "El principal problema es que las grúas no entran a recoger estos coches. Tienen miedo y muchas veces no tienen ni ruedas, por lo que les resulta muy complicado el llevárselo", concluye el policía. Al lado del GTI hay una furgoneta de unas fruterías situadas en las calles de Arechavaleta y Chulapona (ambas en Villaverde).

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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