Bajar de la acera
Andan por ahí depositando en los buzones del vecindario unas curiosas listas que, bien miradas, vienen a contener el germen de la división y el separatismo. Son listas sin firma y con mal gusto, cuya paternidad o maternidad no resultaría difícil descubrir: la ideología de quienes quieren, contra quien sea o contra lo que sea, dar a conocer su amor a la patria, la de ellos claro, que es una patria que excluye y de la que se sienten valedores. Si tienen un motivo para imprimir sus listas, lo utilizan; si no lo tienen, lo buscan o se lo inventan.
Las listas de ahora vienen a cuento de las reformas o proyectos de reforma del estatuto de autonomía de nuestros conciudadanos de más allá del Ebro, y se distribuyeron por algunas localidades del entorno de Valencia. En las listas había una columna de cosméticos, productos de limpieza, entidades bancarias, pastillas para la sopa, vinos y espumosos, marcas de relojes y objetos por el estilo de los que adquirimos en el supermercado o la tienda de la esquina. Los productos o las entidades, con su preceptivo nombre propio, iban acompañadas del apellido catalán. Y al lado de la mencionaba columna, los redactores patriotas detallaban, en otra columna, las marcas alternativa a los productos catalanes; marcas alternativas que el hipotético seguidor de dichos consejos anónimos podía adquirir para no quedar desabastecido. Ni qué decir tiene, porque es irrisorio, que en la lista de productos alternativos patrióticos no sólo aparecían marcas que elaboran o fabrican sus objetos de consumo en el resto de España que queda fuera de los límites geográficos de Cataluña, sino también firmas y marcas de más allá de los límites hispanos, porque lo patriótico es comprar en Singapur, pero no en Tarragona. Flaco favor hacen las listas a la unidad secular de los hispanos, que somos plurales y diversos sin dejar de ser hispanos.
La lista "anti" que aconsejaba evitar la compra de productos relacionados con nuestros vecinos del norte, la lista contra el nacionalismo catalán le evocó a uno, una vez más, la parábola sobre los nacionalismos del Bertolt Brecht, autor a quien de forma errónea citó Carod-Rovira un día en las Cortes Generales, para apoyar su argumentación política.
Para el señor Keuner, protagonista de la parábola la patria era cualquier país, porque en cualquier país se puede morir uno de hambre. Pero la ciudad en que vivía estaba ocupada por el enemigo y un oficial del enemigo le obligó un día a bajar de la acera. Keuner se enfureció no sólo con el oficial enemigo que le obligó a bajar de la acera, sino también con el país del oficial del enemigo, y deseó que el país al que pertenecía el oficial fuese borrado por un terremoto de la superficie de la tierra. "¿Por qué razón", se preguntó el señor Keuner, "me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella".
Las listas que recomiendan o aconsejan dejar de adquirir productos catalanes tienen la misma consideración que el bajar de la acera brechtiano. Una insensatez que puede convertir al más razonable de los ciudadanos en un nacionalista anti lo que sea en las tierras catalanas, en las tierras valencianas o en las anchas mesetas de las Castillas. Qué más da. Aunque parece harto difícil extirpar la estupidez con la que nos tropezamos al sur de los Pirineos con demasiada frecuencia, porque la estupidez o la crispación disgregadora no es patrimonio o patria exclusiva de los redactores de listas.
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