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Columna
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La imagen de la apisonadora

El otro día le escuché al catedrático de Derecho Constitucional Roberto Blanco un símil que me pareció muy sugerente. El profesor, ante todo tipo de argumentaciones que los defensores del proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña promueven con el fin de conseguir su aceptación, ponía el ejemplo de alguien que quisiera hacernos creer que su apisonadora, haciéndole un tuneado a base de parachoques de fantasía, focos de todo tipo y luces en los bajos, no es una apisonadora, sino un descapotable.

Es algo que deberían también tener en cuenta los que mediante la presentación de enmiendas en el Congreso de los Diputados deseen añadir más elementos al artilugio legal, o cambiarle su chimenea por una escultura surrealista, para hacer creer que finalmente es un Ferrari. Se trataría de un esfuerzo en todo caso inútil. Todos sabemos lo difícil que es hacer pasar un tractor por un descapotable, aunque aquél sea amarillo.

Pero el hecho de que el profesor Blanco recurriera a una apisonadora me recordó inmediatamente la confusión que padecieron los incautos e inocentes vecinos de Villar del Río, el pueblo de la película Bienvenido Mister Marshall. Ingenuos ellos, por hacer caso del apoderado de una folclórica, encalan y engalanan su lugar con la idea de que algo les quede del paso por allí de los americanos a los que iban a saludar con alegría. La apisonadora es, desde aquella película, todo un símbolo de nuestros deseos y confusiones.

Los niños de Villar del Río, tensos en la espera, al ver llegar al monstruo, cuyos conductores, contagiados también de aquella americanofilia que entró tras nuestra germanofilia y la División Azul, y provocada por películas que empezaron a llegar -entre otras, mi admirada Lo que el viento se llevó- iban de buzo y visera, sin la castiza chaqueta del picapedrero. De ahí la confusión de los niños, que les saludaban en inglés, y la movilización equivocada de todo el pueblo que salió, alcalde a la cabeza, a recibirles. Los de la apisonadora al menos se pararon y les explicaron que sólo venían a parchear la carretera. Los americanos, días después, pasaron de largo despreciando todos los anhelos de aquel lugar.

Y Villar del Río volvió a sumirse en su rutina, en una cierta desesperanza, a ver pasar los acontecimientos. Tampoco les supuso nada peor, ya estaban acostumbrados a ello. Se volvieron a encerrar en lo suyo y dejaron para el recuerdo las ilusiones que habían puesto.

Desde entonces la apisonadora se convirtió en un símbolo patrio de la decepción, como la locomotora del ferrocarril es el símbolo del avance y progreso para los americanos. Lo nuestro es lento y pesado,al final; además, no pasa nada. De vez en cuando un enfrentamiento civil tras un ataque de melancolía, que siempre, como ahora, se nos ha antojado muy difícil de que se dé. Seguiremos esperando otra cosa, mucho más desconfiados con cualquiera que nos quiera vender ilusiones o un algo que no es lo que dicen.

Quizás por eso no recibamos el Estatut con alegría. Somos unos desconfiados después de tantas lecciones de realismo. Sabemos ya que los conductores de la apisonadora no son los americanos y que la confederación es federalismo -porque algunos abuelos carlistas, tras sus fracasos en las guerras de la segunda mitad del XIX, se fueron a luchar a Norteamérica, a favor de los Estados Confederados del Sur-, que el dinero que tú te quedes no va ser para otros, y que cuando las competencias propias te las blindas y las del resto se quedan sin blindaje hay privilegio. No es extrañar que los de Villar del Río sean unos desconfiados.

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