Europa observa con recelo el fuego francés
El escaparate de una agencia de viajes anuncia vuelos a "Algesiras", Tánger, Asilah, Larache y Tetuán. En el cristal, una foto de La Meca a rebosar en pleno peregrinaje. Los hombres con bigote comen carne halal y beben té en las cafeterías, y las mujeres, veladas o no, pasean cargadas con bolsas de la compra por la avenida de Stalingrado. Es el centro de Bruselas, en el corazón de Europa, y, a pocas manzanas de allí, jóvenes desbocados han incendiado esta semana más de una decena de coches en los barrios con mayor concentración de población árabe de Bruselas.
¿Puede saltar la llama francesa al resto de Europa? ¿Ha fracasado el Viejo Continente en la integración de los inmigrantes y de sus hijos? La Europa que acogió a millones de inmigrantes hace décadas con trabajo para todos se encuentra hoy con bolsas de excluidos en los principales países, independientemente del modelo de integración. Y el reto, otro reto más, estalla en un momento en que la propia Europa acumula problemas de crecimiento, de Constitución y de futuro.
Tres palabras se repiten en Bruselas: discriminación, trabajo y escuela. Piensan que la violencia es la respuesta rabiosa a una situación insostenible
"La forma de la revuelta es discutible, pero el fondo es legítimo. A veces es la única manera de que los políticos se den cuenta de que existimos", dice Ahmed
El modelo opuesto al francés es el británico, el del multiculturalismo, donde las autoridades han reforzado la identidad de las distintas comunidades
En Alemania está el modelo 'gastarbeiter' o del trabajador invitado, en alusión a los obreros que reactivaron la economía en los años sesenta y setenta
Europa recibió en 2004 a 1,9 millones de nuevos habitantes. Con ellos suman ya 16 millones, sin tener en cuenta a los que no tienen papeles. Políticos y académicos ven en la entrada de mano de obra joven la solución al preocupante envejecimiento de la población europea y un revulsivo para la maltrecha economía europea. Pero es una oportunidad que Europa, a juzgar por la explosión social francesa, no sólo no ha sabido aprovechar, sino que, por el contrario, ha generado bolsas de exclusión -gran parte de ellas nutridas de ciudadanos de origen árabe- en las grandes ciudades europeas, que ahora tiemblan ante un posible contagio de la crisis francesa.
Alemania (7,3 millones de inmigrantes), Francia (3,2 millones) y Reino Unido (2,7 millones), según fuentes europeas [junto a España (4,1 millones, cifra del INE)], son los mayores receptores. Cada país ha ensayado un sistema diferente de integración de los nuevos habitantes en sus sociedades, pero ninguno de ellos ha logrado la inserción deseada. Los tres se enfrentan a serios problemas de exclusión y alienación que se extienden no sólo a los recién llegados, sino también a las segundas y terceras generaciones. Algo falla, los suicidas londinenses fueran en su mayoría jóvenes nacidos en el Reino Unido, supuestamente integrados y dispuestos a asesinar a decenas de compatriotas. Y como lo ha puesto de manifiesto la delincuencia desatada esta semana en Saint Denis.
Volvamos a Bélgica. Las autoridades belgas, como las de otros países europeos, temen que la llama francesa que ha abrasado ya más de 6.600 coches acabe por prender en sus ciudades. Los expertos insisten en que el modelo francés de integración -cimentado en la asimilación de la cultura francesa- no se repite en otros países de Europa, pero a la vez advierten de que en el resto de países la situación no es mucho mejor.
Mohamed, Nadia, Ahmed y Otman viven en Cureghem, el núcleo duro de Anderlecht, el gran barrio magrebí de Bruselas, donde esta semana han volado los cócteles molotov y ardido unos pocos coches. Los cuatro son belgas e hijos de marroquíes. Discuten acaloradamente sobre lo que está pasando en Francia y lo que pasa en su barrio todos los días. Tres palabras se repiten en la destartalada habitación de la asociación Alhambra: discriminación, trabajo y escuela. Piensan que la violencia es la respuesta rabiosa a una situación que consideran insostenible. "Aquí sólo falta un político como Sarkozy [Nicolas, ministro del Interior francés] para que todo salte por los aires", dice Ahmed, un joven con perilla que estudia trabajo social. Se sienten excluidos y quieren que se les trate como a los demás.
Llamar la atención
"Desde pequeño creces con ello. Estás jugando al fútbol en la calle y llega la policía. Si no eres blanco y con ojos azules, te mandan a casa. La policía no dialoga, no escucha, sólo amenaza. Desde el 11-S es todavía peor. Ahora somos todos terroristas que oprimimos a nuestras mujeres", dice nervioso Otman. No les gustaría que Bruselas se convirtiera en Saint Denis, pero dicen comprender a los que queman coches en Francia. "La forma de la revuelta es discutible, pero el fondo es legítimo. A veces la violencia es necesaria, es la única manera de que los políticos se den cuenta de que existimos. Gracias a que están quemando coches, en Francia el Gobierno ya ha empezado a ofrecer dinero para los barrios. Las revueltas son así", sostiene Ahmed. Otman está de acuerdo, pero piensa que la situación en Francia es muy distinta. "El sistema francés es un atraso, es arcaico. Lo de la asimilación no funciona. Pretenden que todo el mundo sea laico y se identifique con la cultura francesa".
Como Otman, son muchos los que piensan que el sistema francés hace aguas, pero también reconocen que los otros dos grandes modelos de integración europeos -el británico y el alemán- tampoco han corrido mucha mejor suerte. "Hay una especificidad del modelo francés, pero la precariedad en las grandes ciudades y la exclusión social hace que el riesgo exista en otras ciudades", explica Andrea Rea, director del centro de investigación sobre la etnicidad, el racismo, las migraciones y la exclusión de la Universidad Libre de Bruselas.
Rea se refiere a la llamada ley del velo, que prohíbe el uso de signos religiosos en las escuelas públicas francesas y que ha generado un fuerte malestar en las comunidades musulmanas. "Los musulmanes deben entender que el laicismo también rige para ellos", decía Sarkozy en una entrevista el año pasado. Pero también se refiere Rea a que el Estado francés no permite que el origen de los ciudadanos -latino, asiático, magrebí...- quede plasmado en las estadísticas, lo que impide conocer la situación en la que se encuentran estas comunidades. "Piensan que si reconocen la etnicidad vulnerarían la unidad del pueblo francés; pero así es imposible ver si se les está tratando de manera diferente, si se les discrimina a la hora de encontrar un empleo", sostiene Sarah Spencer, directora de investigación de Compas, el Centro de Migración, Política y Sociedad de la Universidad de Oxford.
Examen de ciudadanía
En el lado opuesto del modelo francés se encuentra el británico, el del multiculturalismo y el laissez faire, donde, como en Estados Unidos, las autoridades han reforzado la identidad de las distintas comunidades. La idea que subyace es que los inmigrantes llegan para quedarse y, por tanto, tienen derecho a desarrollar su identidad cultural en su nueva residencia. Muchos piensan que es esto precisamente lo que ha contribuido también a la formación de guetos en los que tampoco han faltado las revueltas, como las ocurridas en 2001 en el norte de Inglaterra. "Es cierto que hay demasiada segregación en los barrios, divididos por grupos étnicos, pero no creo que nuestros problemas estén causados por el multiculturalismo. Nadie tiene la fórmula mágica", dice Spencer. No obstante, el Gobierno británico ha dado un paso hacia el modelo de asimilación al instaurar hace pocos días el examen de ciudadanía británica que deberán aprobar los 140.000 aspirantes anuales a obtener el pasaporte británico. El examen incluye preguntas de idioma, de costumbres y estructura política del país.
Junto al francés y el británico se encuentra el alemán, que se basa en considerar al inmigrante una fuerza de trabajo coyuntural y temporal. Es el denominado modelo del gastarbeiter o del trabajador invitado, en alusión a los obreros que reactivaron la economía alemana en los años sesenta y setenta. Tampoco está exento de tensiones. "Nuestro primer problema es la obtención de la nacionalidad, seguido de la discriminación tanto en la calle como en el trabajo. El 45% de los turcos de Kreuzberg está en el paro". El que habla es Ahmet Iyidirli, el único candidato turco al Parlamento del partido socialdemócrata alemán en las pasadas elecciones. Kreuzberg es el gran barrio turco de Europa. En él viven 38.000 turcos y un total de 2,6 millones en todo el país. De ellos, sólo 600.000 tienen la nacionalidad. La percepción de temporalidad se percibe además en los escasos esfuerzos que el Gobierno alemán ha realizado para transmitir a los extranjeros la lengua y la cultura alemanas. Iyidirli considera que esto explica en parte el fracaso escolar de los chavales turcos.
La segregación desde la escuela no es un problema exclusivo de Alemania. Es un tema que también preocupa a los jóvenes de Cureghem, en Bélgica. "A esta asociación vienen jóvenes de 12 y 15 años que no saben escribir en francés. No saben nada. Son los hijos de las escuelas basura, escuelas donde estudian los inmigrantes, no los que van a dirigir el país", dice Otman, que ya ronda la treintena. Su amigo Mohamed es también voluntario de Alhambra y hace poco que terminó la escuela. Muchos de sus compañeros de pupitre no pueden decir lo mismo. De los 60 que estaban al principio sólo terminaron la escolarización 18.
Datos elocuentes
Faltan datos que constaten claramente la marginación que abona el conflicto, pero los pocos disponibles son elocuentes. Mientras que en 2001 la tasa de empleo en la UE era del 64,4%, la de los nacionales de países no comunitarios rondaba el 52,7%. Las cifras reflejan además que esta distancia se acorta en los empleos de riesgo y trabajos asociados con la exclusión social. Es un problema europeo y transfronterizo, al que el Ejecutivo comunitario no puede dar respuesta. Por un lado, la Comisión Europea considera el fénomeno migratorio una de las soluciones al problema del envejecimiento de Europa -entre 2010 y 2030, la UE perderá 20 millones de trabajadores-, pero, por otro, los Estados no están dispuestos a ceder soberanía a la Unión en materia de integración, donde la Comisión no tiene competencia.
Lo que Europa puede hacer por la integración se limita a la financiación de proyectos y a recomendaciones a los Estados miembros para adoptar medidas en materia de empleo, educación o enseñanza de las lenguas europeas, entre otras. El proyecto de Constitución europea sí contempla que la legislación puede tomar medidas, incentivos y apoyo para promover la integración, pero la Constitución está aplazada sine die.
Comunitarias o no, las soluciones urgen. Porque, conforme a lo que sostiene el investigador Rea, "el hecho de que en Europa haya masas de jóvenes discriminados, sin futuro, sin trabajo, sin vivienda y sin ideales sociales y políticos constituye el germen de la revuelta continua".
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