Atención: el público vuela
Aquí el público puede tocar a los actores. Y volar con ellos. Es un espectáculo distinto, interactivo y sensual, donde casi todo pasa en el aire. Llega por primera vez a España tras triunfar en medio mundo. Responsable: la compañía argentina De La Guarda.
No hay arriba ni abajo. Ni escenario. Y todos y ninguno son actores. El teatro es un reflejo de la vida, y tal vez un concepto teatral así sólo podía surgir en Argentina. El caso es que miles de personas en todo el planeta ya han acudido a presenciar Villa Villa, un bombardeo sensorial de hora y media en el que las referencias conocidas en el mundo de las tablas desaparecen y son reemplazadas por la sorpresa, el recelo y, finalmente, la diversión y la entrega a un espectáculo protagonizado por 12 actores que tan pronto corren por las paredes como si fuera lo más natural o hacen volar a los espectadores. Literalmente. Son De La Guarda, un grupo que llega a España después de haber actuado en una veintena de países.
En Argentina, las villas son las aglomeraciones de chabolas -en algunas ocasiones gigantescas- que hay en las afueras de las ciudades. "Cuando se dice 'hagamos esto villa villa' es algo así como 'hagámoslo como podamos', y en cierto sentido así nació este espectáculo. Cuando lo ideamos necesitábamos gran cantidad de aparatos y equipos. Teníamos las ideas, pero no la plata. La falta de recursos te azuza. Y así lo hicimos: villa villa", explica Pichón Baldinú, quien desde siempre ha estado en el mundo del espectáculo y a los 40 años se ha visto al frente, junto a su amigo Diqui James, de De La Guarda, un proyecto que moviliza a cientos de personas y organiza representaciones simultáneas en diversos países. "Nosotros venimos de Argentina, que en la política de teatro suele estar lejos de Europa. Siempre he admirado cómo compañías europeas tenían un soporte económico. Aquí no hay apoyo, no hay subsidios. Y eso no hace ni buena ni mala a una compañía, pero le da una oportunidad. Para nosotros, cada etapa ha sido una conquista. Pasamos de ser teloneros de un grupo de rock a tener un espectáculo en solitario; de ahí, a festivales importantes, y un día, a Nueva York".
La cadena de conquistas rompiendo moldes de la que habla Baldinú no es algo que suceda de pronto. El director de De La Guarda formó parte de un grupo famoso de teatro underground muy conocido en la capital argentina en los años ochenta, La Organización Negra, que entre otras cosas convirtió en escenario de una de sus raras actuaciones nada menos que uno de los símbolos patrios de Argentina: el gigantesco obelisco de la avenida Nueve de Julio. Y claro, en ocasiones los choques con la autoridad han sido inevitables. "Estábamos, ya con De La Guarda, representando una obra en la que utilizábamos algunos cochinillos. Yo no tenía ni idea de que los cerdos crecían tan deprisa, y de una semana a otra tenía la espalda destrozada de cargar los chanchos. El caso es que un día varias personas entre el público, en vez de participar como todo el mundo, nos empiezan a llamar hijos de puta, y al término de la segunda representación de ese día nos encontramos a varios tipos embarrados hasta arriba , que resultaron ser policías y se llevaron los cerdos porque teníamos una denuncia por malos tratos a los animales. Y cuando vamos al día siguiente a comisaría a aclarar las cosas , ¡nos encontramos a los cerdos encerrados en una celda como si fueran delincuentes! Parecía una broma. Estas cosas sólo pasan en Argentina", relata Baldinú, que añade que, en el atestado que levantó la policía, los animales figuraban oficialmente como "cerdos-actores".
Pero la semilla de 'Villa Villa' ya estaba germinada. Desde aquella visita a la comisaría porteña han pasado casi 20 años, y hoy De La Guarda es un grupo teatral que ha llegado a tener hasta cuatro compañías diferentes representando el mismo espectáculo simultáneamente en diferentes partes del mundo, o que puede hacer frente a un gigantesco casting con más de 2.000 aspirantes a ingresar en el grupo mientras sigue batiendo récords de espectadores. "Tenemos gente de todas partes, y eso es posible porque nuestro espectáculo no está personalizado en el actor. El protagonista es el espectáculo en sí mismo", indica Baldinú. "El público que nos conoce no viene a ver a nadie en concreto. La obra supera eso. En realidad, los personajes son impersonales. Son simplemente el hombre y la mujer".
Y es cierto que en De La Guarda no se respira el protagonismo de los actores. Mientras el público va accediendo, en muchos casos desconcertado, al espacio iluminado tenuemente donde permanecerá durante la representación de la obra, en los camerinos se produce un ritual que se repite todas las noches de actuación. Sentados en el suelo, los 12 actores (seis hombres y seis mujeres) escuchan a Rolando Pérez, el jefe de escenario, recitar una retahíla de nombres y conceptos que para alguien ajeno a la mecánica de la obra suena casi como una letanía de la que sólo se comprenden -y a medias- los apodos de los protagonistas y los nombres de las escenas. Pérez está asignando en ese momento los papeles y recorridos que harán durante esa representación los actores, y que hasta ese preciso momento ninguno sabía. "Aunque haya dos representaciones en un mismo día, el reparto de papeles no se repite", revela Pérez.
La estrategia tiene un doble sentido. Por un lado, que prácticamente todos los personajes puedan ser representados por cualquier actor, debido tanto al desgaste físico que producen algunas escenas como al relativamente alto porcentaje -desde luego, mucho mayor que en el teatro convencional- de lesiones o pequeñas molestias que se producen entre los actores durante la representación. "Pero también se trata de que nadie se habitúe a hacer un personaje concreto. Que no se encasillen, que no se relajen y que se esfuercen al máximo en cada representación", apunta López. Sentados en el suelo, los 12 actores reciben con aplausos o vítores la nueva asignación de personajes. "Estamos acostumbrados y lo recordamos. En cualquier caso, las ocho escenas conforman un recorrido; no es difícil acordarse porque es como seguir un camino", explica Nazarena Mom, Naza.
Naza es una de los dos capitanes que tiene la compañía durante su gira argentina. Un concepto cercano a la figura homóloga en los equipos de fútbol; por algo los creadores de De La Guarda son argentinos. Los capitanes no son más importantes que sus compañeros, sino que se encargan de ayudar a los responsables de la obra para que todo vaya bien, tanto desde el punto de vista artístico como técnico. "En De La Guarda, todo es inusual", destaca López. "Los capitanes nos ayudan a decidir quiénes harán las escenas de cada día, pero suele suceder que haya cambios sobre la marcha". Para Naza, trabajar con los arneses no es algo nuevo, pero sí recuerda la impresión que le produjeron algunas escenas la primera vez que vio Villa Villa, sin saber entonces que terminaría formando parte de esa locura sensorial. "La verdad es que me ha ayudado mucho a formarme como actriz. Tienes mucho contacto con el público y hay que estar siempre alerta", sostiene Naza, que advierte que no sólo es el público el sorprendido con el espectáculo. "Hay veces que cuando estoy delante de alguien del público me sorprende. Es como un descubrimiento".
También es un descubrimiento saber que un equipo de alpinistas (andinistas, en América Latina) forma parte fundamental del espectáculo. No sólo comprueban que anclajes, herrajes y cuerdas estén en perfecto estado o tienen poder para cortar una escena, sino que además son indispensables en algunas de ellas, a las que hay que añadir la complejidad de trabajar entre el público. Una de las principales complicaciones es que se crucen las cuerdas. Con varios actores moviéndose a velocidad vertiginosa sobre las cabezas del público a la vez hay poco margen para los errores. "Si soy sincero, estoy tan metido en el trabajo que hay una escena que no he visto todavía", confiesa Sebastián, uno de los cuatro miembros del equipo, mientras comprueba varios mosquetones.
"Cuando estás ahí dentro como espectador, Villa Villa es un espectáculo que te llena de energía y de ganas de participar", subraya Julio César Werlen, Chaco, de 21 años, el benjamín de la compañía: "Cada persona que va, cada alma que entra en la estructura debería permitirse volar y pensar lo que quiera. Y además es una fiesta".
Fuera, o mejor dicho dentro, aguarda el público, que durante la siguiente hora y media, y a medida que se relaje y vaya perdiendo la idea preconcebida que tenía del espectáculo, pasará de espectador a participante y se verá envuelto por una concepción del teatro que ha sabido conectar con toda clase de personas en el mundo.
"Me han dicho que te mojan", revela una espectadora ante la mirada entre intrigada y de recelo de una pareja que supera la cincuentena. Porque ésa es otra característica del espectáculo: un público muy heterogéneo que, aunque predominantemente joven, admite todas las edades. "En los países anglosajones o en Alemania, el público es más frío, porque Villa Villa supone una distorsión de las reglas del juego", opina Pichón Baldinú. "Tengo un recuerdo muy especial del público de Londres. Son tan ingenuos que se toman en serio su ingenuidad. Y vaya si participan Hubo un momento en que tuvimos que bajar a la gente porque estaban convencidos de que tenían que volar todos como parte del espectáculo. Una de las cosas que más me impresionaron fue cuando estuvimos en Belgrado en 1996. El país estaba hecho una mierda, pero la gente tenía unas ganas increíbles de festejar. Sucedió que representábamos en unos viejos estudios de cine donde se rodaban antiguamente películas para los países del Este. El primer día comenzaron a pasar por televisión fragmentos del espectáculo y nos encontramos una avalancha de gente. Éramos como los Rolling Stones, y encima, en medio del espectáculo, se nos desenchufa un cable y se va la luz. ¿Qué hizo toda aquella gente? Montó una auténtica fiesta".
"Siempre pasa algo. He trabajado en unas 300 representaciones y todavía no me he cansado ni una vez. Y, ¡ojo!, que yo ya había actuado antes en otras obras, y al final el cansancio siempre llega", indica Diego Ramallo, Rasta, el otro capitán de la gira argentina, para quien, aunque haya que estar bien físicamente para aguantar el ritmo de las representaciones, lo más importante es la actuación. "Hay que transmitir cosas a la gente a través de la cara y hay que mirar de frente al público. Y es verdad que el público siempre es distinto de un lugar a otro, pero también la obra lo es". Un público que pronto se integra en la obra y sigue sin problemas la combinación de elementos, luces, agua, niebla y lugares donde se desarrolla la acción. Un público que muchas veces repite, y que tan pronto baila como sigue inmóvil las historias de Villa Villa, casi siempre por encima de sus cabezas.
"Para nosotros, los vuelos, el aire, no definen un estilo de teatro, sino que son un elemento dramático, un componente del lenguaje", afirma el director de De La Guarda. "Queríamos acariciar ese código, pero también salir de la oscuridad en el sentido estético y vincularnos al poder que tiene la vida en sí misma. Por eso nos propusimos movilizar al espectador utilizando el poder más humano en el sentido positivo". Para Baldinú, éste es un aspecto fundamental de su compañía teatral que la diferencia de otras con las que, en principio, puede ser comparada. "Nosotros hablamos del amor, de la creación, elementos que forman parte de la existencia del hombre. Hemos encontrado un lenguaje que impresiona al espectador sin recurrir a la oscuridad, la violencia humana o la constante degradación".
Y ésa es la sensación que transmite todo el espectáculo. El temor del "me han dicho que te mojan" deja paso primero a la sorpresa y luego a la alegría del juego y la celebración. La música desempeña una parte fundamental en las diversas escenas y guía al espectador en su comportamiento durante Villa Villa. Una música donde se combinan desde elementos más reconocibles, como acordes brasileños o chinos, hasta cantos en lo que parecen lenguas incomprensibles. "Aquí no hay lenguaje. El músico no habla. No hay lenguas en De La Guarda", apunta Alejandro Garay, Chifle, quien, tras parte de su carrera dedicada al rock, ahora es el responsable de los técnicos que trabajan en el montaje del espectáculo. Mientras Chifle habla subido en la parte alta de la estructura, abajo cientos de personas bailan en la fiesta con la que culmina Villa Villa. Baldinú tiene muy claro el objetivo de su obra: "Queremos generar en el público una emoción de libertad y excitación como sucede en las fiestas populares, donde la gente sale a la calle con la excusa de la celebración".
De La Guarda estará en Valencia la próxima semana; en Madrid, del 13 de diciembre al 8 de enero, y en Sevilla, del 24 de enero al 5 de febrero. Más información: www.delaguarda.com.
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