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Reportaje:UN BUENOS AIRES DE TANGO Y FARRA

Bruma y realidad de Belgrano

Un barrio bonaerense escenario de batallas y logros literarios

Andrés Barba

En el barrio de Belgrano, lejos de la algarabía tanguera y turística del centro, en el mismo corazón del barrio y rodeada por las calles Obligado, Juramento, Echevarría y Cuba, se encuentra la iglesia de la Inmaculada Concepción. El olor de los asados que crepitan detrás de la iglesia se mezcla con el de las magnolias, y aunque la columnata es blanca, es como si, de una manera misteriosa, todo en ella fuera rojo.

Si hay una característica esencial de la misteriosa Buenos Aires (como la solía llamar Mújica Lainez), es precisamente esta ambigüedad, esta distancia entre lo que se siente y lo que se aprecia, parecida quizá a la inquietud que produce comprobar que el cuerpo de la persona que amamos es pura imagen sin espesor, que bajo la mujer o el hombre real que apreciamos hay otro cuerpo esencial e incomprensible que apenas podemos tocar.

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Es aquí donde Ernesto Sábato sitúa la gran conjura de los ciegos en Sobre héroes y tumbas, aquí, bajo la iglesia aparentemente inocua de la Inmaculada Concepción, donde se abre esa red fantástica de alcantarillado por la que los ciegos pululan en su temible "subciudad". Y si lo hace aquí, es porque Belgrano es tan real que está a un punto de desrealizarse, tan aparentemente cotidiana que es misteriosa.

Pero no son los fantasmas de Sábato los únicos habitantes del barrio de Belgrano. En la esquina que conforman las calles Juramento y Vuelta de Obligado era donde se alzaba la casa del escritor realista Enrique Larreta, tan admirado por nuestro Unamuno, hoy convertida en Museo del Arte Español con la colección privada de la familia. La tranquilidad de la casa contradice otro grupo de fantasmas, el compuesto por unos adolescentes borrachos que gritan improperios contra el escritor en la puerta, y tiran piedras contra las ventanas, a los que había que expulsar casi semanalmente a horas intempestivas. Tienen toda la furia de los vanguardistas enloquecidos, y aunque apenas han escrito aún sus nombres, no dejan de resultar familiares. Son el jovencísimo Jorge Luis Borges, Xul Solar, Néstor Ibarra, Petit de Murat...

En vano trata de tranquilizarse el barrio de Belgrano. Ha vivido siempre así, en zozobra, casi siempre castigado, a ratos magnífico, como si fuese no un barrio, sino una persona. Los desocupados y los viejos se reúnen en la plaza de Belgrano como si de cualquier desocupado o viejo se tratara, como si en cualquier plaza fuera posible anhelar morir.

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Héroe contrahecho

Por esta plaza pasea otro fantasma que vive a pocos pasos, en el número 2150 de la calle de O'Higgins. El fantasma de Mújica Lainez, que vivió allí casi toda su vida desde su matrimonio con Ana de Alvear. El pequeño departamento inicial fue ampliado más tarde con otro, reservado exclusivamente a la biblioteca, y de allí salieron también héroes y monstruos como el del contrahecho duque Pier Francesco Orsini, protagonista del inquietante Bomarzo, o las dignas aristócratas venidas a menos del barrio de San Telmo que se veían obligadas a morir entre los polvos de la fiebre amarilla.

El actual Belgrano tiene aún esa inclinación tan porteña y canalla entre la vida y la muerte, esa especie de continua sed y de arrogancia medida cuya característica propia es la de no mostrarse nunca abiertamente.

También aquí muere uno de los grandes genios de la literatura contemporánea argentina, pero muy lejos del reconocimiento y la gloria que gozaban algunos de sus contemporáneos como Borges, Mújica Lainez, o Julio Cortázar. Aquí, en la calle de Olazábal, 2031, entre las calles de O'Higgins y Arcos, se alzaba el hostal mugriento (hoy desaparecido) en el que el 26 de julio de 1942 muere abandonado de todos Roberto Arlt, esa inextricable madeja de misantropía, megalomanía, miserabilismo, impulso fáustico y negatividad schopenhaueriana; un ingresado en rebelión de los infiernos nacido en 1900 de inmigrantes alemanes y austriacos, excluido casi de inmediato de los dos grupos literarios al poder en los años treinta; Florida y Boedo (burguesía y proletariado miniburgués, respectivamente, con no pocas zonas de trashumancia) y siempre excéntrico perseguidor de inventos. Dice de él Onetti: "Algunos opinaban que su actitud demostraba que era angélico; la misma actitud, para otros, probaba que era un farsante, y había quienes aseguraban que, con esa actitud, Arlt había sacado patente de hijo de puta. Yo no sé si era angélico, farsante o hijo de puta (probablemente las tres cosas a la vez), pero sigo profunda, definitivamente convencido, de que si algún habitante del barrio de Belgrano logró acercarse a la genialidad literaria, llevaba por nombre Roberto Arlt".

Y es precisamente Belgrano el barrio que elige Arlt para la mayoría de esos personajes de clase media que, incluidos en la normalidad, de pronto y sin aparente transición se deslizan como por una superficie jabonosa hacia la locura, esos que "no intentan poner una bomba al mundo de los de arriba, sino ser verdugos de los de abajo".

Es como si el barrio de Belgrano pareciera el más cercano de la tierra, y al mismo tiempo el más brumoso, el más inexistente. Y sus habitantes los más difusos, como si vivieran permanentemente rozando la solución, ese descubrimiento tan evidente en el que, sin embargo, no caen por apenas un milímetro, como no se cae de noche en un precipicio sin saberlo.

Andrés Barba (Madrid, 1975) es el ganador del Premio Gonzalo Torrente Ballester con la novela Versiones de Teresa, que editará Anagrama.

La casa donde vivió el escritor Manuel Mújica Lainez, en el 2.150 de la calle O'Higgins del barrio bonaerense de Belgrano.
La casa donde vivió el escritor Manuel Mújica Lainez, en el 2.150 de la calle O'Higgins del barrio bonaerense de Belgrano.RICARDO CEPPI

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