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LA REFORMA DEL ESTATUTO CATALÁN
Columna
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Las diversas naciones de Azorín

Soledad Gallego-Díaz

El Azorín citado ayer por Josep Lluís Carod Rovira decía que en España hay un Estado y varias naciones, pero lo decía en un sentido que, probablemente, no le hubiera hecho tanta gracia a Carod de haberlo conocido. En España, decía Azorín, existen varias Españas. Existe una multiplicidad de Españas. "No existe una sola nación, no existe esa exclusividad en ningún país de Europa y de América. En toda nación, en todo pueblo, existen diversas naciones, diversos pueblos. Cuánto más viejo, más histórico es un pueblo, tanto más aspectos ofrece a la consideración". De hecho, a Azorín, la única España que le interesaba de verdad era la que él mismo denominaba "España invisible", la que de puro visible, decía, no se ve, en la que nadie repara, quizás la de los paisajes, "la del imperio de la pared desnuda", escribió. Realmente, Azorín es un extraño autor para ser citado como fuente de autoridad por un nacionalista, sea español o catalán.

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El debate parlamentario que acabó en la madrugada de ayer ha sido calificado de histórico, pero en realidad no hay nada histórico en el hecho de que el Congreso de los Diputados haya admitido a debate una propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía enviada con el respaldo del 90% del Parlamento catalán. Lo extraño, por inconcebible, hubiera sido que prosperara el rechazo total que proponía el Partido Popular. Y lo histórico puede terminar siendo el texto que se apruebe finalmente en el Congreso.

Lo importante del debate del miércoles sobre la propuesta de nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña es que pareció dibujar un crucial, significativo y largo acuerdo entre el Partido Socialista y los nacionalistas catalanes (ERC y CiU), un pacto político izquierda-nacionalismos que si tiene finalmente éxito puede prolongarse a lo largo de los años. En el fondo, una auténtica pesadilla para el PP y, quizás, el más auténtico de sus motivos para procurar por todos los medios que fracase la negociación estatutaria.

Los dos lados del posible acuerdo pusieron mucho de su parte. La intervención de los representantes del Parlamento de Cataluña no tuvo nada que ver con la que realizó en su día el lehendakari Juan José Ibarretxe, ni en el tono, ni en el fondo, ni en la forma. Esquerra Republicana y CiU reconocieron, sin plantear dudas, que el Parlamento español tiene derecho a discutir y reformar la propuesta enviada por Cataluña, algo que se le atraganta completamente al político vasco. Simplemente recordaron que la palabra final se pronuncia, por ley, en el referéndum. En el otro lado, resultó también evidente que era Manuela de Madre, la representante socialista, quien proclamaba con mayor fuerza que Cataluña es una nación, y que el presidente del Gobierno tampoco se sentía incómodo con el reconocimiento de esa identidad nacional.

Una lectura atenta de los discursos de Mas, de Carod y de Rodríguez Zapatero sugiere que el mayor riesgo de descarrilamiento del Estatuto sigue estando en el vagón de la financiación. El presidente del Gobierno cree, quizás, que éxito final puede depender de algo que, curiosamente, está fuera del propio Estatuto: un modelo de financiación que los socialistas presenten y defiendan en el Consejo de Política Fiscal y Financiera paralelamente a la negociación parlamentaria y que satisfaga razonablemente las expectativas catalanas. No está claro, sin embargo, que los nacionalistas de ERC y CiU lo consideren suficiente ni que renuncien a un mayor blindaje, en el propio Estatuto, de sus competencias económicas. Tampoco que el acuerdo pueda contar con el visto bueno del conjunto del PSOE. Lo único que está claro es que el PP lo recibiría como una auténtica maldición.

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