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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bush, en China

La gira asiática que Bush termina hoy en Mongolia se realiza mientras su reputación interna se resquebraja por la presencia militar en Irak y las cárceles clandestinas. Durante este viaje, que ayer tuvo su momento cumbre en China, el presidente norteamericano ha tenido que aludir a la crisis de Washington. Con esta premisa era improbable que la visita a Pekín y la entrevista en el Gran Palacio del Pueblo con su homólogo, Hu Jintao, pudiera reportarle grandes frutos. Si hubiera que destacar uno, éste sería la venta de 70 aviones Boeing por un valor de 4.000 millones de dólares. Por lo demás, vagas promesas por parte china de estudiar fórmulas para corregir el desequilibrio de la balanza comercial e incrementar el valor del yuan.

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Bush no está entre los políticos norteamericanos que menos comprenden a China, aunque no llega a la percepción y sensibilidad de su padre. Después de cinco años en la Casa Blanca ha entendido que resulta más pragmático considerarla como socio antes que competidor estratégico. Si quiere arrancar algo de Pekín en materia de derechos humanos, no será con alusiones a Taiwan como ejemplo de democracia. Tal afirmación vertida durante su estancia en Japón irritó sobremanera a las autoridades chinas, recelosas siempre del acuerdo de defensa de Washington con Taipei, y fue censurada por los medios de comunicación chinos. Ayer el titular de la Casa Blanca, en su encuentro con Hu, fue más prudente, pese a hablar de libertades sociales, políticas y religiosas, sugerir a las autoridades locales que inviten al Dalai Lama y asistir a un oficio religioso en una iglesia protestante. No hay señales de que haya habido progresos en la petición de excarcelación de disidentes. El Gobierno chino ha endurecido la persecución política en los dos últimos años, pero al tiempo hace sorprendentes gestos de distensión como el de la rehabilitación del líder reformista Hu Yaobang, cuya muerte encendió la mecha de las protestas de Tiananmen en la primavera de 1989.

No faltan motivos para temores recíprocos. El Pentágono se muestra muy crítico con el constante crecimiento del presupuesto militar chino, y Pekín, a su vez, de la alianza de EE UU con Japón y Corea y de recientes acuerdos de seguridad con India, Indonesia y Vietnam. Y en lo comercial arrecian en el Congreso las voces proteccionistas sin pararse a pensar que una retirada de las inversiones chinas en bonos del Tesoro estadounidense provocaría un colapso. Es evidente que las suspicacias continuarán conforme el poderío chino se acreciente, pero es por ello vital que ambos Gobiernos busquen ante todo la cooperación.

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