Los jesuitas del siglo XXI
El autor sostiene que, pasados más de 20 años de la muerte de Pedro Arrupe, la Compañía de Jesús encara el futuro con la seguridad de quien ha superado una crisis familiar.
Desde que Peter-Hans Kolvenbach fue designado para suceder al emblemático Pedro Arrupe al frente de los destinos de la Compañía de Jesús en el ya lejano 1983, los jesuitas han dedicado parte de sus energías a profundizar en su estrecha relación con el sucesor de Pedro en el Vaticano. Determinados acontecimientos habían golpeado esa relación, que tanto significa para ellos, y ha sido tarea específica y prudencial de Kolvenbach mostrar a la Santa Sede y muy personalmente al obispo de Roma que el deseo de los hombres de Ignacio de Loyola no era otro que el servicio a la Iglesia mediante sus propias determinaciones constitucionales, pero también mantenerse al servicio de las misiones evangelizadoras que el Papa quisiera demandarles en virtud del célebre Cuarto Voto.
Trabajan en el filo de la navaja, en territorio frontera entre la Iglesia y la sociedad
Ellos saben que la Iglesia les observa, sencillamente porque le pertenecen
En este momento, pasados más de veinte años de la muerte de Pedro Arrupe, del interregno protagonizado por Paolo Dezza, y de los años bajo la orientación de Kolvenbach, los jesuitas sienten la necesidad de encarar el futuro con la seguridad de quien ha superado una crisis familiar y tiene que posicionarse ante una etapa tan creativa como fiel a sus orígenes. Todo ello sucede en el arranque de un incógnito siglo XXI que les obligará a tomar decisiones de alto calado para ser coherentes con una vocación que les sitúa en la frontera, con el único objetivo de servir cada día más y mejor a la Iglesia y a la sociedad.
Precisamente, el pórtico de esta refundación, a la que tantas veces aludía el actual superior general, alcanza un momento de maduración con el año jubilar que discurre del 3 de diciembre de 2005 hasta el 3 de diciembre de 2006, cuya fecha fundamental es la celebración de los 500 años del nacimiento de Francisco Javier, el santo navarro, el 7 de abril del próximo año.
Celebración a la que se suman los 450 años de la muerte de San Ignacio de Loyola, el 31 de julio del mismo 2006, y los 500 años del nacimiento de Pedro Fabro, compañero de los dos en la fundación de la Compañía de Jesús, el 13 de abril de idéntico 2006. Un año jubilar de alto significado para los jesuitas, porque mientras acogen su propio pasado como referente obligado en la historia eclesial y social de la humanidad (lo que han sido hasta ahora), tendrán que preguntarse muy seriamente por su posicionamiento en una Iglesia y en una sociedad muy diferentes, que les obliga a interrogarse por cómo son lo que deben ser, hasta qué punto deben modificar sus estrategias evangelizadoras y humanizadoras y, en fin, de qué manera encaran la conjunción entre una Compañía de Jesús europea y norteamericana y esa otra creciente en el ámbito histórico del Tercer Mundo. Es decir, lo que deben ser en este recién inaugurado siglo XXI. Año jubilar para agradecer y agradecerse el pasado, pero también para decidir caminos de futuro.
En este contexto, Kolvenbach, cuyo deseo de declinar el cargo como superior general es notorio tras más de veinte años de ejercicio en el mismo, convocó una magna reunión en el ámbito jesuítico por excelencia, esa Loyola en que naciera y determinara Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, su vocación de seguimiento de Jesucristo. A tal reunión asistieron todos los provinciales en ejercicio, en número de 92, además de otras personalidades vinculadas al gobierno central de la Compañía en Roma. La reunión se desarrolló desde el 26 de noviembre hasta el 3 de diciembre, cuando, según hemos escrito arriba, ha dado comienzo el año jubilar. Loyola, en el paisaje verdeante del País Vasco, ha concitado una vez más los espíritus de los 19.850 jesuitas esparcidos por la geografía mundial y no menos de los 909 novicios que se preparan para su ingreso en la orden. Un punto de encuentro histórico, que hizo de esta reunión una auténtica cumbre de la Compañía de Jesús.
Pero hay más, la comisión encargada por Kolvenbach de preparar la agenda de la cumbre en cuestión decidió que los cuatro grandes temas a debatir fueran los siguientes: el gobierno de la Compañía, para encontrar nuevas formulaciones que agilicen la coordinación de un cuerpo tan difuso pero necesariamente cohesionado en sustancia y en principios; las preferencias evangelizadoras, y en concreto, África, China, trabajo intelectual, refugiados y emigrantes y la complejísima organización de las casas romanas, como la Universidad Gregoriana y los institutos Bíblico y Oriental; la formación de los jóvenes jesuitas, intentando responder al proceso de globalización pero también de localización de la Compañía en este momento histórico, y, en fin, la colaboración con los laicos, referente necesario en este instante de protagonismo laical en la Iglesia, que ya hubiera sido comprendido por el mismo Ignacio de Loyola al comienzo de la Compañía de Jesús. Para todo esto, quienes forman en este momento la cúpula de la Compañía han decidido convocar para 2008 una Congregación General, con la capacidad legislativa para adoptar los cambios pensados en Loyola.
Como decíamos al principio, los jesuitas están inmersos en un proceso de refundación que viene prolongándose durante todo el mandato del holandés Kolvenbach. Proceso de refundación entendido como recuperación de las propias señas de identidad, precisamente, para poder enfrentar el futuro con mayor libertad y conocimiento de causa, sin dejarse vencer por cantos de sirena que muy bien podrían instalarles en ámbitos de trabajo evangelizador más trillados y, por ello mismo, más llevaderos, olvidándose de la máxima ignaciana de la mayor gloria de Dios como mayor gloria del hombre. Una máxima que les obliga a escrutar en cada instante histórico los signos de los tiempos y a optar por una respuesta coherente con el Evangelio de Jesucristo. Éste es su modo de proceder, que podrá ser compartido o no, pero que les identifica con su propia vocación en el cuerpo eclesial y en el contexto de la humanidad: analizar siempre la realidad plural para responderle desde la mejor medida evangélica. Lo que exige mucho desprendimiento analítico pero todavía más valentía en la respuesta. Y no siempre se consigue.
Ellos saben que la Iglesia les observa, sencillamente porque le pertenecen y porque se sienten pertenecientes a ella desde un compromiso que les configura como colectivo histórico. Pero ellos saben también que, como en tantas ocasiones anteriores, el mejor servicio a esa Iglesia es abrirle caminos de acción evangelizadora en esta sociedad que contempla el hecho eclesial de maneras tan diferentes, en algunos lugares como esperanza de liberación, y en otros, desgraciadamente, como reducción de conquistas democráticas, científicas y hasta humanísticas. Trabajar en este filo de la navaja, en este territorio frontera entre el hombre y Dios, entre la Iglesia y su correspondiente sociedad, siempre en fidelidad al Cuerpo de Cristo pero sin abdicar de la correspondiente fidelidad a los hombres y mujeres de su tiempo, es una tarea apasionante que los jesuitas, al comienzo de su año jubilar, mantienen como referente prioritario, sea cual sea el precio que deban pagar.
No en vano, hace pocos días, el 16 de noviembre, celebrábamos el aniversario de los mártires de El Salvador, Ignacio Ellacuría y compañeros, signo y símbolo de la justicia que brota de la fe. Ellos, junto a tantos otros, se alzan como iconos referenciales para quienes, en Loyola, han reflexionado sobre los jesuitas del siglo XXI.
Norberto Alcover es jesuita y escritor.
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