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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desencanto 'naranja'

Apenas el 20% de los ucranios cree un año después de la llamada revolución naranja que el presidente Víktor Yúshenko su ídolo de entonces, vaya a cambiar el deprimente tono del país. Ucrania es un caso de libro sobre una triunfante efervescencia popular prácticamente extinguida al poco tiempo. Y con ella, la energía de millones de personas que creyeron que el tándem formado por Yúshenko y la telegénica Yulia Timoshenko, roto espectacularmente en septiembre pasado, iba a cambiar para siempre sus vidas y el perfil del mayor país de Europa oriental después de Rusia, y que hasta 1991 fue la joya de la corona de la URSS. Los campeones de aquella revolución, devaluada por peleas políticas y escándalos económicos, han consumido en buena medida su capital popular en compadreos y corruptelas similares a los que caracterizaron el régimen del presidente Leonid Kuchma, especialmente delictivo en su segundo mandato. Aparte de un clima político menos asfixiante y una estimulante y relativa libertad de expresión, subsisten en Ucrania casi todos los males que impulsaron la masiva protesta triunfante en diciembre pasado. Para los ucranios que vivieron aquellas jornadas como los albores de una nueva sociedad es imposible entender que Yúshenko y su entonces enemigo por antonomasia, el primer ministro Víktor Yanukóvich -heredero político de Kuchma y hombre del Kremlin- hayan llegado a una acuerdo que garantiza la inmunidad para los que orquestaron el fraude electoral de hace un año.

Ucrania, ayuna de las reformas radicales que necesita y donde la pobreza y la falta de oportunidades siguen abrazando a la inmensa mayoría de sus 47 millones de habitantes, es la perdedora de este experimento fallido, que los más desencantados consideran ya el triunfo de una élite corrupta sobre otra. El país sigue rígidamente dividido entre una zona occidental que aspira a reconocerse en Europa y otra oriental que mira a Rusia y quiere la integración económica con Moscú.

El horizonte inmediato son las elecciones parlamentarias de marzo, en las que probablemente hay depositadas demasiadas esperanzas. A ellas acude la ex primera ministra Timoshenko, una populista mercurial, al frente de un bloque de ex partidarios de Yúshenko que sienten traicionados los ideales de la plaza de la Independencia de Kiev. Pero esta vez el jefe del Gobierno tendrá mayores y mejor definidos poderes, tras la reforma pactada en 2004 para devolver al Parlamento una buena parte de las prerrogativas presidenciales.

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