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Reportaje:

44 años entre estropajos y fregonas

Dolores López, limpiadora del instituto Ángel Ganivet de Granada, recibe de Jesús Caldera la medalla al mérito en el trabajo

Cuando Dolores López Morillas comenzó a ayudar a su madre limpiando los pupitres, pasillos y baños del Instituto de Enseñanza Secundaria Ángel Ganivet de Granada ni siquiera existían las fregonas. "Ahora fregar es gloria, pero cuando yo empecé, todo se hacía con el trapo. Teníamos que hincarnos de rodillas para limpiar el suelo. Y el mármol de las escaleras, ¡ay, el mármol! Había que darle y darle con un estropajo de esparto y arenilla hasta que quedaba reluciente", explica la limpiadora jubilada que, después de 44 años entre escobas, productos de limpieza y cientos de adolescentes, acaba de obtener la medalla de oro al mérito en el trabajo que le impuso el pasado miércoles el ministro Jesús Caldera.

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Lola, como todos la conocen en el instituto, deja a un lado la falsa modestia y, parca en palabras, asegura que la distinción se la han concedido porque se la merece. "Las limpiadoras también tenemos derecho a que nos den una medalla, porque hacemos un trabajo importante y necesario", afirma la mujer de 63 años que empezó su vida laboral en 1959, con 18.

El claustro, que ya le había otorgado la medalla de oro del instituto, fue el que impulsó su candidatura, y ahora, una vez conseguido el premio, son sus compañeros los que resaltan sus virtudes laborales. "Su horario, como el de todo el mundo, era de ocho a tres, pero ella venía siempre una hora antes para limpiar la entrada antes de que llegáramos todos", dice la directora del centro, María José Romero. Lola no faltó ni un sólo día al trabajo, sólo para parir a sus seis hijos, de los que dos, desgraciadamente, murieron. "Hace unos años, mientras estaba aquí limpiando, me llamaron del hospital para decirme que me tenía que operar de cataratas. Fui, me operé, y volví al trabajo con el vendaje puesto, pero los profesores me mandaron a casa", cuenta la limpiadora.

Su compañera del alma, Carmela, ha trabajado con ella durante los últimos 32 años. "Es muy buena persona y le encanta su trabajo. Barríamos cantando canciones de Manolo Escobar y las coplas de Juanita Reina. Los profesores se enfadaban con nosotros porque decían que los niños estaban más pendientes de nosotras que de ellos", relata Carmela que recuerda cómo, más de una vez, han tenido que comprar la lejía de su propio bolsillo porque en el instituto no había dinero.

Pero el trabajo reconocido con la medalla no ha sido el único que Lola ha realizado durante todos estos años. Como cualquier mujer de su tiempo -y muchas de las de ahora- volvía a coger los aperos en su casa una vez terminada la jornada. Las camas, los platos, los fogones, y la comida para su marido y sus cuatro hijos ocupaban el resto de su tiempo. "Cuando eran pequeños se los dejaba a mi hermana y ya más mayores los llevaba a la guardería", relata Lola, que asegura que la vida laboral y familiar se puede conciliar "si uno quiere".

No pudo sentir nostalgia cuando se jubiló el pasado junio, porque tuvo que atender a su marido, muy enfermo por entonces. Sus últimas lágrimas las derramó hace dos semanas, cuando finalmente falleció. Pero la medalla que le impuso el ministro le ha devuelto la sonrisa. Porque la vida sigue.

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