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Columna
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Buffet, tiempo después

La sala de la Fundación BBK (Gran Vía, 32) muestra una veintena de obras de quien fuera considerado el joven prodigio del arte francés de la posguerra, Bernard Buffet. Nacido en París en 1928, puso fin a sus días en 1999 en la localidad de Tourtour. Eminentes literatos trazaron elegías sobre su arte, entre otros, Louis Aragon, François Mauriac, Jean Giono y George Simenon, los cuales anteponían el nombre de Buffet por encima de los artistas franceses -junto a otros afincados en Francia- de aquellos momentos, tales como Manessier, Schneider, Soulages, De Staël, Bissier, Bazaine, Vasarely, Masson o Fautrier, por citar unos pocos.

Las alusiones a otros nombres de pintores tienen un fundamento claro: la demostración de que la mayoría de los artistas citados están, en el ahora mismo, bastantes palmos más arriba del arte de Buffet. ¿Cómo se llega a esta tesitura conclusiva? Sencillamente, porque nada hay más contundente como el tiempo para poner a cada uno en su verdadero lugar.

Mas volvamos a Buffet y su irrupción triunfal en el arte francés de la posguerra. Entró en escena pegando fuerte gracias al germen creativo aportado por dos artistas: por un lado, el francés Francis Gruber, de quien tomó su áspero grafismo y la despojada esencialidad de su arte; por otro, y en especial, el expresionista alemán e ilustre suicida Ernst Ludwig Kirchner, valiéndose para su propio provecho de la simplificación del dibujo y el estilo angular, marca indeleble del artista de Aschaffenburg.

A partir de ahí, su mundo plástico se adentra en los acentos de corte caricatural y en la teatralidad, lo mismo cuando pinta un bodegón que un desnudo o un Cristo crucificado. Las líneas están perfiladas con negros impositivos y hasta coercitivos. Tal imposición de líneas escuetas no permite que haga aparición lo misterioso, o sea, lo que puede vivir dentro del cuadro sin que se vea. El artista reclama la visión inmediata, sobre todo cuanto hay dentro de las líneas, y en ocasiones ni siquiera eso. Por ejemplo, en la obra Annabel couchée (un óleo de 90 x 200 cm.), fuera del contenido de las líneas, lo mismo lo de dentro del desnudo, como la abstracción de los fondos, deja mucho que desear.

Quizá en esa obra se ponga al descubierto, como en ninguna otra, la menos que insignificante aportación de Buffet al arte universal, pese a que las ditirámbicas loas de los escritores arriba mencionados parecieran en su momento determinar lo contrario. A este respecto, y dado que este artículo está nimbado por lo francés, dejemos que sea Baudelaire quien lo cierre bajo su responsabilidad con una tremebunda apostilla: "Todos los elegíacos son unos canallas".

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