_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Jueces por la antropofagia

Por fin el Ayuntamiento de Barcelona ha captado el profundo malestar de los ciudadanos. Por fin, en el belén que todos los años se monta en la plaza de Sant Jaume se prohibirá la figura del caganer. El motivo es extraordinario. Resulta que el caganer es incívico. Sí. Los ciudadanos somos tontos y no distinguimos realidad y ficción, por lo que, si vemos una figura defecante del siglo XVIII, nos lanzamos a la calle y nos convertimos en cagones en serie. De hecho, si vamos al cine a ver una de Tarzán nos entran una ganas tremendas de aullar en taparrabos. (Por suerte, Barcelona es moderna y las ordenanzas municipales no prohíben el nudismo). Vamos, que está muy bien que se termine con una muestra más de la intolerable coñita catalana. Se armó el belén, que diría el inefable Paco Martínez Soria.

La idea es tan loable, tan bienintencionada, que creo que el consistorio debería ir más allá. En el belén hay muchas otras figuras que incitan al incivismo. Como el pescador. ¿Acaso tiene licencia? ¿Y si resulta que se está cargando el ecosistema por culpa de capturar ilegalmente peces protegidos? Del mismo modo, y sin dejar el río, también hay que eliminar la figura de la lavandera. No sólo porque al ser mujer y encargarse de las tareas del hogar está perpetuando el sexismo, sino porque contamina el agua. Y, pensándolo bien, otro que contamina es el cerdo que siempre ponen detrás de la cueva. Ese cerdo defeca tanto como el caganer y todo el mundo sabe que las defecaciones de cerdo, si no están controladas, se convierten en purines. Si en ese belén no hay un pipí-cerdo, el cerdo tiene que desaparecer. Y tienen que desaparecer también la gallina y las ovejas. El motivo es evidente. Las normativas del Ayuntamiento de Barcelona prohíben llevar animales sueltos. Pero es que el leñador tampoco puede estar allí. ¿Acaso sabemos qué hace con la leña que acaba de recoger? ¿Y si piensa encender un fuego en una zona no controlada?

De todas formas, lo más incívico del belén es el niño Jesús semidesnudo. Ningún pastorcillo con la carrera de asistente social lo aprobaría. María y José van bien abrigados, pero el bebé no tiene ni una humilde mantita. Vaya familia desestructurada, en la que el padre y la madre no se despojan de su ropa para arropar al crío. Considero que el bebé sería mucho más feliz con unos padres de acogida (excluyendo a los señores de Herodes, desde luego). Y hasta creo que estaría bien prohibir a los camellos, porque, según se mire, son propaganda encubierta de una marca de tabaco... Pero esto tiene que ser sólo el principio. La incorrección no se acaba nunca. Sin dejar el terreno escatológico y aprovechando las fiestas, hay que prohibir igualmente tradiciones tan incívicas como la del caga tió. Como saben ustedes, la noche del 24 los niños apalean un tronco de árbol con el noble propósito de conseguir que defeque regalos. No sólo es inadmisible tanta deposición. Es inadmisible que los regalos se consigan a través de la violencia. Es bulling a un tronco indefenso. La letra de la canción sugiere que con las palizas se consiguen regalos: "Tió, tió, caga torró, sino et donaré un cop de bastó". Los niños que hoy pegan al tió, mañana tal vez pegarán a Papá Noël (y no quiero dar ideas.) Por eso, propongo que la noche del 24 los niños se sienten junto al tronco y dialoguen con él.

Yo creo que habiendo acabado con el belén y con el tió, sólo nos quedará acabar con los famosos trabalenguas "en Pinxo i en Panxo" y "setze jutges d'un jutjat". En el primero, el tal Pinxo le pregunta al tal Panxo si desea que le pinche con un punzón, y Pancho dice que sí, aunque con una condición: que en la barriga no. Si esto no es sadomasoquismo consentido, ya me dirán qué es. Por lo que respecta a los dieciséis jueces, se dedican a comer hígado de un ahorcado. Es decir, están a favor de la pena de muerte y de la antropofagia. Yo cambiaría el trabalenguas por uno que dijese algo así: "Setze jutges tolerants, mengen plats vegetarians". Como, además de tener una letra cívica no cuesta pronunciarlo, evitaremos la terrible discriminación que los trabalenguas suponen para los disléxicos.

moliner.empar@gmail.com

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_