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Reportaje:

Bajo el mismo techo en Núremberg

Criminales de guerra nazis y sus víctimas convivieron durante los juicios en una casa administrada por una condesa húngara

En una casa a las afueras de la ciudad de Núremberg convivieron bajo un mismo techo, a lo largo de los años que duraron los juicios contra los criminales de guerra nazis entre 1945 y 1948, víctimas y verdugos. En un libro que acaba de aparecer en Alemania, titulado La casa de los testigos, la periodista Christiane Kohl rescata una historia insólita ocurrida al margen del proceso de Núremberg. Bajo la dirección de la condesa húngara Ingeborg Kalnoky, las autoridades militares de EE UU hospedaron en la casa a los testigos del juicio. En este insólito biotopo se sentaban a la mesa supervivientes de los campos de concentración con policías de la Gestapo, colaboradores nazis de toda laya y algunos familiares de los acusados en el juicio.

La condesa húngara llegó a Núremberg en 1945 con tres hijos y embarazada del cuarto. Cuando notó los síntomas del parto se dirigía al hospital y estuvo a punto de que un oficial de EE UU la atropellase con su vehículo. El incidente supuso un nuevo giro en su novelesca existencia. El militar se acordó de la mujer políglota y bien educada, "una hermosa rubia de ojos azules", como la persona adecuada para llevar la casa que albergaría a los testigos del juicio. "Encárguese de que todo transcurra con tranquilidad", fue la orden que recibió de los americanos.

Un día por casualidad cayó en manos de Kohl el libro de huéspedes de la casa. De los textos de las dedicatorias se podían deducir "los miedos particulares y los autoengaños de las personas que fueron cómplices durante el nacionalsocialismo así como la amargura y la furia de las víctimas supervivientes de los nazis". Kohl inició la investigación periodística. El seguimiento de la protagonista central de la historia la llevó en 1995 hasta una residencia de ancianos en Cleveland (Ohio), donde la condesa vivía a sus 87 años sola, con el último acompañante de su vida, un gato llamado Russel.

La mezcla de personajes que desfilaron por la casa de los testigos y que aparecen en el libro es explosiva, pero nada ocurrió. Heinrich Hoffmann, el fotógrafo de cámara de Hitler, aparece como un bocazas que se hace el inocente. Su hija Henriette estaba casada con Baldur von Schirach, uno de los principales acusados en el proceso, que ocupó, entre otros altos cargos, el de gobernador de Viena y que se jactaba de su contribución a la cultura occidental por haber deportado a todos los judíos. Condenado a 20 años, Von Schirach salió en libertad de la cárcel de Spandau el 30 de septiembre de 1966, junto con Albert Speer, el arquitecto de Hitler. Otro de los personajes centrales del libro es Rudolf Diels, el primer jefe de la Gestapo. Diels perdió el cargo por las luchas internas entre Göring y Himmler e incluso acabó en la cárcel por el atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944. También pasó por la casa el constructor de aviones de guerra para la fuerza aérea nazi Willi Messerschmidt.

Supervivientes

Al lado de estos colaboradores del nazismo llegaron a la casa supervivientes de los campos de exterminio. Destacan, entre los más conocidos, el químico Robert Havemann, un comunista condenado a muerte que acabó sus días perseguido como disidente en la desaparecida RDA. También estuvo allí Eugen Kogon, superviviente del campo de Buchenwald y autor de una obra clásica de la sociología del nazismo, El Estado SS.

Escribe Kohl: "La casa de los testigos era un lugar de contrastes: dolor y alegría, risas y llanto, amargura y arrogancia se encontraban muy cerca unos de otros". La condesa Kalnoky, que murió en 1997, cumplió las órdenes recibidas y todo transcurrió con tranquilidad. Esto quizá fue posible por una reflexión que hace la autora en las últimas páginas del libro: "Delincuentes y cómplices del régimen o los supervivientes del nazismo, ninguno podía o quería hablar de forma abierta sobre sus experiencias. A unos les pesaba mucho la carga de la culpa. Los otros vivían con unas experiencias que eran tan horribles que no podían expresarse con palabras".

Algunos acusados y sus abogados, sentados delante, en una de las sesiones del juicio de Núremberg.
Algunos acusados y sus abogados, sentados delante, en una de las sesiones del juicio de Núremberg.REUTERS

El proceso cumple 60 años

Los juicios de Núremberg, que comenzaron hoy hace 60 años con el proceso contra 22 de los principales gerifaltes nazis, no sólo significaron hacer justicia a los criminales de guerra de uno de los regímenes más siniestros de la historia de la humanidad. En Núremberg se sentaron con el proceso las bases para perseguir los crímenes de guerra según el Derecho Internacional, nacieron los sistemas de traducción simultánea y se concentró la flor y nata del periodismo mundial (Ernest Hemingway, John dos Passos, John Steinbeck, Victoria Ocampo, Erika Mann o el ruso Ilja Ehrenburg).

De los 23 acusados, el tribunal militar de las potencias aliadas (EE UU, Rusia, Reino Unido y Francia) condenó a 12 a la pena de muerte. Sólo se ejecutó a 10 de ellos el 16 de octubre de 1946. De Martin Bormann, el lugarteniente de Hitler, nunca más se supo. El mariscal del Reich Hermann Göring consiguió escapar a la horca: se suicidó con arsénico la víspera de la ejecución. Otros cumplieron largas penas en la cárcel berlinesa de Spandau, donde el 17 de agosto de 1987 se suicidó el lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, que cumplía cadena perpetua.

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