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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irak quema en EE UU

Los recientes acuerdos del Senado estadounidense, controlado por los republicanos, a propósito de la guerra de Irak muestran el creciente malestar en el propio partido gobernante con el agujero negro en que se ha convertido la ocupación del país árabe. La última de estas decisiones exime al presidente Bush de fijar un calendario para una retirada progresiva a partir del año próximo, como pretendían los demócratas, pero le exige informar regularmente al Senado sobre la marcha de una guerra que suscita ya una impaciencia incontenible, acrecentada por el hecho de que aliados tan leales como Reino Unido e Italia estén insinuando abiertamente su abandono.

El creciente rechazo a la guerra de Irak lo impregna todo. Republicanos y demócratas, pese a su distancia política, comienzan a encontrar un territorio común inquietante para Bush, en el momento más bajo de su aceptación ciudadana. El debate senatorial sobre gastos militares se ha convertido de hecho en foro sobre el conflicto, incluida la política antiterrorista que ha llevado a Washington a posiciones y prácticas abiertamente contrapuestas a la doctrina oficial. Una de las resoluciones aprobadas, contra los deseos de la Casa Blanca, prevé mínimas garantías para los casi 500 sospechosos de terrorismo prisioneros en el limbo legal de Guantánamo. Los parlamentarios han confirmado que pueden ser juzgados por comisiones militares, pero podrán recurrir ante tribunales estadounidenses su calificación como "combatientes enemigos" y apelar sentencias superiores a 10 años.

Probablemente sean las torturas y malos tratos a prisioneros, que EE UU ha comenzado a utilizar rutinariamente después del 11-S, el peaje más dañino para la imagen mundial de la superpotencia. El Senado aprobó abrumadoramente el mes pasado una propuesta de John McCain para prohibir los interrogatorios crueles, inhumanos o degradantes. Pero el proyecto del aspirante presidencial afronta el veto de Bush, si antes no queda en agua de borrajas debido a las presiones de la Casa Blanca -orquestadas por el vicepresidente Cheney y la CIA- para que la Agencia de Inteligencia quede al margen de sus previsiones.

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La mayoría de los estadounidenses prefiere no saber demasiado sobre el lado oscuro del contraterrorismo, pero las imágenes inapelables de Irak y Afganistán les ha colocado ante una realidad brutal. El debate no es exclusivamente americano, pero resulta imprescindible que EE UU se dote de normas claras al respecto si quiere evitar, como ha sucedido demasiadas veces en los últimos tiempos, caer en este terreno a un nivel parecido al de sus peores enemigos.

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