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Reportaje:REPORTAJES

Made in favelas

Más allá del tópico de marginación y violencia, de armas y drogas, algo se mueve en las favelas de Río de Janeiro. Música, moda, fotografía y artesanía surgen como alternativas y expresión de su cultura. En estas macrociudades también vive gente con ilusión.

Paco Nadal

Más allá del tópico de marginación y violencia, de armas y drogas, algo se mueve en las favelas de Río de Janeiro. Música, moda, fotografía y artesanía surgen como alternativas y expresión de su cultura. En estas macrociudades también vive gente con ilusión.

Favela igual a violencia y narcotráfico. Un cliché fácil con el que se etiqueta a los más de 4.000 barrios marginales de Brasil, el 25% de los cuales se encuentran en los morros (colinas) de Río de Janeiro. Sin embargo, muy pocos son los medios que se detienen en contar que la gran mayoría de sus habitantes lleva una vida honesta y similar a la de cualquier otro ciudadano, que ni aprueban ni colaboran con esa violencia, y que los símbolos más exportables de Brasil, desde la samba al carnaval, son productos culturales surgidos de las favelas.

Es verdad que a primera vista los signos externos no ayudan a deshacer el tópico de marginalidad. Toda favela tiene algo de fortaleza medieval porque se aúpa en lo alto de los morros; por sus calles estrechas y laberínticas sólo se puede acceder a pie, y, pese a su compleja orografía de chapa metálica, ladrillo y cemento, tiene dos o tres únicas vías de acceso que la conectan con el asfalto, como sus habitantes llaman a la ciudad normal. Puertas fáciles de defender a tiros si hay refriega con la policía o con el enemigo de la fortaleza de enfrente. Igual que un castillo del Medioevo.

Cuando entramos en la favela Santa Marta, por ejemplo, el grupo de adolescentes barbilampiños armados con fusiles de asalto y pistolas automáticas que vigila una de esas puertas de acceso se pone nervioso al observar nuestra presencia; sólo al comprobar que hemos sido autorizados a acceder y vamos acompañados por un morador de la favela vuelven a su rutina. Cuando esperamos en una terraza de la favela Rocinha a que llegue el último de los componentes del grupo de hip-hop GBCR, sus compañeros advierten al fotógrafo de que no muestre mucho la cámara y que cuando vaya a hacer la foto lo haga rápido, porque nos están observando con prismáticos desde otra atalaya. Las ráfagas de metralleta y la presencia de hombres y jóvenes armados es constante durante nuestra estancia en las favelas.

Sin embargo, este mundo de chabolas y piel negra, modelado por siglos de exclusión y criminalización, se ha convertido en uno de los mayores focos emisores de cultura de Brasil, una cultura tremendamente joven y autogestionada en la que los nuevos sujetos del discurso, salidos de los guetos y de la pobreza, hacen música, moda, danza, teatro o imagen como alternativa a la violencia. Y lo que es más importante, sin ayuda o injerencia de las autoridades, ante la incapacidad de éstas para entrar en estos submundos e imponer la intervención estatal. Es, en palabras de Ivana Bentes, socióloga de la Universidad Federal de Río, la cultura Made in Favelas, una marca de exclusión y de distinción a la vez que, como sucedió en los guetos negros de EE UU, gana hoy visibilidad como una fuente de significado e identidad.

Un caso ejemplar es TV ROC, la primera televisión por cable hecha y gestionada desde una comunidad marginal. Opera en Rocinha, la favela más grande de América y una de las más emblemáticas de Río de Janeiro, con cerca de 200.000 habitantes, más que la mayoría de las capitales españolas. Por siete euros al mes, los 30.000 abonados de Rocinha disponen en el salón de sus infrahogares -invariablemente presididos por un enorme y costoso aparato de televisión, icono de progreso en los hogares pobres- de 25 canales temáticos con películas, deporte, documentales, teleseries y tres horas de programación local, incluido un informativo de noticias generadas en la propia favela. Aunque fuera no haya ni alcantarillado ni agua corriente ni servicio urbano alguno.

"En TV ROC trabaja gente de la misma favela, una clave muy importante, porque genera autoestima, genera ciudadanía y, sobre todo, trabajo dentro de la propia comunidad. También nos apoyamos en universitarios en prácticas que hacen funcionar el canal", dice Dante Quinterno, empresario argentino de 39 años, propietario y director de este canal pionero, nacido en 1996 para "acortar la distancia entre el morro y el asfalto" y generar noticias positivas y de interés en una colectividad marcada por la pobreza y la violencia.

El de TV ROC es uno más de los miles de cables que cuelgan de los cielos de Rocinha como arterias y venas de la marginalidad, con la diferencia de que por él llegan desde las noticias internacionales hasta la humilde vida cotidiana de la comunidad. Hace poco, un morador, don João, puso un anuncio con la foto de su perrito perdido. Otro, don Beto, al ver la foto en la pantalla, llamó para decir que en realidad el animal era suyo y que se le había escapado hacía un año. Cuando el perro apareció, TV ROC organizó un programa de llamadas para que los vecinos dieran su opinión sobre quién debía de quedarse el can. Fue un éxito de audiencia.

Quinterno asegura que no ha habido ni injerencias ni problemas con las bandas armadas: "Hasta el día de hoy no hemos tenido un problema, gracias a Dios, y no lo vamos a tener porque correspondemos con respeto y equilibrio hacia ellos. No disponemos de la fuerza de medios de comunicación externos más grandes, no somos el poder, ni el Gobierno. Nuestra misión es apoyar mucho y divulgar mucho la nueva cultura, la nueva onda, el nuevo movimiento cultural, artístico y educativo que hay en las favelas".

Frepa (22 años), Pé (24) y Jagal (28) también son moradores de Rocinha y forman parte de Gang Break Conciencia da Rocinha (GBCR), un grupo de hip-hop y break nacido en la favela hace 10 años al rebufo de la moda joven que llegaba del Bronx neoyorquino. Los tres acuden a la entrevista en una de las miles de azoteas que forman el paisaje apocalíptico de Rocinha vestidos como se espera que vista un bailarín de break-dance. Mientras esperamos a Jagal, que se retrasa, los otros dos otean el horizonte, sabiendo que somos observados: "No enseñes demasiado la cámara". Sus letras abogan por la paz y por los derechos de los moradores. El lema es el mismo que el de los B. Boy (break boy) norteamericanos: paz, unión, conciencia y diversión. Pero sin violencia. La banda, compuesta por 12 miembros, se considera una ONG de ayuda a la comunidad y, además de actuar de vez en cuando en escenarios y programas de televisión local, también organiza shows callejeros para los vecinos y da clases de break a los niños para que empleen su tiempo y no sean captados por los narcotraficantes. "No, tampoco tenemos problemas con ellos, los narcos conocen nuestro proyecto y lo respetan, aunque no lo financian, porque nosotros estamos contra la violencia", recalcan.

Sin embargo, esta separación entre música y violencia no siempre está tan delimitada. Los ritmos hip-hop, rap o funk -la banda sonora de la nueva cultura de las favelas- han sido acusados desde muchos medios de fomentar la violencia con sus hipnóticos cantos de guerra. Soldado do Morro, el éxito de MV Bill, un raper negro de la favela Cidade de Deus, es un himno a la virilidad, a la moda y a la rebeldía juvenil: "Robaron mi alma, pero no robarán mi fe, no puedo mirarme al espejo, soy combatiente del comando rojo", narra la letra. "Pero no es un alegato a favor de la violencia", dice Quinterno, quien realizó un vídeo para TV ROC sobre este ídolo de la MTV brasileña y le acompañó por los lugares de Cidade de Deus en los que se inspiró para crear la letra. Sencillamente, es la vida de ellos, contada con las palabras que les son comunes a las personan que viven aquí. MV Bill es como un gran profesor de Universidad, el mejor portavoz de las favelas cariocas.

Cidade de Deus se hizo famosa en Europa a raíz de la película homónima de Fernando Meirelles en la que se narran las guerras del crimen organizado y las andanzas de una banda de adolescentes liderada por Zé Pequeño, un asesino compulsivo. Pero en Río esta favela era conocida y temida desde mucho tiempo antes por ser uno de los sitios más peligrosos de una urbe ya de por sí peligrosa. Hoy, Cidade de Deus no es ni la mitad de lo que fue en los años sesenta y setenta, cuando gente como Zé Pequeño imponía sin piedad la ley del más sanguinario. Pero aún sigue siendo un lugar poco recomendable para hacer turismo. De hecho, el taxista que abordamos para que nos lleve se niega a hacerlo porque somos extranjeros; sólo cuando le damos el móvil de Tony Barros y habla con él, accede a hacer el viaje.

Tony Barros es fotógrafo, tiene 40 años y una vida entregada a la solidaridad con su comunidad. Vive en la famosa cuadra 15 de Cidade de Deus, donde nació el malvado Zé Pequeño, y desde 2002 dirige Lente do Sonhos, una escuela de modelos que acoge a 300 jóvenes de ambos sexos, entre 4 y 21 años, interesados en uno de los campos más apetecibles para los favelados después de la música: la moda. "El proyecto tiene diferentes actividades", explica Barros. "Hay moda, pero también actividades de danza, de fotografía y de teatro; todas ellas ayudan a los jóvenes a relacionarse mejor con la comunidad y con el mundo en el que viven. Uno de los mayores problemas para las niñas en estas comunidades pobres es que, cuando completan su preadolescencia, se ven sin ocupación, sin actividad específica y son absorbidas por el narcotráfico. Acaban enamorándose de un joven que está en el tráfico y allí pierden toda su juventud. En Lente do Sonhos tratamos de darles un futuro diferente".

Gisele Gimarães nació en Cidade de

Deus en 1984 y tiene un físico espectacular. Una mujer como ella sería la típica carne de narcotraficante a la que se refería Barros. Pero Gisele guarda un sueño: trabajar como modelo, viajar y ser conocida fuera de Brasil. Le gustaría ser estilista y contar algún día con su propia marca de ropa. Y darle a sus padres lo que no tienen: una vida digna. Desde hace cuatro años es la mano derecha de Tony en el proyecto, y, además de la gestión interna, se encarga de las clases de pasarela.

Acompañamos a Gisele a la minivivienda que comparte con su familia. Mientras caminamos por Cidade, nos vuelve a acogotar la desagradable sensación de que alguien nos observa. Nada pasa, nada se mueve en la favela sin que lo sepan sus dirigentes. Niños apostados en las esquinas controlan todo y avisan de movimientos sospechosos. Si viene la policía, lanzan cohetes pirotécnicos y entonces todo el mundo sabe que hay que esconderse, que empieza la balacera. En esos momentos uno no sabe quién es el bueno y quién el malo… Si es que hay alguien bueno en medio de tanta violencia.

Cidade de Deus no es una favela típica porque está en un terreno llano y sus calles son anchas y rectilíneas. Nació a principios de los sesenta como un barrio modélico y de diseño para realojar favelados, pero desde entonces ninguna autoridad ha vuelto por allí ni siquiera a encargar una mano de pintura. Caminamos entre chabolas y charcos de barro, entre mujeres embarazadas, jóvenes con cara adusta y niños, cientos de niños. Pasamos por lugares reconocibles en la novela de Paulo Lins, Ciudad de Dios, que dio origen a la película de Meirelles: las mismas escenas costumbristas que fotografiaba Buscapé, la misma agua maloliente por los regueros de los callejones, las mismas casitas prefabricadas donde Dadinho y Bené empiezan sus trapicheos con la droga…

Un universo duro y masculino que lo empapa todo y en el que la mujer tiene poco que decir. Crear belleza, apostar por la cultura en un entorno así resulta doblemente elogiable.

Como lo es el trabajo de la cooperativa de diseño textil Coopa Roca, un taller de diseño de moda dirigido por la socióloga Tetè Leal que da trabajo a más de cien mujeres de la Rocinha. Lo que empezó a principios de los ochenta como un experimento con cinco costureras locales con rollos de tela donados por empresas cariocas ha devenido en un pequeño fenómeno que ocupa ya portadas de revistas y cuyas colecciones, basadas en técnicas de bordado tradicionales brasileñas, desfilan en las pasarelas de moda de Río, Londres y París.

"Asistimos también a un factor muy importante hoy, que son las nuevas tecnologías", añade la socióloga Ivana Bentes. "Vemos una favela, pero también se ve la cultura global a través de la televisión, a través del cable o a través de Internet, muy importante, que está llegando a las favelas. El resultado es que tenemos a la vez una cultura superlocal, aislada y singular, pero conectada con el resto de Brasil y también con el resto del mundo".

Para corroborarlo no hay más que acudir a san Google: todos los proyectos recogidos en este reportaje y otros muchos tienen su página web, su imagen corporativa y su logotipo. Ya sea la CUFA (Central Unificada de Favelas, www.

cufa.com.br), que aglutina a los movimientos musicales más vanguardistas; Olhares do Morro (www.olharesdomorro.org), una agencia de fotógrafos creada por el francés Vincent Rosenblat para que los propios favelados fotografíen la realidad de la favela y difundan imágenes sin tópicos al resto del mundo; la compañía Teatro Nos do Morro (www.

nosdomorro.com.br), que transforma a niños de la favela en actores, o el proyecto Célula Urbana (www.bauhaus-dessau.de), por el que la Bauhaus Dessau Foundation, alemana, fue invitada a desarrollar un nuevo modelo urbano a partir de la arquitectura de la favela Jacarezinho. Cultura de las periferias, sí; pero tremendamente conectada a la Red. Tanto que existen favelas que ni siquiera son reales. Pertenecen al universo virtual. Es el caso de Viva Favela (www.vivafavela.com), la web de la ONG Viva Río, donde los habitantes de los barrios marginales pueden expresarse y encontrar todo tipo de información: desde asesoría jurídica hasta buenas prácticas ecológicas o protección a la mujer.

Viva Río es una de las ONG más potentes del país, emplea a mil personas y está presente en 600 comunidades pobres, siempre en proyectos de superación de la violencia, trabajo para jóvenes y propuestas de educación y cultura. Y mucho Internet. A ellos pertenecen la mayoría de cibersalas a precios muy reducidos que se están abriendo en las favelas. Su director, Rubén César, es uno de los popes de la cultura carioca: "Hay mucha vida en la favela. Mucha gente, muchas cosas que pasan, mucho comercio. La juventud está muy presente. Lo que es interesante es que, a pesar de las desigualdades, hay una comunicación permanente entre la favela y la clase media, incluso con la violencia. La cultura actual de la juventud de las favelas es más violenta, está mas para el rap, el hip-hop, el funk; pero los jóvenes de clases medias se van a la favela para ir de fiesta, para bailar, para acercarse a esas manifestaciones; incluso, si no van, repiten los gestos y los movimientos, porque está de moda".

Podría sonar a exclusión, pero Made in Favelas se está convirtiendo en símbolo de tendencia. Gente joven de barrios marginales creando arte, música, moda con una fuerte identidad local.

Una fina lluvia empieza a calar las entrañas de Río. Mientras entrevistamos a un fotógrafo de la agencia Olheros do Morro, en la favela Santa Marta, otro adolescente con una ametralladora al hombro aparece por una esquina. Con suma educación nos pide que si podemos bajar la cámara, que tiene que pasar. Le obedecemos estupefactos. Pasa como una exhalación, pidiendo disculpas por interrumpirnos mientras desaparece por otro agujero de chapa y cemento. Es el epítome de unos barrios caóticos, marginados, pero tremendamente humanos. El arma secreta de la Favela Global.

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