"Sólo sabemos hablar con el fuego"
Varios jóvenes de una barriada aseguran que incendian coches porque no tienen elección
Domingo 6 de noviembre, ocho de la tarde. Abdel, Bilal, Youssef, Ousman, Nadir y Laurent (nombres ficticios) se encuentran ante un edificio de 10 pisos en el barrio 112 de Aubervilliers (Seine-Saint-Denis). Mientras se une al grupo, Rachid, vestido con un abrigo amplio, enciende un cigarrillo y luego quema un cubo de basura. "Es una desgracia, pero no tenemos elección", asegura Nadir. Desde hace 10 días, el escenario se reproduce. La pequeña banda de las viviendas sociales de la calle Hélène-Cochennec, que cuenta con un millar de inquilinos, tiene ganas de "romperlo todo". Coches, almacenes, gimnasios son el objetivo de esta rabia que no responde a ninguna consigna, ni a ninguna organización.
"Si un día nos organizamos, tendremos granadas, explosivos, Kaláshnikov... Nos daremos cita en la Bastilla y será la guerra", amenazan. Ni imanes ni islamistas parecen dictar su conducta y mucho menos manipularlos. Por ahora, la banda del 112 sólo actúa en su barrio: la "organización" se parece más a un grupo de amigos que se cita para tomar algo que a una misión bélica. "Cada uno trae una cosa", explica Abdel.
"Tenemos más de revuelta que de odio", declara Youssef, el mayor de la banda. Tiene 25 años y asegura estar más tranquilo desde que tiene novia. Pero eso no le ha quitado la "rabia", que tiene como principal objetivo el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, y su vocabulario "guerrero". "Puesto que somos escoria, vamos a dar trabajo en la limpieza a este racista. Las palabras hacen más daño que los golpes. Sarko tiene que dimitir. Mientras no se disculpe, vamos a continuar".
A esta "rabia", se añade el episodio de la bomba lacrimógena lanzada contra la mezquita de Clichy-sous-Bois, hace una semana. "Una blasfemia", dice Youssef. Estos jóvenes han acumulado demasiado "rencor" como para reaccionar ante las llamadas a la calma.
Laurent, de 17 años, el más joven de la banda, dice haber quemado un coche a dos manzanas. Para ellos es muy sencillo. Basta con una botella de cristal llena de gasolina, con un trapo como mecha, que se lanza dentro de un coche. ¿Por qué queman coches que muchas veces pertenecen a gente de su entorno? "No tenemos elección, estamos dispuestos a sacrificarlo todo porque no tenemos nada. Incluso hemos quemado el coche de un colega. Se asustó mucho, pero lo comprendió".
El colega en cuestión está presente. Tiene 21 años y trabaja como pinche en un restaurante de un barrio burgués de París. Como fondo de pantalla de su móvil tiene la foto de un coche en llamas tomada hace unos meses, durante los anteriores disturbios en Aubervilliers. "Cuando esgrimimos un cóctel molotov, estamos haciendo una llamada de socorro. No tenemos palabras para explicar lo que sentimos. Sólo sabemos hablar prendiendo fuego".
A las 20.19 se escucha una sirena y los jóvenes entran en el vestíbulo de su edificio, cuyo ascensor sólo puede detenerse en dos pisos, el cuarto y el noveno. En el cuarto se sienten a salvo de la policía. "Hoy la policía me ha cacheado dos veces. Me han placado en el suelo y me han insultado", explica Bilal, de 21 años. Youssef y su banda son conscientes del daño que están provocando en su barrio. "No somos vándalos, somos rebeldes", aseguran. "En la banda todos estamos en el paro", deplora Nadir, que explica que en los últimos meses ha enviado 100 currículos y sólo ha tenido tres entrevistas.
Son las nueve de la noche. La banda vuelve a la calle. Los bomberos han apagado el incendio en la basura provocado por Youssef. "¿Qué esperamos para ir a quemar otra cosa?", asegura.
© Le Monde / EL PAÍS
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.