El cine a la bartola
El director vasco Iñaki Arteta está preocupado por el reducido número de espectadores que han acudido a ver su documental Trece entre mil, sobre las víctimas del terrorismo de ETA. No le parece lógica la indiferencia del público, ya que su película ha tenido "una extraordinaria acogida en los diferentes medios periodísticos". Ni corto ni perezoso ha enviado una carta alertando sobre el riesgo de que le quiten la película de cartel. Está convencido de que hay "un público potencial ávido de encontrarse con propuestas" como la suya, un público "que durante años ha estado observando cómo el cine español obviaba la problemática de las víctimas".
Es un tipo de carta que podría haber sido enviada igualmente por otros directores que acaban de estrenar sus películas y a los que el público tampoco está haciendo suficiente caso a pesar de las buenas críticas o de premios en festivales, Segundo asalto y Arcadia, por ejemplo, o A golpes, Iberia, Otros días vendrán y Oculto, y varias más. "Les animo a que no haya nadie de sus círculos de influencia que pierda la oportunidad de acercarse a ver este documental y mostrar de esa manera su apoyo a este tipo de cine y a su causa", insiste Arteta.
Otras películas como Camarón, 7 vírgenes, El método, Princesas o La vida secreta de las palabras han partido con mejor pie. ¿Les diferencia la calidad, el haber caído en gracia, su buena suerte o su buena promoción? Como bien sabemos, las películas (españolas, sobre todo) se juegan su destino sólo durante su primer fin de semana en la cartelera. La mañana de cada lunes es un hervidero de comentarios sobre los batacazos que se han pegado tales o cuales películas, irremisiblemente ya condenadas de por vida. Los exhibidores no suelen dejarlas respirar (hay excepciones), y se ponen inmediatamente a buscar sustitutas para sus pantallas. De un plumazo se han ido al garete los esfuerzos y dineros invertidos. Sin embargo, parece lógico que no todos y cada uno de los tropecientos estrenos que hay cada semana consigan llenar las salas a la primera. Pero la prisa es la prisa.
Con lo que cuesta hacer una película sorprende la escasa imaginación al publicitarlas. Casi todas las promociones suenan a fórmulas mecánicas, sin originalidad o lo que es lo mismo, sin lograr llamar la atención. Se presenta la película en algún festival (y eso la que pueda), se publican unos cuantos anuncios, se entrevista a los intérpretes, no siempre afortunados en sus declaraciones..., y así van cayendo una tras otra. ¿Cómo puede diferenciarlas el espectador? ¿Para qué se hacen?
El cine americano fija una saludable cantidad de dólares para su promoción mundial en los presupuestos de las películas. Y la argucia les funciona casi siempre. La gente se entera de que hay una película nueva para ver. ¿No habrá más remedio que emularles?
Babelia
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