El criterio de Judt
Una de las más bellas y justas definiciones de Europa es obra del filósofo Jean-Pierre Faye y la escribió como frontispicio de su antología L'Europe une. Les philosophes et l'Europe: "Europa es hoy en día el territorio que se ha librado del derecho de muerte". Faye identifica la Europa de las revoluciones democráticas de 1989 con la abolición de la pena de muerte, el gesto exactamente contrario que caracteriza a las revoluciones conservadoras y fascistas del siglo XX, así como a los regímenes totalitarios de todo bordo, comunistas incluidos, por supuesto.
La Unión Europea realizó un ejercicio de definición implícita en junio de 1993, en la Cumbre que cerraba el primer semestre de la presidencia danesa, con motivo del alud de peticiones de ingreso de los países que se agolpaban a su puerta tras la caída del comunismo. Para formar parte del club había que cumplir tres condiciones, llamadas Criterios de Copenhague: una democracia estable, respetuosa de los derechos humanos y de los derechos de las minorías; una economía de mercado eficaz; y adoptar las reglas, normas y políticas comunes que constituyen el acervo legislativo de la Unión. La abolición de la pena de muerte está incluida en la primera condición, como se comprobó cuando Turquía empezó a llamar seriamente a la puerta y se vio obligada a eliminarla de su legislación incluso en caso de guerra.
Pero hay interpretaciones más libres de los criterios, y claras discordancias con la idea de Europa tan voluntariosa y profundamente moral que tiene Faye. El nuevo primer ministro polaco, Kazimierz Marcinkiewcz, pertenece a un partido, Ley y Justicia, que viene propugnando en sus exitosas campañas electorales el restablecimiento de la pena capital, si bien el pasado 26 de octubre tuvo la delicadeza de reconocer, a preguntas de EL PAÍS, que respetará el statu quo puesto que no basta con la voluntad de su partido para volver a implantarla.
Ahora el historiador y profesor universitario inglés Tony Judt acaba de hacer una nueva aportación que introduce un criterio más acerado y doloroso. Puede leerse en su Posguerra. Una historia de Europa desde 1945 de muy reciente publicación, y más en concreto en el epílogo, que el autor ha titulado con gran sentido escenográfico Desde la Casa de la Muerte. Un ensayo sobre la memoria moderna europea. En síntesis, lo que define a Europa y a los europeos es la actitud de responsabilidad hacia la pesada herencia de unos crímenes cometidos por ellos mismos en forma de exterminio de poblaciones civiles en un pasado reciente.
Heinrich Heine, nos cuenta Judt, consideraba que para los judíos el bautismo constituía "el boleto de entrada en Europa". Ahora, dice, "quienes quieren convertirse plenamente en europeos en el amanecer del siglo XXI deben asumir una herencia nueva y mucho más pesada. La referencia pertinente de la Europa de hoy no es el bautismo, es el exterminio". No se puede ser europeo sin reconocer las responsabilidades propias en la tragedia europea del siglo XX, empezando por supuesto por el mayor y más singular de los crímenes que fue el exterminio de los judíos de Europa.
Esta definición de Europa corresponde a lo que piensa el escritor turco y ferviente partidario del ingreso de su país en la UE Ohran Pamuk, que precisamente deberá comparecer el 16 de diciembre ante un tribunal bajo la acusación de denigrar a Turquía, por haber reconocido que su país exterminó a un millón de armenios y 30.000 kurdos. A nosotros, los españoles, este cuarto criterio nos deja un tanto perplejos y descolocados. Judt menciona el caso de España y nos lo recuerda expresamente: "Una nación debe empezar por recordar para poder olvidar después". Pero si escuchamos las voces más conspicuas de la derecha hispánica, se diría que del pasado sólo podemos sacar miedo e insultos para el presente e hipotecas para el futuro. España cumple a partir de la Constitución de 1978 los Criterios de Copenhague, pero una parte de nuestra derecha no cumple el criterio de Judt.
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